ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

Por esas casualidades de la vida, terminaba de leerme la novela Sueñan los androides con ovejas eléctricas, de Philip K. Dick, cuando, husmeando en los archivos de un vendedor del «paquete» semanal, encontré un tesoro, o mejor, tres.

Entre la lista de filmes del «paquetero» aparecía la película Blade Runner, de Ridley Scott, estrenada en 1982, acompañada de la secuela de Dennis Villeneuve, Blade Runner 2049, y Blade Runner: Black Lotus, dirigida por Shinji Aramaki y Kenji Kamiyama.

Fue suficiente para pasar varias noches sumergido en el universo distópico recreado por los cineastas, a partir del texto de Philip K. Dick.

Como sucede casi siempre, sin restarle méritos a la película de Ridley Scott, me quedo con el libro.

Blade Runner (Cazador implacable) es una película ambientada en la ciudad de Los Ángeles del año 2019, donde los avances tecnológicos han provocado la decadencia del ser humano.

Aquí caben unas preguntas: ¿Se diferencia mucho esa sociedad de la ficción de nuestra realidad? ¿Diverge esa ciudad caótica, cubierta de anuncios publicitarios de luces de neón, de las urbes superpobladas de hoy?

Bueno, no tenemos replicantes –al menos aún no los conocemos–, pero sí lluvia ácida, desastre climático, consumismo exacerbado, guerras… y nos sobran blade runners dispuestos a exterminar a todo el que consideren inferior, diferente, subhumano.

Si alguien tiene alguna duda al respecto, que haga una visita a la Franja de Gaza, donde el sionismo aniquila, ante los ojos del mundo, a todo un pueblo.

Puede recorrer, si lo desea, la frontera sur de EE. UU., donde milicias paramilitares cazan migrantes ilegales; puede leer o escuchar los discursos de los neonazis, o de los teóricos del «gran reemplazo», para que vea las semejanzas.

Los replicantes de la ficción son seres creados por ingeniería genética, semejantes a sus autores humanos, construidos incluso con la misma materia. El protagonista de la cinta, el cazador Deckard, ve en estos seres a meras máquinas que no sienten ni padecen, por lo que está justificado «retirarlas» sin cargos de conciencia.

Los blade runners no tienen reparos en destruirlos, pues los repudian, los consideran inferiores. En este término es quizá donde la novela supera al celuloide, y en el posible significado cartesiano del nombre del protagonista, Deckard, que queda mucho más claro en el libro.

El cazador implacable de la novela no «retira por retirar», no extermina por exterminar, no desconoce su misión. Como los actuales, su tarea está justificada por una filosofía, por un pensamiento, sus víctimas «no son humanos», «no tienen alma», por ende, son descartables.

Al final de la película, el blade runner Gaff deja, en el suelo de la casa de Deckard, un unicornio de origami, todo un símbolo, un mensaje que puede significar: «sé lo que sueñas, también eres un replicante».

El mensaje se presta a diversas interpretaciones, pero se me antoja creer que el realizador quiso advertirnos sobre algo esencial: todos somos iguales. ¿Acaso no soñamos todos con ovejas eléctricas?

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