ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

CARACAS, Venezuela- Frente al Tribunal de Menores un adolescente de 16 años se «arrecha». Él y su familia pertenecen a la etnia indígena kari'ña, en Anzoátegui, y su mamá se ha perdido al tomar el metro en Caracas. Como no lleva el mismo apellido de su padre, este no puede firmar el autorizo que en unas horas lo llevará a volar hacia Cuba. Allí estudiará Medicina, un «sueño profundo» que le acompaña desde niño.

Unos pocos jóvenes de su comunidad fueron seleccionados tras graduarse del bachillerato. Richard José Maita y otros tres primos suyos figuraban en esa lista.

Era el año 1999 y la Mayor de las Antillas abría sus puertas para formar especialistas de la salud del área. Estudiar en la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM) hacía posible el deseo de muchos jóvenes, que ya veían el ser galenos como una quimera inalcanzable, pues se trata de «una carrera muy costosa».

A su llegada a la Isla había estudiantes de ocho países. A su graduación llegaron a sumar 32 naciones, recuerda. «Fue Gracias a Chávez y a Fidel que tuvimos la oportunidad, no solo los venezolanos, sino toda Latinoamérica y el Caribe, de formarnos como médicos de ciencia y conciencia».

De su primer encuentro con la cultura cubana piensa «siempre en la gentileza y en la hospitalidad del pueblo». No olvida el choque con las diferencias en los hábitos de alimentación y con las costumbres religiosas de su etnia. Sin embrago, una pretensión poderosa le impidió ceder: «quería ayudar a mi gente, a mi pueblo, a todo el que lo necesite».

Precisamente de eso se trata la enseñanza que recibió en Cuba: «Aunque fuimos formados por la mano científica, debemos tener conciencia del paciente que no tenga recursos para pagar una consulta. Estudiamos para salvar vidas, no para hacer medicina mercantilista», asegura.

Tanto los profesores como los médicos cubanos tienen una forma distintiva, cercana de atender a la gente. «Es totalmente distinta la formación de los médicos egresados de la ELAM en Cuba a la de los médicos de las universidades venezolanas, porque allá, desde primer año teníamos el contacto físico de la relación médico-paciente, mientras que acá comienza en tercer o cuarto año. Y el médico no solo se forma con la teoría, necesita la práctica».

Por ello es que insiste en que «si volviese a nacer, estudiaría medicina en Cuba con los ojos cerrados, a pesar de los profesores tan exigentes», a los que recuerda cada vez que está frente a sus discípulos.

Maita tuvo el «privilegio» de pertenecer al Batallón 51, los primeros graduados en la ELAM, y de tener al Comandante Chávez como padrino de esa promoción.  

El doctor Richard José es hoy docente universitario en la ELAM Salvador Allende, de Caracas, donde enseña, sobre todo, «la humildad, el compromiso y la responsabilidad que aprendió de los médicos de la Isla».

Llegó a la ELAM siendo un chamo soñador, lleno de retos para los que no sabía si tendría la fuerza suficiente de enfrentar. Unos años después volvió a su terruño con la esperanza de «crear un sistema único público nacional de salud, como lo tiene la hermana Cuba, que a pesar de las dificultades a las que siempre se ha enfrentado, cuenta con grandes avances científico-tecnológicos».

También cavila la posibilidad de conformar un proyecto dirigido a las comunidades indígenas, donde pueda vincular la medicina natural con la moderna, como él mismo aprendió que ambas son efectivas.  

Hoy, cuando la ELAM arriba a su primer cuarto de siglo, este galeno afirma que para él, «Cuba lo es todo, por la forma en la que nos acogió y nos formó».

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