
Cuando el cielo vomita metralla solo queda cerrar los ojos, poner las manos sobre la cabeza, y dejar que una lágrima construya su cauce por una mejilla «maquillada» con el polvo de los edificios derribados.
La desesperación lleva el nombre de cada víctima de la agresión de Israel a Palestina. Mientras quienes mandan las bombas anuncian nuevas y sangrientas embestidas, con una tranquilidad pasmosa, decenas de personas huyen, se resguardan, esperan piedad.
¡Qué humanidad tan cruel y descabellada! Millones de usuarios de sitios de redes sociales ahora quieren lucir coquette, y su mayor preocupación radica en seguir con desenfreno la moda del momento. Mientras ellos callan, sumidos en sus propias banalidades, un pueblo se marchita, lentamente, como una flor aplastada por la bota.
Quienes azuzan los conflictos no participan en ellos. Quienes los sufren, poco pueden hacer para acabarlos. Los medios de comunicación hablan de estadísticas y tanto las han repetido, de forma mecánica, fría, que los lectores leen sobre los más de 27 700 muertos en Gaza, fruncen el ceño, y pasan la página.
Ya han dicho que no habrá tregua y se ordena una ofensiva contra Rafah. Una nación es arrasada ante nuestros ojos y en cada acto de silencio se halla escondida la complicidad.
Cada diez minutos muere un niño palestino en Gaza, denunció la onu casi al inicio de la contienda. Mientras un ciudadano X toma su taza con sofisticación en un café de lujo, un niño deja de sonreír producto de la guerra. Mientras de este lado del mundo alguien devora decenas de reels de moda, una vida se apaga. Mientras los ricos son cada vez más ricos, otro ser humano pierde su aliento vital. Mientras Elon Musk se ufana de haber implantado con éxito un chip en el cerebro humano, otro corazón se detiene a golpe de metralla.
En el mundo todo parece marchar igual, porque nadie sopesa la verdadera magnitud del sufrimiento ajeno hasta que prueba el dolor en sus propios zapatos.
¡Qué espeluznante debe ser el sonido de las bombas! ¡Cuánto desasosiego puede aguantar el corazón de una madre que pierde a su hijo! ¡Cómo se puede vivir huyendo de la barbarie, de un lado a otro, en total desesperación!
Imagine abrir su ventana y ver la ciudad humeante, los cuerpos amontonados en el piso, la sangre por todos lados. Imagine correr de un lado a otro, no dormir, apenas comer con el nudo en el estómago. Imagine perder a toda su familia de un tajo, o quedar mutilado para siempre. Imagine tener la certeza de que en cualquier momento una bomba vendrá por usted.
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