ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Cortesía del entrevistado

CARACAS, Venezuela- En plena madrugada llega a término una madre indígena en el alejado municipio Pedernales. El bebé había aspirado líquido y nació prácticamente muerto. Alrededor de 15 minutos estuvieron el médico y el enfermero maniobrando.

José Ramón Irsula Silva, el enfermero, confiesa –años después- haber estado nervioso como pocas veces en su vida. «Ningún profesional de la salud está preparado para que se le muera un paciente. Nuestra misión es salvar vidas. Le dije al médico: “No nos vamos a detener, vamos a luchar”».

La joven que había dado a luz ni siquiera hablaba español, como es el caso del 80% de la población de ese sitio, en el extremo norte del estado Delta Amacuro. Además, las etnias que allí habitan respetan tanto su cosmovisión que tratan de mantenerse alejadas de la medicina moderna.

Sin embargo, tras de ese momento, entenderían que junto a sus prácticas ancestrales pueden convivir especialistas de la salud. «Con esfuerzo logramos que el bebé viviera-narra el licenciado en Enfermería-. No entendíamos muy bien su idioma, pero la traductora nos aclaró que la madre y la familia se sentían muy agradecidas. Me preguntaron mi nombre y me dijeron que así iban a llamar al recién nacido».

«Para mí fue un orgullo tremendo saber que dimos lo mejor de nosotros, que con poco hicimos mucho para salvarlo, porque estamos consagrados a nuestro deber como profesionales. Amor al uniforme, a lo que hacemos», dice, es la clave. Sin duda, los enfermeros cubanos que cumplen misión internacionalista en Venezuela hacen cotidianas hazañas como estas.

José Ramón, a pesar de los prejuicios de la práctica de este oficio por los hombres, tuvo claro su destino. «Desde pequeño me gustaba ayudar a las personas», insiste. A lo cual sumó, contando con devoción, que su mamá, enfermera también, ha sido un faro en su camino profesional.

En Pedernales estuvo durante su primer año de misión. Allí no solo se incorporó a la sociedad del recóndito territorio, a las costumbres y cultura de su gente, sino que también hizo posible un sueño que jamás pensó realizar: asistió alrededor de 54 partos.

Su compromiso con la atención de calidad al pueblo venezolano y su valía ante las complejidades en un centro de salud lo trajeron hasta el CDI California Sur, en el estado Miranda, donde se desempeña hoy como enfermero emergencista.

Para él, joven de solo 33 años, «un buen enfermero se caracteriza por ser humanista, tener ética profesional y responsabilidad». Su labor va más allá de «administrar bien un medicamento», sino quetambién debe «preocuparse por el dolido que está en una cama, preguntarle cómo se siente, pasarle la mano, tocar su corazón y hacer suyos sus problemas».

José Ramón recuerda con singular cariño su trabajo en Cuba. Su faena diaria es en el área de hematología. «Es una sala muy triste», dice. Ello le afectó inicialmente hasta hacerlo llorar. «Atender a un paciente que te pide que no lo dejes morir, y regresar luego del descanso y ver la cama vacía ha sido de los momentos más desafiantes en el plano emocional».

No obstante, tantas vidas salvadas compensan de alguna manera esos episodios difíciles. «Estoy y estaré siempre orgulloso de ser enfermero. Somos los salvadores del mundo –asegura- pues durante la pandemia de la Covid-19 dimos el paso al frente, junto a los médicos, noche y día, sin descanso».

Actualmente, más de 3000 enfermeros de la Mayor de las Antillas prestan servicios en esta nación suramericana, con esa medicina cubana tan milagrosa que es la empatía.

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