Hay un Che que camina perennemente, no en la historia –que puede olvidarse o quedarse solo en letras e imágenes–, sino en el presente de Cuba, y del mundo también.
Desanda las rutas de la solidaridad con sencillez y desprendimiento, sin esperar a cambio otra cosa que no sea el compromiso de no defraudar el linaje de los buenos hombres, los que van allí hasta donde se les necesite o donde la injusticia quiera hacer su nido.
El Che argentino, congolés, boliviano…unido a la Isla con lazos «que no se pueden romper como los nombramientos», estuvo ayer en la sala La Plata, del Centro Fidel Castro Ruz, en silencio, porque no hubo anécdota que no lo evocase.
Sobre el Guerrillero Heroico, ese que tenía como principio la máxima martiana: Patria es Humanidad, se habló –mucho y hondamente– en ocasión de cumplirse 58 años de su muerte. Lo curioso, pero no por eso causa de asombro, es que los presentes le cantaron, lo nombraron, como se le canta y se le nombra a quien está vivo.
Así lo sienten los hijos de esta tierra antillana y de otras latitudes, por las cuales también luchó, como El Congo. A ese país africano fue junto a otros revolucionarios, pues allí se les necesitaba para combatir el neocolonialismo.
«En medio de la guerra, él iba preguntando a la gente cómo estaba y qué necesitaba. Les daba los pocos medicamentos que, en su maleta, llevaba para sí», recordó el Comandante Víctor Dreke, quien lo acompañó en esa «epopeya». Todos preguntaban por el doctor Tatu, narra, e insiste en su preocupación no solo por los demás combatientes de la guerrilla, sino por los que le rodeaban.
Cuando Majo, como el Che lo nombró en El Congo, supo de su asesinato, estaba cumpliendo tareas internacionalistas en Guinea Bissau. No hubo mejor forma de honrarlo. Su impronta, entonces –y hoy–perdura. Y no solo en él, sino en los miles de cubanos que han prestado sus servicios en diversos ámbitos alrededor del mundo.
Precisamente en el panel ¿Dónde queda la esperanza? Homenaje permanente al legado del Che, se rememoraron las hazañas solidarias en varias naciones, como Bolivia, en la que su entrega fue tal que el propio pueblo ayudó a encontrar sus restos y recuperar las 13 páginas perdidas de su Diario, significó el investigador Froilán González, quien, como diplomático, tuvo la misión de rescatar el cuerpo del héroe.
En esa misma sala, junto al Che, estaba Fidel. No su imagen proyectada para resaltar su figura internacional, sino el líder por el que el médico-guerrillero estuvo dispuesto –a sabiendas de su valía– a dar la vida, al que siguió en su empeño independentista, por medio del cual se despidió del pueblo de la Isla, que era también suyo.
De ese vínculo de fidelidad y compromiso se habló, porque el amor profesado al argentino en Bolivia fue trasladado luego al Comandante en Jefe y a Cuba, porque no se puede hablar de la anchura de su espíritu libertario sin mencionar al que siguió «sin vacilaciones», identificado con su «manera de pensar y de ver y apreciar los peligros y los principios».
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