Doce candidatos estarán en la boleta el próximo 2 de octubre, para que 156 millones de votantes elijan al nuevo Presidente de Brasil. Las encuestas ubican al expresidente, Luiz Inácio Lula da Silva como favorito (con un rango del 45 % al 51 %), lo que podría garantizarle la victoria en primera vuelta.
En segundo lugar aparece Jair Bolsonaro, con una estimación de voto entre un 27 % y un 30 %, de acuerdo con el Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag). El escenario no parece indicar que algún otro candidato pueda colarse en la pugna entre Lula y Bolsonaro, pues Ciro Gomes nunca superó el 10 % ni Simone Tebet el 2 %, y el resto de los contrincantes ni siquiera sobrepasa el 1 %.
La encuesta del Instituto Datafolha –la primera que se publicó desde el inicio oficial de la campaña electoral el 16 de agosto–, continúa dando como favorito al líder del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT).
Los números varían en cada encuestadora, pero algo está claro: serán unas elecciones muy polarizadas, con un distanciamiento de Lula y Bolsonaro de los otros candidatos postulados por partidos de centro que intentan surgir como alternativas, pero se mantienen sin posibilidades.
Con estas previsiones, el equipo de campaña de Bolsonaro se empieza a desesperar e intenta buscar votos entre la población católica, teniendo en cuenta que el gigante sudamericano es el país con mayor número de católicos del mundo. Sin embargo, la estrategia no funciona del todo: recientemente asistió a una misa católica, pero tuvo que ir con un chaleco antibalas.
Su campaña para la reelección está basada, fundamentalmente, en ensuciar la personalidad de Lula, manipulando y divulgando información falsa. Al mismo tiempo, Bolsonaro no presenta un programa que pueda entusiasmar, ni tiene nada que ofrecer como logro tras sus cuatro años de Gobierno, considerados –dentro y fuera de Brasil– como un total fracaso, tanto en lo económico como en política exterior, y que deja a 30 millones de brasileños sufriendo de hambre, según datos de la Red Penssan.
Durante su estancia en el Palacio de Planalto (2019-2022), la inflación aumentó deliberadamente, el desempleo no paró de subir y los precios de los combustibles y la energía alcanzaron máximos históricos. A su vez, la pandemia de la COVID-19 demostró el irrespeto del mandatario hacia la vida y los profesionales de la Salud.
Por su parte, Lula –que estuvo en el poder entre 2003 y 2010– renace como ave Fénix de todas las acusaciones en su contra, y pide a sus votantes «cambiar de nuevo la vida del pueblo», con un programa de campaña basado en la inclusión y la igualdad de género, en políticas medioambientales sostenibles, con garantías en materia de Salud Pública y la recuperación económica como punta de lanza.
Lula se hace acompañar, en su carrera hacia la presidencia, por Geraldo Alckmin, un católico conservador que redondea la fórmula para un próximo Gobierno en el gigante sudamericano.
En medio de las pugnas por el poder, una pregunta –preocupante– se mantiene sobre el ambiente: ¿Aceptará el presidente Jair Bolsonaro los resultados? Existe una gran posibilidad de que el ultraderechista no los reconozca. Ha atacado a las máquinas de votación electrónica de Brasil diciendo que están plagadas de fraude y a los funcionarios electorales «por estar alineados contra él».
Además, ha insinuado que disputaría cualquier derrota a menos que se realicen cambios en los procedimientos electorales, alistado a los militares brasileños en su batalla, y les dijo a sus seguidores que se preparen para luchar.
Ante este panorama, se obtenga el resultado definitivo en primera vuelta, o durante el balotaje el próximo 30 de octubre, aún les quedan muchas jornadas de incertidumbre a los brasileños.















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