
Según Roca Zayas (2021) la masculinidad hegemónica es «lo que comúnmente llamamos machismo» y debemos entender como el «conjunto de creencias, costumbres y actitudes que sostienen que el hombre es superior; es la figura más importante, dueño del poder y representante del ser humano (Roca Zayas, 2021). Este concepto –que marca el género y no el sexo biológico– se refiere a «los roles sociales, comportamientos y significados prescritos para los hombres en cualquier sociedad y en todo momento» (Kimmel y Aronson, 2004), de modo que «las masculinidades son producidas en el interior de las instituciones de la sociedad y a través de nuestras interacciones cotidianas». (Idem)
Para Haywood, Johansson, Hammarén, Herz y Ottemo (2018), la clave para la comprensión de la masculinidad radica en que ella es constituida mediante la suma de las siguientes fuerzas o tensiones: hegemonía (aporta voluntad de alcanzar y ejercitar poder a través de formas ideológico-culturales), homosocialidad (verificable en los códigos y prácticas regulatorias de la relación entre hombres en ambientes de identidad heterosexual), homofobia (rechazo e incluso odio a cualquier conducta o expresión asociable a la homosexualidad), y heteronormatividad (aparato conceptual que propone que la sociedad se organiza alrededor (y al servicio) de los varones heterosexuales.
La masculinidad hegemónica está profundamente conectada a nociones que –al tener origen y fundamento sociocultural (como el machismo, la hombría, la virilidad o la llamada masculinidad tóxica)– pueden ser transformadas mediante intervención terapéutica, cultural, comunicativa y educativa. Así, al no ser resultado inevitable de condicionantes biológicas, las actitudes y prácticas que, al respecto, manifiestan los sujetos suelen obedecer a presiones ejercidas sobre niños y hombres «para que desempeñen y se ajusten a roles específicos».
Esto implica modelar un sujeto que encarna todo aquello que –en una sociedad y época determinada– nos es propuesto como el ideal de «ser hombre» y que descansa en los siguientes cuatro «mandatos» o exigencias tácitas: a) ser proveedor, b) protector, c) procreador y d) autosuficiente (Robles, 2022). Tal proceso apunta a una construcción en la que participan la familia, los grupos escolares o del lugar de residencia, compañeros de trabajo, producciones culturales de diverso tipo, líderes sociales, etc.
Semejante entramado se extiende e infiltra en ambientes laborales o de estudio, escenarios de producción y/o consumo cultural, prácticas de ocio y sociabilidad cotidiana, relaciones familiares o en la más reducida intimidad. En este punto es importante destacar que «las mujeres también materializan y producen el significado y las prácticas de la masculinidad». (Idem) El carácter compulsivo de este sistema de presiones –jerárquicamente organizadas, desplegadas, ejercidas, vigiladas y controladas– hacen de la educación y habitación dentro de normas de masculinidad hegemónica, un tejido de poder que genera ansiedad, violencia, humillación, baja autoestima, inseguridad y una enconada degradación de hombres y mujeres.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA:
Haywood, Chris; Johansson, Thomas; Hammarén, Nils; Herz, Marcus y Ottemo, Andreas. The Conundrum of masculinity: Hegemony, Homosociality, Homophobia and Heteronormativity. New York: Routledge, 2018.
Kimmel Michael y Aronson, Amy. Men and masculinities: a social, cultural, and historical encyclopedia. Santa Barbara, California: ABC – Clio, 2004.
ONU Mujeres Guatemala. Profundicemos en términos: Guía para periodistas, comunicadoras y comunicadores. Guatemala, 2016.
Robles, Claudio ... [et al.] Del dicho al hecho: las nuevas masculinidades y sus contradicciones en la praxis. San Justo, Argentina: Universidad Nacional de La Matanza, 2022.
Roca Zayas, Alcides Alejandro. Glosario de educación integral en sexualidad _ 1000 Términos, conceptos y definiciones. La Habana: Dirección de Ciencia y Técnica – MINED, Sello Editor EDUCACIÓN CUBANA. 2021.
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