ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Cortesía Casa de las Américas

Los Estados Unidos están en guerra. En primer lugar contra sus propios ciudadanos, millones de los cuales –incluso muchos de los más tibios disidentes del nuevo orden– se han visto clasificados de repente como radicales de izquierda, y hasta terroristas; contra sus migrantes, atrapados como animales, humillados y deportados sin que medie fallo judicial alguno; contra sus grandes ciudades, que están siendo militarizadas ante los indignados ojos de sus habitantes; contra los tradicionales «valores» e instituciones de la democracia liberal, en camino de ser desmantelados.

Como parte de ese delirio el gobierno ha rescatado la designación de Secretaría de Guerra y ha movilizado barcos, submarinos y efectivos en el Caribe, donde conocemos bien la larga y siniestra historia del intervencionismo militar estadunidense. Los auspiciadores del genocidio más atroz de nuestro tiempo se divierten ahora haciendo estallar pequeñas embarcaciones frente a Venezuela, y trasmitiendo en redes sociales –para estupor de la comunidad internacional– esas ejecuciones no avaladas por legalidad o moralidad algunas.

El pretexto, una vez más, es la lucha contra el narcotráfico, falaz argumento que en la América Latina ha servido a gobiernos estadunidenses y no pocos de sus aliados locales, durante décadas, para instalar bases militares, implementar planes injerencistas, bombardear civiles y derrocar autoridades.

Esta vez el peligro ha adquirido una dimensión más dramática ante la amenaza de una incursión militar en territorio venezolano. Se trata, obviamente, de la preparación de un escenario propicio para la escalada bélica. El desenfreno guerrerista coincide, no por azar, con el objetivo de la extrema derecha de Venezuela de llevar a cabo una operación de falsa bandera denunciada por el gobierno de ese país: un atentado contra la embajada de los Estados Unidos en Caracas con el propósito de que el ataque sirviera como casus belli.

El propósito real de la creciente embestida militar y mediática es el viejo anhelo imperial de aplastar a la Revolución Bolivariana, controlar los inmensos recursos estratégicos del país y afianzar el dominio sobre la región, devolviéndola a la época del Gran Garrote. Para la América Latina y el Caribe, detener el alarde belicista del gobierno de los Estados Unidos y preservar el continente como zona de paz son, ahora mismo, nuestros deberes más sagrados. El pueblo y gobierno venezolanos deben saber que cuentan con el apoyo de millones de mujeres y hombres conscientes de que el destino de Nuestra América está atado al destino, la integridad y la dignidad de Venezuela.

La Habana, 7 de octubre de 2025

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