Un recordatorio a los anfitriones de la Cumbre de las Américas: los más reconocidos diccionarios de la Lengua Española definen la palabra «excluir» como «descartar, rechazar, relegar, apartar, aislar…». ¿Qué han pretendido los gobiernos de Estados Unidos –sino aislarnos– en su política contra Cuba en estos más de 60 años?
Valga ahora lo contrario, es decir, el antónimo de excluir: «admitir, incluir, incorporar…», es decir, lo que nunca han hecho, aunque siempre la ponen por delante a la hora de aplicar políticas para asfixiarnos, aquello de que «son medidas para ayudar al pueblo cubano».
Es que el odio, la impotencia y las sinrazones empañan la visión de quienes, a su paso por la Casa Blanca, se aferran a obsoletas ideas de la época neocolonial, en su pretensión de que todos, como mansos corderitos, hagamos lo que ordenen desde la guarida imperial.
Me atrevería a afirmar que es totalmente imposible, ya transitando por el siglo XXI, seguir aplicando políticas que para nada corresponden a estos tiempos, y más en la América, que Martí llamó «nuestra», donde el modelo neoliberal impuesto desde Estados Unidos solo ha provocado que sea la región más desigual del planeta.
Pongo en contexto un ejemplo, de los que casi nada se escribe por parte de los monopolios mediáticos occidentales: en Puerto Rico, por tratarse de un «Estado Libre Asociado» –lo más parecido a una colonia– sus habitantes no pueden acceder a la misma red de seguridad social que otros ciudadanos estadounidenses.
Y para que se tenga en cuenta cuán grande es la mutilación soberana de la nación, todavía hoy las decisiones en temas fiscales, financieros, políticos, económicos, de defensa y de migración, son adoptadas en EE. UU.
Esta situación se ha tornado más crítica debido a las políticas de austeridad que han llevado a mayores recortes en la educación especial y los servicios Sociales de los boricuas. Cada día más personas con discapacidades, o que cuidan niños con necesidades especiales, se ven obligadas a mudarse a uno de los 50 estados para recibir ayudas, a las cuales deberían tener derecho como ciudadanos de ese país.
Eso es resultado, sin duda alguna, de cómo Estados Unidos aplica la «inclusión» en su estrategia hegemónica contra los pueblos de América, todavía mutilada por gobiernos de cuyas agendas la Doctrina Monroe no ha sido borrada.
Son tiempos en los que la administración estadounidense no debería apostar por la arrogancia con su práctica de excluir; sino acudir a su antónimo: admitir, incluir, incorporar, como única manera creíble de hacer política en una América nuestra, no como si fueran dueños y pudieran actuar a su libre albedrío.
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