ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

Entre acusaciones de «fraude» y reclamos al Consejo Nacional Electoral para que «se abran las urnas y se proceda a un nuevo y verificable conteo de votos» amaneció Ecuador, el lunes posterior a las elecciones en las que votaron más de 13 millones de ciudadanos.

En las urnas disputaban, por segunda vez –y definitiva–, el actual gobernante Daniel Noboa, y la representante de Revolución Ciudadana (RC) Luisa González, los dos con modelos muy distintos de país. La victoria fue de Noboa, y eso conllevó a cuestionamientos de su rival y de una parte del electorado.

Más allá de una pugna por llegar a la presidencia, Ecuador necesita una reflexión, pues la nación andina, que en las recientes décadas ha tenido virajes –a la izquierda y a la derecha–, ha mostrado fisuras en los movimientos más progresistas, entre otras cosas, por la falta de unión.

Hay que recordar que, en los años de gobierno de RC encabezado por Rafael Correa, el país mostró indicadores económicos y de beneficio popular que solo fueron corroídos por las acciones del presidente Lenin Moreno, quien supuestamente daría continuidad al legado correísta, pero abandonó el carril de un gobierno de tendencia a la izquierda, para ir a los brazos de la derecha neoliberal y oligárquica.

Esa fractura, como mal principal, desvió los programas sociales y políticos ya gestados por RC, y causó traumas e incertidumbre entre movimientos afines a la izquierda, y una parte de la población.

Muchos ecuatorianos, al no ver un horizonte claro de unión y progreso, optaron por la abstención o en el peor de los casos, dieron su apoyo a una derecha neoliberal mientras el país se hacía cada vez más inestable y violento y sus gobernantes mostraban interés por una posible alianza con el Gobierno de Estados Unidos.

Ecuador puede verse como una ficha importante en este ajedrez latinoamericano, debilitado ya con personajes como Milei, en Argentina, entre otros casos, que ascendieron al poder con el voto de las mayorías.

Es una manifestación de la lamentable realidad del movimiento de izquierda que, lejos de defender las conquistas de sus gobiernos, se dejó llevar por actuaciones no afines y el ascenso de quienes usaron, como estandarte principal, las quebraduras que nunca fueron subsanadas en cada país.

La unión es la base primordial para lograr avances de presente y futuro, lo que ha sido demostrado, históricamente, en países donde la izquierda ha perdido terreno por las desavenencias entre sus miembros.

El movimiento revolucionario latinoamericano es fuerte cuando se une, y es vulnerable cuando se permite su fractura ya sea por ambiciones personales, discrepancias de métodos y formas de conducción política, o por no contar con una base popular sabiamente conducida.

Si algo no se puede olvidar es que las fuerzas de derecha, oligárquicas y reaccionarias, cuentan con grandes medios de comunicación que les apoyan, y con sectores tambaleantes que se les unen en detrimento de sus propios pueblos.

Hay tiempo para fomentar y consolidar la unidad. Sin ella, seremos reos de las quebraduras que hoy sufren la izquierda, y otros movimientos sociales y populares.

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