ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Monumento a los mártires de Barbados, a la entrada del aeropuerto de Maiquetía. Foto: José Llamos Camejo

MAIQUETÍA, LA GUAIRA, Venezuela. —La aeronave parece sostenida en el aire, resistida a la muerte, aferrada a las vidas que lleva en el vientre, y como resuelta a negarle placer al golpe y a sus autores. 

Abajo, en la profundidad del océano –minutos después, se intuye–, peces y otros animales marinos, cómo aturdidos ante los cuerpos despedazados en lo alto y arrojados al mar por la barbarie –ininteligible también para ellos. 

Afuera, en la orilla, la misma reacción se adueña de unos exponentes minúsculos del mundo vegetal, que parecen estupefactos, a juzgar por sus poses.

Son aquellas y estos, metáfora del desconcierto ante el crimen, arabescos del alma, interrogantes del mundo representadas a relieve sobre la pared del monolito en memoria de las víctimas del repugnante suceso. Grabada en lo más alto del rectángulo pétreo, la voz de Cuba indignada, vibrante, adolorida todavía: «¡cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla!».  

Juntos regresan la indignación y el dolor frente al monumento, a escasos metros de la puerta por donde el viajero entra a la terminal aérea de Maiquetía, en el estado La Guaira. Se agitan los pechos en el andén, solo de pensar, por ejemplo, que, entre las víctimas, Virgen María Felizola, la de menos edad, apenas tenía 17 años. Eran muy jóvenes en su gran mayoría, casi adolescentes. Los otros asesinados, los mayores, dejaron huérfanos, viudas. Aún se les llora.

Estremece imaginarlos aquí, sobre este andén, horas antes de ingresar a la terminal: al cuello las medallas de oro y las sonrisas al aire, los chistes, las ocurrencias, las travesuras típicas de esas edades, los rasgos de cubanía.

Morir asesinados no estaba en sus planes, pero sí en los de la CIA y en la fauna de origen cubano, émulos del fascismo. Lo peor es que hoy, quienes financian, arman y entrenan a terroristas en suelo estadounidense, para, a sangre y terror someter a Cuba, lo hacen al impulso de la misma maldad, del mismo odio, y bajo la misma impunidad que los amparó del castigo.

La intolerancia que movió a los autores y ejecutores del crimen de Barbados no es distinta a la que mueve a quienes persisten en el intento de rendir a cualquier precio a la Isla. Lo mejor es que su sueño, una y mil veces trocará en pesadilla.

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