ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

Crece la superexplotación laboral en el mundo, denuncia un enjundioso artículo de Edgar Isch, quien califica el momento actual como el de mayor explotación capitalista, al tiempo que deplora la creciente agresión neoliberal a la naturaleza, «al grado de poner en riesgo la vida humana y de innumerables especies».

Edgar, académico y asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE), tiene claro que el mundo sufre hoy la mayor explotación de la fuerza de trabajo, aunque parezca menos visible «y más intencionalmente oculta desde el poder».

Todos los datos indican lo grave de la situación y cómo ella lleva a un claro despertar de la clase obrera internacional -persuade el analista, y denuncia que, tras la pandemia como agravante, se registra el mayor aumento de la pobreza desde la Segunda Guerra Mundial.

«Al menos un 8% de empleados en el mundo están en pobreza extrema con menos de 1,9 dólares al día, y un 13% más viven con ingresos inferiores a 3,10 dólares, lo que implica ser pobres», reseña el texto de referencia.

Tras asegurar que «tener trabajo no significa salir de la pobreza»,  el también exministro ecuatoriano de Medioambiente asegura que en el mundo del trabajo existen 207 000 000 de trabajadores visiblemente desempleados, y un 60% de la fuerza laboral en actividades informales, «viviendo de día en día».

«La burguesía –denuncia Edgar– tiene un enorme ejército de reserva para bajar salarios y derechos de los trabajadores y sus familias; la mitad de la población mundial, 4000 000 000 de personas, están excluidas de cualquier forma de protección social».

Años atrás, continúa el el catedrático, como consecuencia del neoliberalismo y (otros) mecanismos, en los países asiáticos se impuso el sobretrabajo como la ética del trabajador; en Japón debieron inventar un nuevo término, «Karoshi», (muerte por exceso de trabajo).

En el 37% de las empresas en la Tierra del Sol Naciente, según el experto, los empleados cumplen hasta 80 horas extras impagas al mes, «manera más directa de lograr un incremento de la plusvalía creada por el trabajador (la cual), tras la reducción de salario, llega íntegramente a los bolsillos de la clase dominante».

Como otro ejemplo de sobreexplotación laboral Edgar Isch menciona  a Corea del Sur, «pocos meses atrás se planteó subir el máximo de horas (laborables) a la semana, desde las 52 actuales a la increíble suma de 69, arruinando totalmente la vida de trabajadores de ambos sexos; la enorme oposición de la juventud impidió este despropósito».

El articulista también deplora las condiciones de trabajo, que, según él, «en muchos casos se trata de esclavitud pura y simple; (…) en nuestros días hay más esclavos que en ningún otro momento de la historia, sostiene». 

Solo entre 2016 y 2021 -abunda el experto- hay un incremento de 2,7 millones de personas sometidas a labores forzosas, lo que lleva a la Organización Internacional del Trabajo (OIT) a reconocer que en el 2021 existían 49 600 000 personas en condiciones de esclavitud. «¿Saben cuántos son, saben dónde están?», se pregunta, y cuestiona, «¿hacen algo para evitarlo?».

La situación de la mujer trabajadora es peor -apostilla-, como promedio mundial, por un mismo trabajo ganan un 20% menos que los hombres, y son niñas y niños -dijo- los otros grandes perdedores en las relaciones capitalistas actuales».

El artículo cita estimaciones mundiales, las cuales ubican en 160 000 000 la cifra de menores en situación de trabajo infantil. Las cosas van para peor cuando, por ejemplo, en 2022 en EE.UU. se estimó que había 4 000 niños trabajando ilegalmente, «pero –deja claro– se oculta el problema; no hay datos exactos desde 1970. Sin embargo, al menos en ocho de los 50 Estados en los últimos años aprobaron medidas que permiten mayor explotación del trabajo infantil».

«Lo señalado hace que se incremente la tasa de explotación laboral, aún en los campos, en los que no parecía que fuera tan grave, (…); los cambios en las condiciones laborales, con o sin uso de la inteligencia artificial y nuevas formas de automatización, son maneras de pretender que los trabajadores paguen por la crisis creada y que beneficia a los grandes patronos», concluye Edgar Isch.

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