ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Caricatura de Moro

La profesión de profeta está, conceptualmente, mal definida. No es creyendo en la palabra de otro que se construyen realidades. En el mundo objetivo, las realidades construyen profetas. Parece cosa menor, pero no lo es.

No por ello debe entenderse que el profeta, históricamente hablando en su sentido religioso, era un estafador. En muchos casos, profetizar era la manera de guiar a un pueblo hacia un destino deseado. Los profetas eran entonces líderes que necesitaban, por las circunstancias históricas, invocar un poder supranatural para que los demás confiaran en su dirección.

Para apuntalar las profecías como conocimiento entregado por algún ente sagrado, en la mayoría de las ocasiones los pitonisos realizan alguna ceremonia para hacer explícito que no se trata de ellos, sino del canal de comunicación que tienen con la condición supranatural. El profeta se presenta como un vehículo a través del cual una entidad superior se comunica con nosotros.

Tales cosas parecen material del pasado, pero la tozuda nos hace volver la mirada. A pesar del discurso en apariencia opuesto, el posmodernismo, negándonos la necesidad de las profecías, ha dejado, en la práctica, el puesto vacante para hacerlo asequible a toda una ralea de charlatanes.

La operación, por supuesto, está habilitada por la ideología absoluta del dinero como valedor de todo y de todos. En este mundo, tu capacidad de hacer dinero es proporcional a tu percepción pública como autoridad absoluta: no importa el tema.

No es que algunos se cohíban de expresarlo: «Digo algo, y eso usualmente ocurre. Quizá no en el momento previsto, pero usualmente ocurre», nos regala Elon Musk, una de las personas más ricas del planeta y, al parecer, el profeta del momento.

Elon lo mismo predice el colapso de la población mundial por falta de nacimientos, que nos revela los secretos de adelgazar, pronostica (erradamente) la caída de muertes por la covid-19 durante la pandemia en Estados Unidos, que nos dice que este año la inteligencia artificial superaría a la humana o habla de colonización marciana. Considera que sus opiniones sobre todo lo terrenal y divino merecen cobertura planetaria y los medios hegemónicos parecen darle la razón.

Claro, no nos pongamos densos, hay exabruptos más infames, como cuando amenazó con despedir a los trabajadores de una de sus empresas si se sindicalizaban. El profeta billonario no pudo contenerse cuando fue señalado como una de las fuerzas oscuras detrás del golpe de Estado contra Evo Morales y soltó aquella perla de que «daremos golpes de Estado donde queramos. ¡Vive con ello!». Para no variar, se ha despachado más de 50 mensajes contra el presidente de Venezuela Nicolás Maduro y, por estos días, anda a las greñas con Brasil por proteger en su red social a partidarios del ex-presidente Jair Bolsonaro que utilizan la plataforma para promover la violencia.

Pero, seamos honestos, no se trata del millonario sudafricano. El oficio de profeta es una de las profesiones más redituables de este mundo idiotizado. No nos asombremos de un Elon mesías en un planeta donde la profecía autocumplida es mecanismo cotidiano de control de las masas; un mundo donde Vanity Fair nos dice cómo debemos vestirnos el próximo invierno, y luego de machacárnoslo por todas las vías, se hace la asombrada cuando la gente usa sus sugerencias cuando hace frío.

Pero es que Elon, en el fondo, con todos sus billones, es un instrumento del sistema. Un bufón de ego desmedido que pega saltos de cabra en una tarima con Trump para entretener al populacho. Y eso de que el capital acumulado hace al profeta, realmente no se sostiene mucho históricamente, ni siquiera teológicamente. Al fin y al cabo, todas las construcciones del paraíso, en todas las religiones que adoptan el concepto, tienen en común que dejan fuera el dinero.

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Franklin Enrique Montalvan García dijo:

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8 de noviembre de 2024

12:37:37


Muy bueno éste artículo, educa y muestra al lector en temas que no se tratan en la mayor parte de medios tradicionales.