Lloyd Austin, el jefe del Pentágono de Estados Unidos, lo aseguró: «No tenemos ninguna prueba de que Israel comete genocidio en Gaza». Y, seguidamente, aseveró: «Estamos comprometidos con ayudar a Israel a defender su territorio y a su pueblo».
Sobran palabras y ejemplos en los que se ha puesto de manifiesto la determinación de los gobiernos estadounidenses, causa principal de que no haya habido siquiera un cese el fuego que ponga contención a la matanza antipalestinos encabezada por el premier israelí Benjamín Netanyahu.
A fin de cuentas, se sabe seguro de que no será condenado ni obligado a detener lo que sí es un verdadero genocidio, y no solo por sus acciones en los últimos seis meses, sino por las decenas de años de exterminio de la población palestina, a la cual le han usurpado sus tierras y sus viviendas.
En el caso de lo que sucede en Gaza, la expresión de que «una imagen vale más que mil palabras» no ha tenido valía para los gobiernos de Estados Unidos, porque son innumerables las imágenes transmitidas al mundo que evidencian, con toda nitidez, el concepto de «tierra arrasada» puesto en práctica por el régimen sionista.
Es una total inmoralidad no reconocer el genocidio ni actuar para detenerlo.
La humanidad observa la manera brutal como se masacra a miles de niños y mujeres palestinas, mientras los hospitales y las escuelas son convertidos en escombros, bajo los cuales mueren, lentamente, quienes quedan vivos pero atrapados, muchos de ellos menores, que no alcanzan a comprender por qué les arrebatan la vida cuando apenas comienza.
¿Qué otra prueba haría falta para que, quienes sostienen a Israel y admiten el genocidio que comete, actúen civilizada y humanamente?
El Secretario de Defensa, cabeza ejecutiva de la maquinaria de guerra estadounidense, además de pretender esconder lo que todos han visto, delata la complicidad de su país en el crimen.
Decir que Estados Unidos no tiene pruebas del genocidio israelí contra la población palestina es respaldar lo que allí ocurre.
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