ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Estados Unidos castiga a Cuba por su resistencia y su política antimperialista. Foto: Prensa Latina

Una vez más las cortinas imaginarias del gran salón de la Asamblea General de la ONU, que alberga a representantes de todos los países, volvieron a abrirse, para dar paso a un debate que no es una retórica de confrontación, sino un reclamo de casi la totalidad del mundo a poner fin a una política hostil de una potencia contra un pequeño archipiélago, carente de muchos recursos, pero repleto de dignidad y valentía.

Allí, como es lógico, estaba también la voz del odio y de la desvergüenza, la del representante del Gobierno estadounidense, el enviado de Donald Trump y Marco Rubio.

El señor Mike Waltz, con etiqueta de embajador y lenguaje de lacayo, recitó «más de lo mismo», repitiendo el texto de anteriores representantes de la Casa Blanca, plagado de mentiras, odio y amenazas. Su discurso grosero también cuestionaba la dignidad de la propia Asamblea General de la ONU y de sus Estados miembros.

Fue así como apareció una digna interrupción, en la voz de nuestro canciller, Bruno Rodríguez Parrilla, quien advirtió que el embajador estadounidense hablaba allí de «una manera incivilizada, cruda y grosera», y le recordó al señor Waltz que «esta es la Asamblea General de las Naciones Unidas. No es un chat de Signal (aplicación de mensajería), ni es la Cámara de Representantes de su país».

Su discurso volvió con el cuento de que el bloqueo no existe, argumento que trata de olvidar la aplicación de la Ley Helms–Burton, las listas de sanciones sectoriales y financieras, el Memorando Presidencial, la política de máxima presión, y otras medidas coercitivas unilaterales.

Replicar el inconsistente argumento de que las dificultades económicas de la Mayor de las Antillas son responsabilidad exclusiva del Gobierno, no tiene otro fin que el de querer «justificar la política de asfixia contra la economía cubana» y pretender provocar un estallido social.

Los argumentos manidos, con más presión para querer variar la opinión –y el voto– de quienes año por año apoyan a Cuba y condenan el bloqueo, contienen alucinaciones tan cuestionables como la de señalar que «el bloqueo permite exportar libremente», como si la comunidad internacional no conociera, en muchos casos por afectaciones propias, que EE. UU. prohíbe a sus subsidiarias en terceros países comerciar con la Isla, a lo que se suma la persecución financiera extraterritorial: multas y amenazas a bancos y proveedores, negativas de abrir o mantener cuentas, y operaciones bloqueadas. 

Las burdas mentiras del Gobierno estadounidense, usando la Asamblea General como reservorio, no encuentran un creyente en aquel recinto.

Todos allí, y fuera de allí, saben que el argumento yanqui de que «Cuba tiene libertad plena para comerciar con otros países» se desvanece cuando choca con las medidas de efecto extraterritorial, cuando se sanciona con multas millonarias a bancos, navieras y aseguradoras.

Quizá la más cruel de todas las medidas es la campaña contra nuestras misiones médicas en el exterior. Acusar a Cuba de traficar con su personal de la Salud, es no admitir que numerosos profesionales del sector han contribuido a salvar cientos de miles de vidas, fundamentalmente entre los más pobres y necesitados del planeta.

Otro argumento de la peor valía es el de acusarnos como país desestabilizador, cuando la única realidad es que ese calificativo le pertenece a Washington, quien envía a los mares del Sur caribeño una fuerza de miles de militares y medios de guerra, dedicada hasta ahora a matar humildes pescadores, acusados sin pruebas de traficar drogas.

Cuba es un país de paz, y fue, además, la sede de la firma del Acuerdo que declaró a América Latina y el Caribe como Zona de Paz.

COMENTAR
  • Mostrar respeto a los criterios en sus comentarios.

  • No ofender, ni usar frases vulgares y/o palabras obscenas.

  • Nos reservaremos el derecho de moderar aquellos comentarios que no cumplan con las reglas de uso.