
«En cuanto a los negros, lo que más se ha evidenciado es Agostinho Neto». Con peyorativo y asustadizo acento, desde la Lisboa del año 1960, lo advierte un general portugués, en referencia al anticolonialismo africano en ebullición.
Portugal, entonces bajo el fascismo, es ojeriza febril contra toda idea de progreso, hay disposición a despedazarla donde aparezca. Hace feedback en el oído totalitario una voz inmigrante, voz de fusil y poesía que lo desborda todo: el miedo, las fronteras, un continente, voz desafiante, alarma del coloniaje.
La refulgencia de luz en la cuasi infinita noche africana es pecado y destino del justiciero eco, tras él para silenciarlo, un día de junio –precursor a la postre– arremete la policía lusitana, allana una casa, azota a un joven médico de procedencia angolana.
Testigo Lisboa, un tramo de calle ve al fascismo de colonial uniforme arrastrar al que también es poeta, lo arrastra para un escarmiento. El acto remite al pasado más cruel de la esclavitud, despierta la indignación de una humanidad decidida a encarar la ignominia.
Al rebelde lo quieren poner de rodillas. Pero en Antonio Agostinho Neto Kilamba, que así se llama, el ultraje sedimenta el bien como brújula, motivo que en 1947 lo había llevado a un aula en la Facultad de Medicina de Coimbra, Lisboa, donde fundó el Movimiento Anticolonialista, convencido ya de que a su pueblo y a África le urgían otra medicina contra el mal de todos los males: el colonialismo, expresión moderna de esclavitud.
Cárcel sin juicio a Neto en otra colonia lusa: Cabo Verde; desde el cautiverio, un poema suyo denuncia «las crueldades y mentiras con que nos destruyen la felicidad», el eco de libertad para el futuro Héroe Nacional y padre de la nación angolana resuena compacto y diverso en todo el planeta.
Las del Che Guevara, Fidel, Amílcar Cabral y Ahmed Ben Bella, entre otras voces, advierten que no anda solo Agostinho, que su lucha y su causa es la de millones. Después, el peregrinar del guerrillero angolano por África, el regreso a su patria, la victoria y el triunfo que marca el inicio de otra batalla.
El minuto final del 11 de noviembre de 1975 es el último de un dominio de cerca de cinco siglos de explotación colonial. Proclamada por Agostinho Neto, su fundador, nace la República Popular de Angola, nace amenazada por el cañón imperial en manos serviles: Sudáfrica, Zaire, la contrarrevolución interna, legiones de mercenarios; Luanda en la mira. El agresor da la masacre por consumada, no sabe de una mujer en firme y callada resurrección.
Carlota cubana resucita su ejemplo en rebeldía solidaria. Años de metralla de lucha, de sangre y vidas angolanas y cubanas, ofrendas para una victoria que de otra manera habría sido imposible.
«La claridad política y la firmeza revolucionaria de Neto fueron determinantes en la victoria». Lo dijo Fidel, ponderaba el mérito del hombre cuya muerte, el 10 de septiembre de 1979, fue «para el movimiento revolucionario del mundo y para el pueblo de Angola un trágico golpe, una pérdida enorme».
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