El gran reto de Luiz Inácio Lula da Silva, para conducir la política brasileña luego de su elección como Presidente, tal vez sea el de devolver la esperanza a su pueblo, a los habitantes de las favelas, a los indígenas que ven cómo su hábitat se destruye sin que el Gobierno del actual mandatario Jair Bolsonaro haga algo para revertirlo.
Devolver la esperanza, por ejemplo, a quienes perdieron, de un día para otro, los servicios de Salud de médicos y enfermeros mediante un programa sin precedentes allí, y que un día el actual mandatario suspendió con gesto de arrogancia e ignorancia, porque provenía de Cuba.
En sus palabras al pueblo el propio domingo, cuando le fue informado que sería el próximo Jefe de Estado, Lula afirmó que «el mundo extraña a Brasil».
Y explicaba: «Ese país soberano que hablaba en igualdad de condiciones con los países más ricos y poderosos y, al mismo tiempo, contribuía al desarrollo de los países más pobres. El Brasil que apoyó el desarrollo de los países africanos, que trabajó por la integración de América Latina, América del Sur y el Caribe, que fortaleció el Mercosur y ayudó a crear el g-20, la Unasur, la Celac y el Brics. Hoy le decimos al mundo que Brasil ha vuelto, que Brasil es demasiado grande para ser relegado al triste papel de paria del mundo».
Es un desafío enorme romper con el modelo neoliberal bajo el cual una nación enorme, rica en recursos naturales y otros, tiene que construir el camino para bajar o eliminar los actuales indicadores de pobreza, hambre, insalubridad y falta de educación.
Por supuesto, nada será fácil para el nuevo mandatario, una vez que asuma la Presidencia en enero próximo.
Tendrá que lidiar con un Congreso con más de 500 diputados, en el que solo 200 escaños están ocupados por los sectores más a la izquierda, y en cuyo seno las alianzas deben ser parte de la estrategia para sacar adelante planes y leyes necesarios para el proyecto social que se propone el líder obrero.
Tampoco tendrá mayoría entre los gobernadores, y deberá apelar a fórmulas novedosas para que el ejercicio de gobierno no se convierta en un modo de confrontación permanente.
En este contexto, quizá el silencio de Jair Bolsonaro, una vez conocida su derrota en las urnas, tenga que ver con un ejercicio de meditación sobre cómo enfrentar la adversidad. No parece que pueda acudir a la descalificación del escrutinio ni a infundados fraudes.
Es posible que Bolsonaro prepare cómo actuar dentro del propio sector opositor que forma parte del poder en Brasil, para el cual el ultraderechista podría aparecer como un líder, a fin de cocinar nuevas arremetidas electorales en años venideros.
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