ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: istockphoto

Cuando era niño, mis padres me enseñaron que era feo espiar a los demás por el hueco de la cerradura. En esa época, casi todas las cerraduras tenían un ojo. En Roma hay una cerradura famosa: la del portón del priorato de los Caballeros de Malta, en el Aventino, junto a la casa general de la Orden Dominica, sobre la que se alza la cúpula de la Basílica de San Pedro. Los turistas hacen fila para mirar por ella.

Espiar a alguien por la cerradura es invadir su privacidad. Algo saludable en la cultura animal (y no solo en la de los humanos) es la separación entre lo público y lo privado. Quien camina por el bosque rara vez encontrará un pájaro muerto en el suelo. Muchos animales tienen pudor. Se cobijan en madrigueras, nidos, cuevas y cubiles.

La postética de la sociedad consumista rompió el límite entre lo público y lo privado. Que lo digan los paparazzi. Una persona famosa ya no tiene derecho a la privacidad. El público quiere saber también qué come, con quién se acuesta, cuánto tiene en la cuenta de banco. La estrella es devorada por su club de fans. El asesinato de John Lennon fue un acto de canibalismo. Y la autofagia ha llevado a la muerte a muchos artistas, como Michael Jackson y Amy Winehouse. Cuando un artista muere de una sobredosis es porque ya no soporta la realidad en la que vive. Se siente impelido a emprender un viaje sin retorno...

Leí en un reportaje que Paul McCartney se encontraba en Hyde Park paseando con su pequeño hijo. Se le aproximaron fans ávidos de fotos y autógrafos. El artista les dijo que se encontraba en un momento privado y se libró del asedio. Contó también que no soporta el tráfico de París. Prefiere andar en metro. El periodista le preguntó: «¿Y no lo reconocen?». «Sí» –dijo el exBeatle– «pero me disfrazo con una gorra y espejuelos oscuros, y nadie cree que soy yo».

El ejemplo más famoso de ese síndrome del voyerismo a través de la cerradura es Big Brother. El programa creado en Holanda por John de Mol Jr. en 1999, inspirado en la célebre novela 1984, de George Orwell, no ha tenido en ningún país más éxito que en Brasil, donde se encuentra en su 22da. edición. El 17 de enero obtuvo en su debut 30,2 puntos en el pico de audiencia. Cada punto representa 76 577 televisores encendidos en el Gran São Paulo. Faustão na Band [1], que se estrenó la misma noche, obtuvo 9,5.

La fórmula de Big Brother se resume en derribar el muro que separa lo público de lo privado. Millones de espectadores abren las ventanas de sus dispositivos electrónicos y siguen, en tiempo real, la intimidad de una tribu de caníbales captada por 11 cámaras. Son caníbales, porque, allí adentro, todos saben que solo uno saldrá victorioso y se embolsará 1,5 millones de reales. (Se calcula que el programa le rendirá a la Red Globo 700 millones de reales). Cualquier traspié es motivo para decretar la muerte del otro. Y eso se ve reforzado por una multitudinaria cantidad de seguidores que, a distancia, como los dioses del Olimpo, deciden el destino de los competidores.

Es un juego. Como en todo juego, hay vencidos y vencedores. Fue exactamente eso lo que percibieron los antiguos griegos y, siglos después, la sicología: en el juego, en el deporte, la pulsión humana encuentra su espacio de catarsis. Y no hace del adversario un enemigo.

Pero Big Brother no tiene comparación con el teatro griego. Y propaga la cultura del hueco de la cerradura, favorecida ampliamente por las redes digitales, en las que predomina el narcicismo. En ese juego de espejos, el usuario muestra, para deleite o envidia de quienes comparten su nicho, lo que comió en el almuerzo, la noticia del periódico que despertó más su atención, el libro que lee y hasta fotos y mensajes privados intercambiados con amigos íntimos. El pez cayó en la red...

Si una persona postea en Instagram, Whatsapp, Facebook o cualquier otro canal que se cortó superficialmente la mano con el cuchillo de la cocina, el receptor se convierte de inmediato en retransmisor, y lo que se le dijo a uno resuena en miles. Como quien cuenta un cuento, cada quien aumenta algo, y no será sorprendente que al día siguiente haya quien diga que a fulano le amputaron una mano...

La cultura del hueco de la cerradura ha alcanzado tales proporciones que, si un compañero de nicho deja de dar noticias, recibe un torrente de interpelaciones. «¿Estás enfermo?». «¿Por qué no has posteado?». «¿Qué es de tu vida?».

Avieso como soy a la invasión de la privacidad, sé muy bien cómo es eso. El derecho a resguardarse se ha convertido casi en una afrenta a los amigos. Ahora el axioma ya no es «pienso, luego existo». Es «existo, porque me exhibo». Como diría Chacrinha, multitudes alzan las manos con la esperanza de que les tiren el bacalao...[2]

[1] Faustão na Band es un programa de variedades brasileño emitido desde el 17 de enero de 2022 por la Red Bandeirantes. Su presentador es Fausto Silva.

[2] Chacrinha era un comediante de la radio y la televisión que gozó de una enorme popularidad en Brasil.  En un momento, los dueños de supermercados se encontraron con un excedente de bacalao en sus inventarios y le pidieron ayuda al comunicador. Este comenzó a lanzarle piezas de bacalao al público como parte de su espectáculo. Las ventas del producto volvieron a aumentar.

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