ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Milei busca desesperadamente las fotos con sus «amigos», pero en los hechos concretos queda siempre solo. Foto: RT

Se cumple un año de gobierno de Javier Milei, y si repaso la política interna, no encuentro nada bueno, ni una decisión ni una medida. Además, podríamos analizar lo simbólico, el odio, el grito y el insulto que se han instalado en la Argentina, a partir del estilo de un panelista de televisión devenido Presidente.

Por consiguiente, su política exterior no dista mucho de lo antes planteado, pues se ha caracterizado por ser muy personalista, lo que quedó demostrado –entre otras cosas– con la  expulsión, por la puerta de atrás, de la canciller, Diana Mondino.

De Mondino se podría decir que durante el cargo mostró su más absoluto desconocimiento en materia de política internacional, al expresar cosas como que «los chinos son todos iguales», por mencionar una de las más irracionales.

Una verdadera vergüenza, aunque esto no fue el motivo de su expulsión, sino por votar en la onu –como lo ha hecho Argentina por más de 30 años– en contra del bloqueo impuesto por EE. UU. a Cuba.

El reemplazante fue Gerardo Werthein, un empresario con muchos vínculos con Israel y el lobby judío en Estados Unidos. Había sido el primer embajador de Milei en Washington, y, años atrás, se desempeñó como presidente del Comité Olímpico Argentino. Pero, en realidad, el verdadero Jefe de la política exterior es el propio Milei, a quien le cuesta delegar, y mucho más en este rubro.

Pero lo que algunos veían como simples exageraciones o exabruptos de un personaje de la tele devenido candidato, terminó siendo un proyecto que se concretó una vez en el poder.

Además de poner en peligro la institucionalidad, y hasta la calidad democrática del país, ese proyecto se metió como una cuña en la comunidad internacional, con un Milei pateando el tablero en cada foro internacional y cuestionando cosas tan incuestionables como los derechos de mujeres, niñas y diversidades sexuales, de la tierra o de los pueblos originarios.

La nación andina se cayó del mundo y se alejó de los principios y compromisos globales que Occidente sostiene como pilares, sobre todo al salir del Pacto del Futuro.

En Argentina, la pérdida de derechos y de protección social se justifica por la necesidad de ajustar en pos de un superávit fiscal, pero los mismos argumentos en contra de los derechos y la igualdad en los foros internacionales revelan que no es solo una cuestión de números, sino también de una profunda convicción que está en la base del neofascismo mundial.

Milei rompió una débil tradición, pero tradición al fin, en materia de política exterior. Todos los gobiernos de la democracia habían mantenido algunos mínimos lineamientos que, incluso, forman parte de la esencia del liberalismo político a nivel global.

VERGÜENZAS MUNDIALES

La oposición del Gobierno argentino en cuestiones de violencia sexual, ideologías e igualdad de géneros se hizo patente en este año. Ejemplo de ello fue en la Comisión sobre la Condición Política y Social de la mujer (CSW), de la Organización de las Naciones Unidas, y a la firma, en el marco del g20, de la declaración que va sobre el mismo tema.

Su política también fue marcada hasta cuando Argentina se ausentó a eventos como la IX Conferencia de Estados Parte del Mecanismo de Seguimiento de la Convención de Belém do Pará –que trabaja en prevenir la violencia hacia las mujeres en la región–; en la v Reunión de la Conferencia Regional sobre Población y Desarrollo de América Latina y el Caribe, y en la sesión del Comité de los Derechos del Niño de la onu.

Pero quizá su intervención más preocupante fue en la Asamblea General de las Naciones Unidas, en la cual el argentino embistió contra acuerdos globales sobre Derechos Humanos y rechazó la Agenda 2030, «para promover el desarrollo sostenible», firmada por 193 países.

«Es una imposición ideológica socialista. No vamos a adherir a la Agenda 2030, no adherimos al marxismo cultural, a la decadencia», dijo ante representantes de 193 países, y atacó a los organismos multilaterales, entre ellos la mismísima onu, que, según él, «amenaza las libertades individuales y fomenta un colectivismo moralmente tóxico e incompatible con el progreso».

Estas posiciones de Milei constituyen claramente un intento por deslegitimar los espacios multilaterales de diálogo, y los valores del mismísimo mundo occidental, que él dice defender.

De hecho, la Revolución Francesa introduce en el liberalismo político occidental la noción de Derechos Humanos que tanto detesta y, al rechazar la cooperación internacional, la Argentina se pone a contramano del resto del planeta en otros temas como el cambio climático y la igualdad de géneros.

Pero quizá lo peor fue su anuncio, también en la onu, de que Argentina abandona la neutralidad por primera vez en su historia, para ponerse decididamente del lado de Estados Unidos y, sobre todo, de Israel, en su genocidio en curso contra el pueblo palestino.

En su guerra santa contra las Naciones Unidas –a su consideración un nido de socialistas– inició en Cancillería una cruzada y una caza de brujas contra los diplomáticos de carrera, a quienes amenazó con auditarlos «para detectar impulsores de agendas enemigas de la libertad».

Y así es, hace su juego con el grito y el insulto barato, para no pasar desapercibido; el personaje se comió a la persona, y lo más nefasto es que se comió también la investidura presidencial.

Milei va por el mundo más como un rock star de segunda categoría que como un presidente y, aunque busca desesperadamente las fotos con sus «amigos», en los hechos concretos queda siempre solo, debido a posicionamientos concretos que constituyen un abismo ideológico.

Por ejemplo, Donald Trump está en las antípodas de Milei en cuestión económica, anunciando un Gobierno productivista y proteccionista para EE. UU. Con Giorgia Meloni, Marine Le Pen o Santiago Abascal, de vox, lo separan posiciones muy distantes respecto a la guerra de Ucrania y, sobre todo, una característica muy nacionalista de los europeos, mientras que Milei dice que es «el topo que destruye el Estado por dentro».

Ni hablemos de los papelones con el Gobierno chino, a quien insultó y denostó, diciendo que jamás haría negocios con comunistas, y ahora quiere viajar a suplicar una extensión del swap multimillonario en dólares.

O de su posición en el Mercosur, cada vez más aislado con la llegada de Yamandú Orsi como presidente de Uruguay, quien ha dado muestras de ubicarse detrás del liderazgo del brasileño Lula da Silva, y la Bolivia de Luis Arce. Hasta el presidente de Paraguay, Santiago Peña, llegó a decir antes de la última cumbre: «Dentro del Mercosur, todo; fuera del Mercosur, nada».

Nada de esto parece afectar demasiado a Milei, que sigue haciendo de las suyas, sin un rumbo claro en política exterior y poniendo a la Argentina cada vez más en una posición de aislamiento internacional que lo único que puede traer es más problemas domésticos para su pueblo. Y, desafortunadamente, ese es el horizonte, o sea que no es que los fracasos fueron producto de errores. En la política exterior argentina, la falta de plan es el plan.

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