La película tiene varios años. Décadas. Es un atípico filme de ciencia ficción, que utiliza un escenario irreal y «futurista» para recrear una historia muy antigua: la de adversarios que hallan puntos en común, que establecen alianzas, primero suspicaces, y luego de profunda lealtad. Enemigo mío es su título en español, y cuenta la historia de un ser humano que tiene que «hacer las paces» con un individuo de una raza alienígena, maquillado a lo Star Trek. Humanos y alienígenas están en guerra, pero estos dos personajes, atrapados en un planeta hostil, luchan juntos y se convierten en amigos, hermanos.
Las guerras, históricamente, han sido fratricidas: hombres muy poderosos han lanzado hordas de soldados a la muerte, por intereses egoístas que suelen maquillarse con símbolos gloriosos, como la nación, el destino manifiesto, el espacio vital, etc. En esas guerras, seres humanos que nada tienen en contra, que pertenecen a la misma especie, se convierten en carne de cañón para que sus verdaderos enemigos, los que viven de la explotación tanto en la paz como en periodos bélicos, lucren y se vuelvan cada vez más pudientes.
Por supuesto, hay guerras necesarias: las que unen a hombres de bien contra un bando que solo sabe ejercer violencia. Así fue la guerra de Martí contra España, sin odio; así fue la guerra contra el apartheid en África. Son batallas contra enemigos bien ponderados, que no han dejado otra alternativa para el logro de la justicia.
Todo parte de saber quiénes son nuestros verdaderos adversarios. La Revolución, sometida a un asedio constante desde su triunfo (y aun antes), ha hecho muchos enemigos, cuyos intereses son irreconciliables con el proyecto de nación que defendemos. Pero hay un margen amplio de personas que, sin coincidir con todo lo que se plantea desde la Revolución, no deben ser considerados enemigos. Solo aquellos que son «incorregiblemente reaccionarios» militan en las filas contrarias: con el resto, se debe siempre dialogar, hallar puntos en común. Eso también forma parte del ejercicio de poder político revolucionario, de la perenne construcción de una nueva hegemonía para el socialismo.
Incluso, pasando revista a muchos que sí son enemigos a conciencia de la Revolución, adversarios ideológicos guiados por intereses diametralmente opuestos a los nuestros, no podemos pensar en ellos sin cierta dosis de gratitud. Dentro de ese margen amplio de personas que no comulgan con nuestro discurso existe una gran cantidad que a diario se convence de la pertinencia de la Revolución, no por lo que decimos, sino por lo que dicen y hacen aquellos que intentan avasallarnos. En buena medida, el sector más abyecto de la contrarrevolución es uno de los pilares hegemónicos fundamentales del proyecto socialista: al ciudadano promedio le aterra que puedan llegar al poder.
Como en aquella película de naves espaciales y guerras alienígenas, debemos forjar alianzas con aquellos que creen ser nuestros enemigos pero que en realidad no lo son: no tienen que serlo. Y para con aquellos con los que el diálogo es ineficaz, para esos adversarios acérrimos que supuran odio por cada poro de la piel, las gracias por lo que son y parecen. No son una amenaza real, no merecen nuestra preocupación o nuestro odio. Son enemigos entrañables, que robustecen a nuestro bando con su conducta errática e inmoral. En todo caso, seamos empáticos o guardémosles un poco de lástima a esos «enemigos nuestros»: es difícil militar en el bando de la victoria inimaginable.















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Luis Fonseca Téllez dijo:
1
7 de mayo de 2022
19:20:23
Roberto Lopez dijo:
2
7 de mayo de 2022
19:27:00
Graciela Reyes Gonzalez dijo:
3
9 de mayo de 2022
10:57:09
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