Desafortunadamente, lo que debía ser una constante en política internacional, luego se observa como una especie de «cosa rara». Me refiero a que, mientras hay políticos y mediocres comediantes que frecuentan la Casa Blanca, en busca de armas o de dinero –o ambas cosas a la vez–, hay líderes que se caracterizan por esa cualidad imprescindible del ser humano: la dignidad.
Los ejemplos que pongo no son de épocas remotas, son de hoy, ayer, la semana pasada. Son de quienes buscan más armas para continuar el genocidio en Palestina, o el que hasta exige se le entreguen medios modernos que puedan penetrar con sus cohetes y bombas, hasta la profundidad de Rusia, sin que importen para nada los ucranianos que mueren cada día.
También en estos rituales ante Donald Trump, hay quienes acuden en busca de la concesión de millonarios préstamos, a cambio de poner la soberanía e independencia de su país a la deriva.
Mientras, los gobernantes dignos resisten los embates de la potencia, ya sea con acciones militares, sanciones económicas y comerciales, alza de aranceles, gran presencia militar foránea en la cercanía de sus costas, y otras acciones envueltas en el poderío mediático y con la herramienta de la mentira como pretexto.
Donald Trump anda por este incierto mundo como un verdadero filibustero que usa, primero la orden de atacar y matar, y luego, justificaciones amenazadoras, carentes de toda verdad y que pretenden sembrar miedo entre los gobiernos y los pueblos.
Sus actos hostiles siempre tratan de imponer una matriz de duda y la necesidad de rendición de sus adversarios, ante el hecho real de que nuevas acciones criminales se repitan y más seres humanos encuentren la muerte.
Lo que ocurre por estos días en las aguas del sur del Caribe es un exponente del terrorismo y el crimen, al margen de la inexistencia de pruebas, que impliquen a las víctimas en el tráfico de drogas.
Pueden morir 20 o 30 pescadores en lanchas que son desaparecidas en cuestión de segundos, tras el disparo de un misil o una bomba.
Y vale aclarar que no se puede negar la existencia del contrabando de drogas hacia Estados Unidos, el mayor centro consumidor del planeta, que son trasladadas a esa nación por medios aéreos o marítimos desde los países productores.
Pero ahora el tema es otro, el fabricado por Trump o por Marco Rubio: se trata, según ellos, de narcos que proceden de Venezuela y, por tanto, no debe quedar prueba alguna de su identidad, ni de la posible cantidad de pescado que hayan capturado. El pescado es droga y quienes lo capturan, ya sea para alimentar a sus familias o para comerciarlo, son, en la matriz de Trump, traficantes de estupefacientes.
Por estos días la «guapería» del mandatario republicano ha dado un giro hacia el presidente de Colombia, Gustavo Petro, a quien acusó irrespetuosamente de «líder del narcotráfico».
Petro le respondió con la dignidad que lo caracteriza: «Usted es grosero e ignorante con Colombia. (…) Yo no hago business (negocios), como usted, yo soy socialista, creo en la ayuda y el bien común. (…) Si yo no soy negociante, pues mucho menos narcotraficante, en mi corazón no hay codicia».
Quiere opacar Donald Trump la realidad interior de su país respecto al tema de la droga, a la que ninguna administración estadounidense ha puesto freno, con leyes, educación y control.
Se trata de una situación que tiene como única explicación, el hecho de que Estados Unidos es el mayor consumidor de drogas a nivel mundial. Toda la que entra a su territorio, se vende. Dinero hay suficiente, mientras leyes que asuman una política de tolerancia cero, brillan por su ausencia.
Es cierto que, en los tiempos actuales, dominados por el empleo de nuevas y más productivas técnicas de elaboración de sustancias afines a las drogas, es Estados Unidos el mayor productor, consumidor y distribuidor de estas, que viajan a decenas y cientos de países, lo mismo en una maleta de un «inofensivo pasajero», que escondida en productos importados desde el país del Norte.
Informes bien documentados reflejan que el consumo de drogas en Estados Unidos sigue siendo uno de los principales problemas de salud pública, según la rand Corporation.
El mismo estudio calculó que entre 2006 y 2016 los estadounidenses gastaron más de 1,6 billones de dólares en drogas, con un promedio anual cercano a los 150 000 millones de dólares.
Asimismo, 70,3 millones de personas de 12 años o más (24,9 %) usaron drogas ilegales en el año previo.
Entre 2011 y 2021, más de 321 000 niños en ee. uu. perdieron a uno de sus padres a causa de sobredosis de drogas.
Ante este panorama, lo que sí debe quedar claro para Trump, Marco Rubio y su gobierno es que con la prepotencia criminal no se resuelve el problema. Mejor sería hacer y cumplir con leyes de los propios Estados Unidos, en las que se declare tolerancia cero a la droga.
Lo demás, y es lo que ocurre ahora, es que no son pocos, y a cualquier nivel del país, quienes viven de ese gran negocio de los estupefacientes, sin importarles los que mueran por su consumo.
Aplíquese a la droga lo mismo que debe aplicarse a las armas que pululan por todo Estados Unidos: leyes, educación y control, para que cientos de miles de sus hijos no mueran cada año por su uso.















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