
Usar a la migración como arma política puede ser peligroso. Haciéndole honor al nombre de esta columna, puede terminar siendo de «doble filo», o si se quiere añadir pólvora a la fórmula retórica, el tiro puede «salir por la culata». A Estados Unidos le ha sucedido más de una vez. En su afán por mostrar a cualquier modelo alternativo como un fallo desastroso, han abierto sus puertas en pose de anfitrión magnánimo para recibir a los «perseguidos», a los «supervivientes»… pero si el país emisor no colapsa y los inmigrantes siguen llegando, entonces se aburren y cierran de un portazo.
El ejemplo paradigmático de estas inconsistencias en materia de regulación migratoria ha sido la política imperial con respecto a Cuba. Negándose a tramitar visas y, a la vez, promoviendo de manera tácita la migración irregular, han conseguido que en tiempos de crisis (también mayoritariamente inducidas o agravadas por sus «buenas intenciones»), los cubanos zarpen al mar o se aglomeren en sus fronteras. Y en cada crisis, funcionarios estadounidenses han tenido que terminar sentados a la mesa de negociación con sus homólogos de la isla, para la firma de acuerdos; o anunciando medidas que contradicen su discurso de «acogedora bienvenida».
Así sucedió en los 80, tras el éxodo del Mariel, o en los 90 con la crisis de los balseros. Y así ocurrió hace par de días, cuando Lord Biden anunció medidas más severas para atajar el raudo crecimiento de inmigrantes. Pero, ¿cómo rechazar a los inmigrantes que llegaban seducidos por sus cantos de sirena, buscando el american dream?
El gobierno estadounidense decidió usar con los cubanos una táctica ya utilizada con los venezolanos, y que logró reducir hasta en un 90 % el flujo migratorio irregular desde esa nación sudamericana (o al menos eso dicen ellos): una norma sanitaria, conocida como Título 42, que les permite negar el acceso a territorio de Estados Unidos a personas que no puedan acreditar estar debidamente vacunadas (asumo que Soberana, Abdala y Mambisa no son de las «vacunas debidas») y que no tengan un «patrocinador», una persona con abundante liquidez que sirva como fiador para que el potencial inmigrante no termine siendo una carga para ese Estado.
En el caso de las personas que no puedan ser deportadas por lo regulado en ese Título 42, seguirá rigiendo lo relativo a la audiencia de «miedo creíble»: deberá demostrar que se vio obligada a ingresar de manera ilegal a Estados Unidos por estar huyendo de un régimen opresor y que, en caso de ser devuelta, peligraría su integridad física o, incluso, su vida. Para los cubanos esto implica que tendrán que demostrarle a un juez que son los perseguidos políticos más sanos del mundo.
Biden, como en tantas otras cosas, optó por continuar el método Trump en cuanto a las relaciones diplomáticas y a la regulación migratoria con respecto a Cuba. Y, como es evidente, fracasó. Ha tardado en rectificar, es cierto, pero va dándose cuenta de que debe cambiar de táctica (que no de estrategia)… aunque lo más probable es que fracase igual.















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Eduardo dijo:
1
7 de enero de 2023
09:16:47
Domingo R. dijo:
2
28 de marzo de 2023
05:29:14
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