ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Juárez ilumina hoy las batallas de toda Nuestra América contra el despotismo imperial. Foto: Yaimí Ravelo

«Venció en la hora inevitable del descrédito, al imperio», dijo José Martí, al evocar a Benito Juárez, «el indio descalzo», fallecido el 18 de julio de 1872, tras 66 años y 119 días de una vida que se negó a sí misma el sosiego, porque la justicia y el bien los necesitaban.

La memoria agradecida de Cuba lo trajo en semanas recientes, cuando Miguel Díaz-Canel Bermúdez colocó la Orden José Martí en el pecho de su par mexicano, exponente de una postura, como la de amplios sectores de su país, resuelta a defensa de la Isla y contra el acoso estadounidense.

Hay en eso un legado del Benemérito, al pie de cuyos restos –y no por casualidad– reposan los de Anastasio Parrodi y Pedro Ampudia Grimarest, cubanos hermanos de armas de Juárez, en sus grandes batallas.

De allá proviene la savia hermanadora del México querido y bravío, abrigo y retaguardia de Martí, Mella, Fidel, Che Guevara, Ramiro, Almeida, Raúl… Venerables hijos de Cuba, ellos supieron de la solidaridad azteca, reeditada siempre en las horas cruciales, para decirle NO al intento de aislarnos en Punta del Este; ofrecer su pecho de soldado, como El Cuate al timón del Granma; Lázaro Cárdenas, frente al amago de invasión gringa, y el presidente Andrés Manuel López Obrador en tiempos actuales. Esa lealtad la inició y la vertebra  Benito Juárez. «Si volviese a vivir, quién no le besase la mano agradecida», escribiría el Héroe Nacional de Cuba, en alusión al de México.

Juárez de la humanidad, pudiera decirse, y no sería exgerado.  No fue  romanticismo lo que inspiró la hermosísima carta de Victor Hugo, dirigida al luchador mexicano, en la que que reconocía la resistencia contra los invasores franceses. «Europa se abalanzó contra América. Por un lado, dos imperios; por otro, un hombre con otro puñado de hombres (…) tuvo usted por ayudante al sol (…) llevó a cabo una guerra de gigantes, a golpes de montaña. Un día (…) vimos a los dos imperios caer, la enormidad de la usurpación en ruinas; sobre estos escombros, un hombre de pie: Juárez; y al lado, la libertad».

«Usted hizo tal cosa, y es grande», encomió Victor Hugo antes de advertir «lo que le queda por hacer es más grande aún (…).

Sigue ahí el Benemérito, agigantado en tiempos como estos, de lealtades crecientes y no extinguidas traiciones. Serena y firme con él nuestra América, que asume acaso, frente al despotismo imperial, el pedido del célebre escritor francés al héroe nuestroamericano: «después del rayo, muestre la aurora..., y a los déspotas, los principios».

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