Los que apoyaron con armas y miles de millones de dólares a Israel, en su plan de hacer desaparecer de la faz de la tierra a la población palestina, han intentado ahora, en medio del «jolgorio» de cambio de poder en Washington, «terminar con el genocidio» al amparo de una rúbrica que los haga aparecer en la escena internacional como «campeones de la paz».
Así, el gobierno de Biden había minimizado, a cuatro días de abandonar la Casa Blanca, que «los problemas de última hora relacionados con el acuerdo de alto el fuego podrán resolverse, y el plan se cumplirá a partir de este domingo», declaró el portavoz de Seguridad Nacional de Estados Unidos, John Kirby.
Es increíble que sea el Presidente de Estados Unidos quien se vanaglorie con un cese el fuego en Gaza, luego de ser uno de los máximos responsables del genocidio, por el dinero y las armas facilitados al Gobierno sionista israelí, y por su postura ante el Consejo de Seguridad de la onu, en el cual ha vetado todos los proyectos de resoluciones que habrían conducido a poner fin al crimen contra los palestinos.
No dicen cómo ni a través de qué medidas convencerán a Benjamín Netanyahu y a sus halcones de detener la masacre y llegar a la convivencia en paz. Tampoco en el contenido del cese el fuego aparece alguna mención sobre la reconstrucción del enclave, en el que han muerto casi 50 000 palestinos, ni dice cuándo, cómo y en qué circunstancias podría regresar allí más de un millón de los que han quedado vivos, obligados a abandonar la tierra que los vio nacer.
¿Será el cese el fuego solo un paliativo ante la presión internacional contra Israel y su tutor; solo una ficha jugada en el recambio de mando de la Oficina Oval, en Washington?
Ojalá que no sea así, y que –como se ha pronunciado Cuba– no solo se respete integralmente lo acordado esta vez, sino que se cumpla incluso la demanda palestina de tener su propio Estado dentro de las fronteras anteriores a 1967, con Jerusalén Oriental como capital.
La Mayor de las Antillas considera que el Acuerdo debe poner un punto final definitivo al genocidio y a la guerra de exterminio contra el pueblo palestino, llevado a cabo por los ocupantes israelíes con el respaldo militar, logístico y político de los gobiernos de EE. UU.
Al interior de Israel hay fuerzas que se oponen a cualquier entendimiento. Por ejemplo, el ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben-Gvir, ha cumplido su «advertencia» de renunciar al gobierno de Benjamín Netanyahu, si se concretaba el cese el fuego. «Hamas aún no ha sido derrotado y no hemos alcanzado nuestros objetivos», había declarado a medios locales.
Del alcance real del acuerdo, aún quedan mucha incertidumbre e interrogantes; entre ellas, cómo quedará la decisión de la Corte Penal Internacional de juzgar a Netanyahu, y condenarlo por genocidio.
Además, no fue buena señal que, un día después de anunciarse la «gran noticia» sobre el acuerdo posible, Israel haya vuelto a bombardear Gaza, con saldo de 81 palestinos asesinados. ¿Seguirá pasando lo mismo?
Habrá que esperar el curso diario de los acontecimientos para tener la certeza de que Netanyahu no ordenará nuevas embestidas que obliguen a otras reuniones y «acuerdos», mientras crece la lista de muertos, heridos y expulsados de Gaza.
Es lamentable, pero la historia alimenta la incredulidad sobre una transición total a una situación de paz.
Sin desconocer la importancia del acuerdo, habría que recordar el baño de sangre y la destrucción que ha provocado Israel, los millones de dólares y armas entregados por Estados Unidos, y la inercia del Consejo de Seguridad de la onu, dominado por el voto y el veto que ejerce el representante del país sede.
El pasado viernes, la Organización Mundial de la Salud (OMS) advirtió que, para la reconstrucción del sistema de Salud en Gaza, «se necesitarán más de 3 000 millones de dólares para el primer año y medio, y 10 000 millones para los próximos cinco a siete años».
Eso tampoco ha quedado claro: quiénes, cuándo y de qué forma se reconstruirá Gaza, el 80 % convertido en escombros.
Lo cierto es que, a la hora de irse, el Gobierno saliente ha querido «limpiar» sus manos y entregar el «testigo de relevo» al nuevo jefe, como si las vidas arrebatadas a un pueblo pudieran restituirse poniendo en tierra los aviones y los misiles.
Cuando empiece a levantarse de las calles el amasijo de piedras, acero y sangre que es Gaza en ruinas, la imagen terrible de los restos humanos sin contabilizar recordará que en la memoria del mundo hay crímenes que no se lavan nunca.
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