ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Cuadros dolorosos, como este, fueron estampados en My Lai por soldados gringos el día del crimen que aún permanece en la impunidad. Foto: AVN

A ras de techo, acaso en vuelo de muerte, los helicópteros Cobra merodeaban el amanecer de My Lai aquel 16 de marzo de 1968. El presagio terrible provocó la estampida hacia el templo situado a mitad de la aldea. Y allí estaban ellas ante el Dios de bronce, arrodilladas.                                                                                                                          

Eran cerca de veinte mujeres, la mayoría con un niño en los brazos o con los latidos de una vida nueva en el vientre. En sus manos, la tradicional varita de incienso que pudieron tomar en la desesperada carrera, para ofrendársela a la deidad, implorando la salvación.                    

Pero una ráfaga de fusiles silenció todo, lo oscureció todo. Los cuerpos se desplomaron ante los ojos del Dios de bronce, callaron para siempre, los niños no pudieron nacer ni crecer.

A esa misma hora, cerca de allí un grupo de aldeanos eran arrojados en una zanja y ametrallados. «Un niño de dos o tres años, cubierto de lodo y sangre, gateaba sobre los cuerpos –cuenta un testigo de cargo–, Wíllian Calley, jefe del pelotón, lo devolvió a la zanja y le disparó».    

Otro plano de la barbarie gringa durante aquella mañana se registró en un refugio ocupado por mujeres y niños: «la única forma de sacarlos de ahí es con una granada de manos», dijo el oficial Stephen Brooks, y le arrojó el artefacto. 504 personas, entre ellas 182 mujeres (17 embarazadas), y 73 niños, incluidos 56 bebés, murieron en My Lai ese día.

CONTEXTO                                                                                                            

My Lai es una aldea de Quang Ngai, provincia del centro-sur vietnamita. La compañía Charlie, a la cual pertenecía el pelotón que cometió el crimen, arribó allí en diciembre de 1967. Sus adversarios eran «invisibles», pero los hostigaban a toda hora, con trampas, minas y otros medios irregulares, que los yanquis no podían descifrar.

Bajo el pretexto falso de que en My Lai se escondían guerrilleros, se realizó la operación contra los civiles. Michael Bernhardt, otro testigo de la barbarie, admitió no haber visto, «vivo ni muerto, ningún varón en edad militar en todo el lugar. Todo fue una venganza».

Calley fue declarado culpable del crimen, condenado a cadena perpetua –pura farsa–, e indultado luego por Richard Nixon. Cualquier semejanza con otras barbaries imperialistas, no es pura casualidad.

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Félix López dijo:

1

5 de abril de 2020

21:38:30


Lo recuerdo, tengo presente otras atrocidades. Es imperdonable lo que hicieron y siguen haciendo.

Michel Vega dijo:

2

6 de abril de 2020

01:53:07


Criminales de guerra, no fueron a la Haya como ninguno de los Yankees criminales de guerra.