Desde 1959 Cuba decidió apartarse del camino impuesto por naciones poderosas y construir su propio modelo social, político y económico. Más allá de las burdas tergiversaciones y los razonamientos frívolos de los que no han ahondado en el estudio de la historia, las relaciones que luego existieron con la Unión Soviética y Venezuela nunca fueron de la misma naturaleza colonial que el vínculo con España o Estados Unidos. Esa realidad, esa soberanía han convertido a nuestro país en víctima de acoso y hostigamiento.
Una guerra multidimensional se ha librado con nuestro país, contra el proyecto socialista que intentamos impulsar, con errores y aciertos. Todo lo que sea beneficioso para Cuba o todo el que representa algo bueno que se haga aquí, será blanco de la maquinaria mediática del terror. En esa persecución perenne, la economía tiene un papel preponderante. ¿Y cuáles son nuestras mayores potencialidades económicas?
No hace mucho circulaba en las redes la inclusión de Cuba entre los destinos «más cool» para viajeros jóvenes en 2023. Medios que no guardan afecto alguno hacia el socialismo cubano, como El País, han publicado recientemente que venir a la Isla no está mal. Con todo y que tenemos «un sistema político y económico más que criticable», en sus palabras –el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra– somos una isla fascinante, llena de lugares increíbles y gente amable.
Las reacciones de algunos de los más conspicuos protagonistas e impulsores del acoso y hostigamiento contra nuestro país no se hicieron esperar.
Las primeras «razones» esgrimidas por nuestros enemigos son las políticas, por supuesto: somos una «cruel dictadura», no hay libertad…, lo de siempre. También aluden a una inseguridad que no es tal, si comparamos a Cuba con los países de la región o incluso del mundo, con todo y que puede haber un aumento de la actividad delictiva, como sucede en cualquier crisis.
Y, por supuesto, aunque estén hablando de turismo, deslizan la carta mágica de los presos políticos, desempolvando a viejos mártires de los que ya ni ellos mismos se acuerdan, como aquel simpático señor que se daba golpes contra una mesa mientras gritaba: «¡Quiñones me está metiendo!».
En un arrebato comunista, los otrora apasionados del libre mercado llegan a criticar los precios desorbitados del sector privado o la cesión temporal, en calidad de usufructo, de tierras ociosas para la inversión rusa. Todo vale cuando se trata de capitalizar la crisis económica, de cercenar cualquier posible solución. Un dizque analista lo confesaba en una entrevista para un medio de propaganda anticubana: «Cuba está en una transición, pero no es la transición que nosotros queremos».
Las «razones» para no visitar nuestro país se han ido multiplicando según el discurso de los odiadores: la escasez de combustible, el deterioro de edificaciones, el deficiente transporte público… En fin, realidades innegables en muchos casos, pero que se instrumentan para agredir a Cuba, para impedirle precisamente que se recupere. Porque si el turismo no contribuye a mejorar la situación, como ellos dicen… ¿por qué dedican tanto tiempo y energía a menoscabarlo?
Cercar a Cuba, impedirle cualquier vía de abastecimiento, cualquier forma de oxigenar la realidad: esa es la meta. Ya sea con sabotajes, terrorismo, campañas propagandísticas contra la imagen del país, manipulando la opinión pública contra determinada alianza, satanizando el modelo que escogimos; las diferentes tácticas tributan a un mismo fin: intentar aislarnos y acrecentar nuestras dificultades cotidianas. Y que, en el proceso, el pueblo no identifique esa agresión permanente, que vea al Gobierno cubano como su enemigo.
Atacar al turismo no es una forma de «quitarle dinero» a la «cruel dictadura», es solo otra expresión de ese bloqueo, de esa guerra multidimensional que busca provocar hambre y desesperación, para que los que estamos en Cuba terminemos haciendo lo que ellos, tan lejanos, no supieron ni tuvieron el valor de hacer.
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