
Caracas, Venezuela.–El camión de matrícula colombiana se desplazaba sobre el puente Simón Bolívar, desde el norte de Santander hacia el Táchira venezolano, y un vehículo similar hacía el recorrido inverso. La bandera de colombiana flameaba en uno, la de Venezuela en el otro; sonó el claxon; estallaron aplausos.
Ocurrió a las diez de la mañana del 26 de septiembre del actual año, sobre el principal cruce fronterizo entre las dos naciones, minutos antes del estrechón de manos, allí mismo, entre el presidente Gustavo Petro, y Ramón Velásquez, titular de transporte de Venezuela.
El presidente colombiano elogió el suceso, el ministro venezolano anunció que los pasos fronterizos quedaban reabiertos, y a través de Twitter celebró también Nicolás Maduro: «el intercambio y la cooperación entre nuestros pueblos empiezan con buen pie».
Tras siete años de desencuentros, corporaciones, empresarios y pobladores de un lado y del otro, veían restablecidos los nexos que jamás debieron romperse, porque, como dijera el propio Gustavo Petro, «cualquiera que mida los flujos de comercio internacional, culturales, de población, encontrará siempre que la mayor cantidad se realiza entre vecinos».
Antes de esa manía antibolivariana iniciada con el arribo de Ivan Duque a la silla presidencial de Colombia, los puentes Simón Bolívar, y el Francisco de Paula, asumieron el grueso del intercambio comercial colombo-venezolano, que en el 2008, sobrepasó los 7 000 000 000 de dólares.
Mas, por obra y maldad de un Duque protegido y estimulado desde Washington, en su agresividad contra Venezuela, la tradicional hermandad a lo largo de los más de 2 200 kilómetros de frontera común transmutó en escenario de actividad terrorista de narcotráfico e incursiones paramilitares desde Colombia hacia territorio vecino.
El momento más peligroso de esa agresividad registra una operación disfrazada de humanitaria, complot internacional para entregar armamento en territorio de Veneuela a los enemigos del proceso bolivariano. A partir del frustrado intento el tránsito vehicular por el enlace terrestre fue clausurado.
La expresa y permanente voluntad del gobierno de Nicolás Maduro, de restablecer el estratégico paso, encontró cause con la llegada de su par colombiano a la Casa de Nariño; el sueño se consumó el mismo día que un avión de la compañía venezolano, Turpial, reinauguraba el enlace aéreo entre Caracas y Bogotá.
En la propia estructura de hierro y cemento, otros puentes –culturales, parlamentarios y diplomáticos– antecedieron a la reapertura del Simón Bolívar. Allí se reencontraron legisladores y diputados de ambos países, también sus respectivos embajadores, y hasta los protagonistas de un encuentro binacional de poesías, lleno de simbolismo –que no romántico–.
Tan solo 26 días después de reabierta la vía terrestre, las estadísticas en ese lapso registraban más de 1 550 toneladas de mercancía intercambiadas a través de ella, por valor de 2, 25 millones de dólares, según Germán Umaña, ministro colombiano de Comercio, Industria y Turismo.
Los números, aunque simbólicos todavía, asoman el potencial económico de un cruce, cuyo alcance se proyecta más allá de las dos naciones; Gustavo Petro esbozó su deseo de ver al Simón Bolívar convertido en eslabón de una cadena mayor, extendida «desde Guyana hasta la Patagonia argentina, en un esfuerzo por promocionar una integración sudamericana (…) pasos que podrían ser el inicio de un mercado común». «Pasos firmes para avanzar», dijo por su parte Nicolás Maduro, tal vez con la vista puesta en el mismo rumbo.















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