Si la atacan, Rusia enfrentaría a la OTAN y a EE. UU., los que, huraños, han optado por el cerco económico financiero, y el cierre de las llaves del petróleo y gas del gigante euroasiático, por el conflicto en Ucrania. Pésimo cálculo. Como los estallidos que han destruido más de 3 800 objetivos militares ucranianos, las sanciones antirrusas hacen añicos la tranquilidad de Joe Biden, quien clama por un «sedante», nada menos que ante Venezuela.
No habrá que rescatarlo en el este de Ucrania, bajo un fuego al que desde lejos empujó a miles, varados hoy en ciudades eslavas, en manos de nacionalistas que los usan como carne de cañón, con la venia de la OTAN y de la Europa obediente; Biden, lejos del conflicto, lo atiza cual María Ramos: le vende armas y se lava las manos.
Pero, como la metralla, que inducida por Occidente en interés propio, truena en Járkov, Mariúpol, los alrededores de Kiev..., las sanciones esparcen esquirlas inflacionarias que les han subido el precio a los combustibles y la presión arterial al mandatario estadounidense. Políticos y analistas advierten que el «colesterol» financiero derivado de las medidas antirrusas inflará las venas productivas, los servicios, el costo de la vida, y que deprimirá millones de estómagos ya famélicos.
A Biden no lo desconcierta esto último, si al fin y al cabo los millonarios no pasarán hambre; mas, el costo de sus lujos tiende a crecer, y compromete el apoyo de los stablishments en las naciones ricas, hacia quienes las gobiernan o pretenden hacerlo.
La gran potencia intenta evadir la hecatombe económica desatada con el castigo a Rusia por un conflicto que EE. UU. provocó, al amparo de la misma élite que vende como «culpable» al país gobernado por Vladímir Putin. Mal elegidas las sanciones y el blanco, Washington también sufre los efectos de su propio castigo.
A Venezuela se ha dirigido el mandatario estadounidense para salir de la encrucijada; le apremia suplir el petróleo ruso y, para ello, le ha dado a Juan Guaidó otro puntapié político en el trasero, en procura de un «salve» ante Nicolás Maduro. El gesto es revelador.
EE. UU., aunque dijera otra cosa, siempre tuvo muy claro que Maduro es el legítimo presidente de Venezuela; ahora ¿medita o simula? un ademán «reconciliatorio» motivado por el afán de hidrocarburo. No es descartable la posibilidad de que una comitiva suya, de visita en días recientes en Miraflores, junto a la gestión de petróleo pretenda socavar la alianza ruso-venezolana.
Reconocer al gobierno bolivariano y a su presidente legítimo, Nicolás Maduro, levantarle las sanciones ilegales impuestas, devolverle el patrimonio usurpado, y respetar su independencia, son premisas para el reinicio de vínculos que, en ningún caso, implicarán reducir el apoyo al pueblo y gobierno rusos, han reiterado las autoridades bolivarianas. Actúan por principios frente a un imperio oportunista y calculador, que lo hace con desespero, y por conveniencia.















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