Cuando miro el noticiero me pregunto si la humanidad ha retrocedido. Al asistir al debate entre Trump y Biden llegué a la conclusión de que el destino del mundo está hoy, mayoritariamente, en manos de personas irresponsables, que no tienen el menor pudor de admitir que su principal compromiso es con el sistema financiero, aunque eso se traduzca en hambre, muertes y devastación ambiental.
Biden me parece menos malo que Trump. Hace décadas que no me engaño sobre el carácter de los ocupantes de la Casa Blanca. Kennedy, tan pregonado como demócrata, buen chico y católico, era un arribista. En el libro El lado oscuro de Camelot, Seymour M. Hersh cuenta que, en 1960, el padre de Kennedy se reunió con el líder mafioso Sam Giancana, a quien le prometió que una vez que su hijo fuera presidente se haría de la vista gorda con la mafia, siempre que esta canalizara dinero hacia su campaña electoral. Según Hersh, ese acuerdo le consiguió los votos decisivos de Illinois.
Cuando asumió la presidencia en 1961, el número de asesores estadounidenses en Vietnam no pasaba de algunos centenares que Kennedy a continuación multiplicó hasta llegar a 16 000. Ese mismo año, poco antes de la invasión a Cuba por tropas mercenarias entrenadas por la CIA, Kennedy aprobó un plan para asesinar a Fidel Castro. Y cuando se produjo la invasión, canceló el apoyo aéreo que les prometiera a los exiliados anticastristas, crucial para el éxito del desembarco por Bahía de Cochinos. Hersh afirma que la decisión del presidente representó «una sentencia de muerte» para los mercenarios.
Obama, quien recibió inmerecidamente el Nobel de la Paz (2009), fue el primer Presidente de Estados Unidos que gobernó durante ocho años sin que el país no estuviera, ni un solo día, involucrado en una guerra. Les dio seguimiento a las agresiones a Irak y Afganistán, e inició los conflictos con Siria, Libia, Somalia, Paquistán y Yemen.
A pesar de eso, los grandes vehículos de los medios de comunicación occidentales, cuando detentaban la hegemonía de la narración, maquillaron las imágenes de Kennedy y Obama para presentarlos como «buenas personas». Eso terminó. Porque ahora las redes digitales han quebrantado esa hegemonía y, de alguna manera, han democratizado la información (y también la desinformación) al abrirle un espacio a la versión de las víctimas.
Eso es desesperante para los dueños del poder, porque les permite a todos ver que «el rey está desnudo». Ahora que se han roto las reglas todos sabemos que una parte considerable de la población mundial está en manos de personas irresponsables e inmaduras como Trump, Bolsonaro...
Ese populismo sin ningún apego a la verdad y a los hechos no es propiamente fruto de las redes digitales, sino de una cultura forjada a partir de la convicción de que el capital privado es la prioridad absoluta. Por tanto, los valores éticos solo sirven para adornar la retórica.
Ese descaro recuerda a una familia de corruptos que recibe con finos modales a invitados para una cena de gala. Estos se forman su impresión de la casa-mundo por el exuberante jardín y la lujosa sala. Pero ahora, gracias a las redes digitales, hay invitados que también entran por la puerta del fondo, donde se acumula la basura.
Y al final de la noche sorprenden al anfitrión agrediendo a su mujer; a la sirvienta obligada a limpiar el vómito de los borrachos; a los guardias de la mansión cenando la cajita de comida traída por la empresa para la que trabajan, aunque hayan sobrado faisanes y langostas en las fuentes de plata.
Es ese mundo abierto de par en par por la puerta del fondo el que nos permite ver, indignados, a dos hombres que se disputan el poder en el imperio más poderoso de todos los tiempos –los Estados Unidos– intercambiando despropósitos como dos chiquillos que discuten a voz en cuello durante el recreo de la escuela, cuál de sus familias tiene el auto más potente.
Las redes digitales funcionan como lupas. Y al aproximarnos a esos personajes histriónicos confirman lo que canta Caetano Veloso en Vaca profana: «de cerca nadie es normal». Lamentablemente. esos líderes nunca le prestan oído a los versos de Billy Blanco en El banco del distinto: «No habla con el pobre, / no le da la mano al negro/ no carga paquetes. / ¿Para qué tanta pose, doctor? / ¿Para qué ese orgullo? (…) / La vanidad es así / pone al tonto en lo alto / y quita la escalera, / pero se queda cerca esperando sentada / tarde o temprano / el tonto acaba en el suelo».
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Carlos Alberto dijo:
1
22 de octubre de 2020
09:11:58
Osmani dijo:
2
22 de octubre de 2020
16:29:32
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