ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

CARACAS, Venezuela.–Entre las horas más dichosas de nuestra América, el 11 de diciembre de 1824 tiene un sitio privilegiado. Fechado ese día, el Parte Oficial Victoria de Ayacucho anunciaba la definitiva liberación de Perú y el ansiado fin del dominio colonialista español sobre las tierras del sur del continente.

La última gran contienda de las campañas libertarias de la región sudamericana comenzó el 9. En la Pampa de Ayacucho salió el sol con una luz diferente, iluminando por igual cada espacio de oscuridad, a sabiendas de que ya no habría más súbditos, sino ciudadanos en esa nación.

«¡Soldados!, de los esfuerzos de hoy pende la suerte de América del Sur. Otro día de gloria va a coronar vuestra admirable constancia», cuenta la historia que dijo Sucre a los cerca de 6 000 corajudos que le acompañaron en la gesta. Su mando certero y bravo, con la planificación estratégica de Simón Bolívar –aún en la distancia– serían los «responsables» de un combate arrollador.

La estrategia de las huestes patriotas consistió en dividir y desarticular al enemigo, en medio de aquella vasta planicie rodeada por montañas, que a diferencia de los realistas, ellos bien conocían. Tuvieron, además, a su favor, la bravura de luchadores de otros países, que se habían sumado a la insurgencia independentista. 

Nada pudo cambiar el destino glorioso de esa contienda. Los patriotas no tuvieron en cuenta la ostensible desigualdad en la artillería y batallones, y movidos por su decisión de liberarse del dominio colonialista, ganaron terreno ferozmente. En cuatro horas se produjeron unas 3 000 bajas, sobre todo de parte de los realistas que, poco antes de ponerse el sol, pidieron la suspensión de armas, y luego firmaron la llamada Capitulación de Ayacucho.

Ese documento, que garantizó la rendición y la salida del Perú del ejército colonialista, fue también muestra de la diplomacia de paz que los bolivarianos tienen como precepto, pues en honrosos términos se trató a los maniatados soldados españoles.

La Batalla de Ayacucho es un símbolo de hidalguía, de la épica de quienes hicieron caer el régimen virreinal de España en la región. Trescientos años atrás, Francisco Pizarro había iniciado la colonización de Perú. Luego, en este combate, la honra de los pueblos vejados aplastaba a los usurpadores. La libertad de Sudamérica no fue un regalo, sino que, a golpe de sangre, bajaron la bandera española e hicieron flamear los estandartes del Sur.

Con la victoria en Ayacucho se abrió un mundo de posibilidades para otras tierras que más tarde se dispusieron a defender su independencia, no pocas con el apoyo de hombres de otras geografías. Hoy, cuando el peligro de nuevos imperios se cierne sobre la América toda, la unidad vuelve a salvaguardar la capacidad de autodeterminación y la bien ganada libertad.

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