ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
El espíritu del Moncada, es el mismo de quienes, desde la brigada Henry Reeve, enaltecen la Medicina cubana. Foto: Ricardo López Hevia

Puerto Ayacucho, Venezuela.–«Ahora nuestro Moncada es aquí», dijo alguien, cuando la tragedia trocó en bruma el verdor intenso de la selva en Maroa, y, hundidas en el dolor, las juveniles miradas de la Isla en estos predios se hicieron paisaje triste; se había inmolado uno de los suyos, en el acto de salvar una vida infantil.

Veintinueve años tenía el héroe de esta historia; artemiseño, y enfermero de profesión. En Venezuela llevaba algo más de un mes; su quijotesco viaje empezó –¡vaya simbolismo!– en el mismo sitio que 69 años atrás vio partir a los moncadistas.

Damián Fonseca Marlutica se sumó al asalto de amor, que, lanzado por Fidel y Chávez en suelo bolivariano hace casi dos décadas, tiene por escenario a la amazonía, donde hace siglos la indiferencia levantó muros contra la vida indígena; un cuartel que merece asalto.

Se desplazaba un día entre el hogar y la residencia el joven, y en las corrientes del Amazonas,  advirtió a la pequeña indefensa, camino a la muerte; fue por ella y la devolvió a la orilla. Despótica la corriente, obró contra él, y extraviado el cuerpo entre el agua furiosa, recaló más abajo sin vida. Trágica, pero hermosa la victoria de adrián; la niña vive, y de otra manera él, agregándole razones a una martiana sentencia: «la muerte» da lecciones y ejemplos (…) de esos enlaces continuos se va tejiendo el alma de la patria».

Ese tejido tiene un eslabón en Adrián. Nació del ejemplo, cuarenta años después de asaltadas las fortalezas de oprobio, en Santiago de Cuba y Bayamo, suceso del que la Isla aprendería su más importante lección: si la causa es justa, y consecuentes los defensores, aparentes derrotas acabarán en victorias. Fidel, cerebro y alma de aquellas acciones lo tenía claro en la embestida contra el Moncada.

«Podrán vencer dentro de unas horas, o ser vencidos», arengó el joven abogado, en la Granjita Siboney, antes de salir; «pero (…) de todas maneras el movimiento triunfará. (...) Si ocurriera lo contrario, el gesto servirá de ejemplo al pueblo de Cuba».

Semanas después del descalabro militar, consecuencia de los azares y del extravío de un grupo de asaltantes en la Ciudad Heroica, asesinados decenas de moncadistas, perseguidos algunos, prisioneros los otros, el propio líder del movimiento, con tesis irresistibles empezaba a revertir la derrota. El viraje fue, de acusado en acusador.

En las condenas de hasta 25 años de cárcel, que recayó sobre Fidel y sus compañeros, alguien tal vez presagiaba el final. Pero, ideales y principios en ristre, los Jóvenes del Centenario y su jefe, rejas adentro hicieron una Prisión Fecunda, y con respaldado popular, 18 meses más tarde, de nuevo estaban en libertad.

Desde entonces a la Revolución no le han faltado tretas, venidas de un monstruo que la odia, la persigue y la hiere, sin que haya podido alcanzar sus propósitos; frente a él se empina siempre la lección del Moncada; «llevábamos en nuestras almas un sueño revolucionario y ningún propósito de resignarnos a los factores adversos», insistiría el Comandante en Jefe.

De aquel ejemplo brotó el «aquí no se rinde nadie», tras la adversidad de Alegría de Pío. De él nació la Voluntad Hidráulica contra mortales inundaciones, cuando un terrible huracán dejó desolado al país.

Inspirado en esa resurrección se hizo respetar el tableteo de fusiles patrios, en Girón, el Escambray, Etiopía y las selvas de Angola. Es el mismo espíritu de quienes, desde el Henry Reeve, enaltecen la medicina cubana, con estocadas al ébola, el cólera o la COVID-19, en Italia, Perú, Paquistán, África o Suramérica. 

¿Acaso no fue un Moncada el joven Cardoso Villavicencio, bunker moral frente la tortura y la soledad, en una cárcel de África? ¿Tendrían referente mayor Los Cinco, para, erguidos resistir la prisión estadounidense, hasta su regreso triunfal?

Moncada fue la proeza de los científicos, cuando algunos pregonaban el funeral del socialismo cubano en el remolino de una crisis pandémica, con brutal cinismo agravada por arribistas medidas, que les cortaron el paso a cuantos fármacos, insumos médicos o alimentos intentaban arribar a la Isla.

Disparando Abdala, Soberanas, Mambisa, se levantó Cuba otra vez, triunfal y esperanzadora; en sus bulbos, «humedad de amor bravío», igual navega el amanecer de la Santa Ana.

Frente a las duras encrucijadas de hoy, cuando uno ve el sudor en rostros noveles y experimentados, que desafían las embestidas térmicas de una caldera, en Felton o cualquier central del país; cuando se sabe de similares faenas en otros sitios, vuelve con la certeza, la esperanza de al fin y a tiempo ver desplegado ese mismo paisaje, en disímiles frentes. Cuba lo espera; lo necesita. La Isla tiene en cada corazón un Moncada; y se salva así, con actitud inmune a consignas huecas.

Esa sería la versión más útil, el enlace continuo que la patria teje con hechos, inspirada en los Moncadistas, y validada en sus hijos, por jóvenes como Adrián en su triunfo doloroso y hermoso, cuando con su vida salvó una inocencia indígena en el Amazonas venezolano

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