ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Edmundo González. Foto: Getty Images

En el argot comercial, una sucursal es una entidad que forma parte de una empresa matriz, pero físicamente separada de la sede principal.

Solo con algunas diferencias, en el vocabulario político puede llamársele sucursal al lugar que sirve de base de operaciones en interés de otros gobiernos, sea para desestabilizar a terceros, dar amparo a autoexiliados implicados en planes contra sus pueblos, o anidar a los nuevos mercaderes de la injerencia y el terrorismo.

Así, hoy no es difícil entender cómo en algunos países europeos hay sectores poderosos comprometidos con establecer verdaderas sucursales de esa especie de casa matriz de la contrarrevolución que tiene sede en Miami.

No son pocos los adinerados de la derecha y la ultraderecha locales que en Europa se erigen protectores de oligarcas, falsos artistas, exfuncionarios corruptos y otros, a los que ahora se suma, en España, el candidato presidencial derrotado en las elecciones venezolanas, Edmundo González.

No es esta una jugada original de González, quien salió de su país por medio de un salvoconducto del Gobierno Bolivariano, y a pesar de las acusaciones en su contra por la irresponsabilidad política de sus alegaciones y de su mentora, María Corina Machado, que desembocaron en los actos violentos luego de las elecciones generales. En el Viejo Continente han recalado innumerables políticos y empresarios que, luego de robar y conspirar en Venezuela, se articulan en el extranjero para derrocar por cualquier vía la Revolución en el poder.

Pero como si el cobijo fuera poca afrenta, recientemente se consumó un hecho tan asombroso como indignante: el reconocimiento del candidato González como presidente de Venezuela, en franca intromisión con lo decidido por el voto mayoritario de los venezolanos, que reeligieron a Nicolás Maduro al frente del país.

Cuba conoce muy bien y desde hace muchos años la punta de lanza que contra los pueblos se empuña desde esas sucursales subversivas.

Contra Cuba, por ejemplo, en la Florida se instalaron impunemente torturadores, terroristas y hasta quienes se autoproclamaban «presidentes» de esta Isla que añoran ver como una estrella más en la bandera estadounidense.

Sea en su propio país o en territorios dispuestos a ampararlos, los gobiernos estadounidenses siempre han apostado al uso y reciclaje  de personajes tarifados, prestos al juego político desestabilizador que promueve la potencia del Norte.

Quién no recuerda en Cuba a Mas Canosa, a Posada Carriles y a otros tantos, alimentados por el dinero de las distintas administraciones estadounidenses, peligrosos e ilusos gestores de la idea de que la Revolución no resistiría los embates de la cia, la Usaid, el Departamento de Estado ni las medidas coercitivas del bloqueo económico, que hoy se ensaña con fuerza agravada.

Con fondos millonarios para que hablen y actúen, los llamados «opositores» cubanos y venezolanos forman un ejército de mercenarios y propagandistas que no cejan en llamar a la violencia y pedir la intervención estadounidense.

En el caso que nos ocupa, sería válida la advertencia, parafraseando al patriota europeo, periodista y luchador contra el fascismo, el checoslovaco Julius Fucik, cuando clamó: «Hombres, os he amado, estad alertas». Yo diría entonces: «Europa, estad alerta», ante quienes quieren convertirla en una sucursal de esa casa matriz del odio, la injerencia y los planes terroristas que es Miami, cuando la cuerda floja por la que anda el mundo exige que prevalezca lo contrario: el amor, la solidaridad y el respeto.

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