En ocasión de la Cumbre del G7, Joe Biden visitó, en Hiroshima, el Monumento a la Paz; la misma ciudad sobre la que el 6 de agosto de 1945 otro presidente estadounidense, Harry S. Truman, ordenó lanzar la bomba nuclear que acabó con la vida, de manera inmediata, de al menos 140 000 personas. Truman nunca pidió perdón a Japón ni al mundo por aquel horrendo crimen.
Esta vez Biden tampoco se disculpó. Según lo que Jake Sullivan, asesor de Seguridad Nacional, adelantó a la prensa desde el avión presidencial, esto no sucedería, porque Estados Unidos considera que aquellos ataques fueron necesarios para acelerar la rendición de Japón durante la Segunda Guerra Mundial.
No es filosofía de los gobiernos estadounidenses pedir perdón, aun cuando se sabe responsable de incontables bombardeos, agresiones, invasiones, ocupaciones y sanciones en las últimas ocho décadas.
El 24 de marzo de 1999, otro presidente de Estados Unidos, el demócrata William Clinton, ordenó bombardear Yugoslavia –sin consultar al Consejo de Seguridad de la ONU–. Durante 78 días y noches se lanzaron miles de bombas con uranio empobrecido, mataron a más de 3 000 civiles, incluyendo niños; se destruyeron hospitales, guarderías infantiles, emisoras de televisión, embajadas, viviendas, puentes y otros inmuebles. Y Clinton nunca pidió perdón ni al pueblo yugoslavo ni a la ONU, ni a la comunidad internacional.
El 20 de marzo de 2003, otro presidente de Estados Unidos, George W. Bush, lanzó una salvaje guerra contra el pueblo de Iraq. Bombardeos indiscriminados, uso de armas prohibidas, cárceles donde practicaron crueles torturas… Las víctimas fueron casi un millón, entre fallecidos, heridos y mutilados. Y George W. Bush no pidió perdón al pueblo iraquí ni al mundo, aunque luego, sin ruborizarse, reconoció cínicamente que era falsa la información de la CIA sobre la existencia de supuestas armas de destrucción masiva.
Son muchas las solicitudes de disculpas sobre acciones criminales emprendidas por los gobiernos estadounidenses, que jamás han pedido perdón, menos indemnizar a sus víctimas.
Cuba, como otras naciones, más que el que le pidan perdón, exige la supresión de una política asesina que solo pretende asfixiar y destruir a su pueblo, por no acatar los designios del imperio del norte.
Sin embargo, y volviendo al perdón, eso es pedir demasiado a los paladines de la prepotencia y la coerción, menos en un concilio concebido para subyugar, pues en la Cumbre reciente del G7, los mandatarios de los países de ese bloque, con alguna excepción, se concentraron en ofrecer más armas y recursos para la guerra, invertir cifras multimillonarias en ayuda militar, sin escatimar amenazas y provocaciones contra China y Rusia.
Si no tienen voluntad de paz, ¿qué ánimo van a tener para pedir perdón? El arrepentimiento no es negocio.
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