El pasado domingo, 17 de diciembre, un nuevo proyecto de Constitución en Chile fue rechazado por la mayoría de la población: un 55,76 % lo rechazó, y un 44,24 % lo aprobó.
El año pasado, otro proyecto –el primero elaborado en el gobierno de Gabriel Boric– fue descartado por un 61,8 % del electorado, lo que evidencia, sin lugar a duda, la preferencia por la Constitución elaborada durante la dictadura de Augusto Pinochet.
Un despacho noticioso de RT explica que el proyecto, sometido ahora a referendo, fue hecho por un Consejo Constitucional con mayoría de militantes de la derecha y de la ultraderecha. También recuerda que el común denominador entre ambos procesos es que no hubo consensos, ni puntos medios, ni equilibrios ni acuerdos.
¿Por qué para los chilenos se ha hecho tan difícil eliminar las ataduras constitucionales de aquella Carta Magna, si se sabe que sustentó la cruel dictadura?
Acudo a lo que me contaron algunos colegas chilenos, cuando en los días del traspaso de poder, de Pinochet a Patricio Aylwin, el 11 de marzo de 1990, estuve en Chile como periodista, y pude familiarizarme con un ambiente que se debatía entre la esperanza y la incertidumbre, debido, principalmente, a que muchas ataduras de los largos años dictatoriales quedaban intactas o solo recibían cambios cosméticos, sin ir a las raíces.
Al recibir la banda presidencial, Aylwin afirmó: «Hoy se restablece la democracia en Chile». Sin embargo, unos días después, se hizo evidente lo que todavía hoy me sorprende: la distancia entre aquella «democracia» que –se suponía– llegaba para transformar a Chile, y la realidad heredada de la dictadura.
Fueron años estremecidos por las 2 279 muertes provocadas por los militares golpistas, cientos de torturados, desaparecidos y los que tuvieron que huir del país como única salida para salvar sus vidas, lo que contrasta con la otra realidad, recogida en una Constitución hecha a la medida para favorecer a los culpables o, cuando menos, para dejar perpetuados los acápites sobre los cuales se asienta el neoliberalismo implantado como modelo de gobierno.
No fue casual entonces que la transición hacia un gobierno democrático estableciera, por su predecesor Augusto Pinochet, limitaciones de todo tipo en el orden constitucional que, entre otras cosas, permitiera que el dictador permaneciera como jefe de las Fuerzas Armadas hasta 1998, que el Cuerpo de Carabineros se mantenga hasta hoy, que muchas iniciativas para transformar aquel status quo fueran desechadas por las presiones del Ejército, y que el Congreso de la República, unas veces con mayoría de derecha y centroderecha, mantuviera el rumbo constitucional vigente.
Lo que vive hoy Chile en este orden no está separado de una realidad en la que se muestra a una oligarquía, un Ejército y otros sectores del poder económico, como exponentes de un modelo de país que no necesita cambios constitucionales, sea la centroderecha o la centroizquierda la que ocupe la Presidencia.
En Chile existen raíces sin arrancar de árboles que fueron plantados en los años de la más feroz dictadura, encabezada por Augusto Pinochet.
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Renato Peña dijo:
1
20 de diciembre de 2023
08:55:00
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