El Boletín de Científicos Atómicos, una publicación académica bimensual relacionada con la supervivencia y el desarrollo de la humanidad, que se edita desde los bombardeos criminales de ee. uu. sobre la ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, alertó en su último número que los seres humanos continúan enfrentando dos peligros existenciales simultáneos: la guerra nuclear y el cambio climático, agravados por un multiplicador de amenazas, la guerra de información cibernética, que socava la capacidad de respuesta de la sociedad.
Respecto a la segunda gran amenaza, señala la publicación que aunque creció la conciencia pública internacional sobre la crisis climática, la acción gubernamental está lejos de cumplir con los desafíos, dada la ausencia de planes concretos o políticas eficaces para limitar aún más las emisiones de dióxido de carbono que están alterando el clima, lo que se puso de manifiesto en las limitadas acciones acordadas en las reuniones de la onu el pasado año.
Cambios abruptos e irreversibles
Sin embargo, 2019 fue uno de los más cálidos registrados, una ola de calor en todos los sitios posibles, con incendios forestales extensos y devastadores; el derretimiento más rápido de lo esperado del hielo glacial o inundaciones sin precedentes en Europa y África.
En diciembre pasado, Petteri Taalas, secretario general de la Organización Meteorológica Mundial (omm), al presentar su informe anual, reconoció que la «situación está empeorando» y «es más urgente que nunca proceder con acciones de mitigación». «Estamos rompiendo récords de temperaturas todo el tiempo», señaló.
El secretario general de la onu, António Guterres, sumó su preocupación al afirmar que «los desastres naturales relacionados con el clima se están volviendo más frecuentes, letales y destructivos, y están teniendo mayores costos humanos y financieros».
Por su parte, la revista Nature, publicó recientemente un estudio en el cual científicos del Instituto Potsdam y otras prestigiosas instituciones internacionales alertaron que la aceleración de la pérdida de hielo y otros efectos del cambio climático han «acercado peligrosamente» al planeta a cambios abruptos e irreversibles, conocidos también como puntos de inflexión o de «emergencia climática».
Australia: ¿el Armagedón?
En Australia, sede del más reciente y catastrófico episodio mundial, las llamas arrasaron más de 11 millones de hectáreas de bosques, provocaron la muerte a 33 personas, miles de viviendas y poblados destruidos, pérdidas incalculables de recursos naturales y se señala que el Koala, animal símbolo nacional de ese país, está «funcionalmente extinto», pues se estima que alrededor de 10 000 pueden haber desaparecido en los incendios, mientras es probable que hasta mil millones de mamíferos, reptiles y aves hayan muerto, según las declaraciones del profesor Chris
Dickman, experto en biodiversidad de la Universidad de Sidney, quien da la razón a otros expertos australianos que coinciden en calificar los prolongados y agresivos incendios como la llegada del «Armagedón» o el fin del mundo, por la dimensión de la catástrofe.
«La destrucción tan rápida y en una zona tan amplia, no tiene comparación. Es un hecho monstruoso en términos de superficie y también respecto al número de animales afectados», aseguró Dickman. Los incendios arrasaron una superficie de más de 80 000 kilómetros cuadrados, una cifra superior a las 2 000 viviendas y se asegura que unas 300 especies vean su final muy pronto por los daños a su hábitat.
De acuerdo con la Organización Meteorológica Mundial como consecuencia de los incendios masivos en Australia se han liberado a la atmósfera 400 megatoneladas de dióxido de carbono, un gas que empeora el calentamiento global. A principios de enero de 2020, el aire que carga los agentes nocivos había llegado a Nueva Zelanda, y cruzado el Pacífico para alcanzar Sudamérica, donde se podía observar en Argentina y Chile.
Además de las víctimas fatales, han resultado muy afectados niños pequeños, mujeres embarazadas, ancianos y personas con enfermedades crónicas por la inhalación del humo.
¿Cuáles fueron las condicionantes naturales del desastre en Australia? El año 2019 fue inusualmente caliente y seco, lo que generó condiciones para una temporada de incendios larga y desafiante. Noviembre fue el mes más seco en los últimos 120 años en ese país, con una prolongada falta de lluvias y en diciembre las temperaturas alcanzaron 49,9º c, para marcar el récord del día más caliente en su historia. A lo anterior se sumaron numerosas ráfagas de viento que incidieron en la propagación de los incendios.
Lo peor es que no se trata de algo pasajero o extraordinario. La agencia meteorológica australiana pronostica que el país registrará incrementos futuros en las temperaturas del mar y del aire, factores que esta vez también influyeron en la propagación de los siniestros forestales.
Como detonantes humanos en el caso australiano los medios reflejan dos causales principales: la quema controlada de tierras que se van fuera de control y que ese país tiene una de las emisiones de dióxido de carbono per cápita más alta del mundo (16 toneladas). Hoy, los australianos representan el 0,3 % de la población del planeta pero liberan el 1,07 de los gases de efecto invernadero. Por el primer factor fueron detenidas alrededor de 180 personas y por el segundo el Gobierno ha sido puesto en tela de juicio debido a su compromiso con la contaminante industria del carbón, y carecer de políticas medioambientales efectivas.
Brasil: empoderamiento de los delincuentes del medioambiente
En Brasil, durante el primer año de gobierno de Jair Bolsonaro, fueron arrasadas por incendios masivos intencionales y la tala indiscriminada de árboles, 958 000 hectáreas de la Amazonía, una extensión de selva casi del tamaño de Líbano, que provocó la pérdida más grande de bosque tropical que se ha visto en una década en ese país.
La deforestación creció en un 30 % respecto al año anterior y se produjeron más de 80 000 incendios provocados por oleadas de madereros, ganaderos y mineros envalentonados por el Presidente y con fuertes ambiciones de hacer millones.
En una columna del diario The New York Times, publicada a mediados de diciembre, bajo el título En la Amazonía no hay ley, se afirma que con el gobierno de Bolsonaro «los delincuentes del medioambiente se sienten cada vez más empoderados», y expertos advierten que tal vez pronto los llamados «pulmones del planeta» rebasen su punto crítico y empiecen a autodestruirse, cuando resultan vitales para atenuar el impacto del cambio climático.
La Organización Meteorológica Mundial (omm) calificó a 2019 como un «año de incendios y estrés climático» por los estragos causados por siniestros catastróficos en América del Sur, África, Australia, Siberia y partes del Ártico, Groenlandia y Alaska, que se manifiestan más extensos o grandes, intensos y persistentes, como consecuencia de los cuales suben a la atmósfera cientos de megatoneladas de gases que intensifican el calentamiento global, como el monóxido de carbono, los óxidos de nitrógeno y los compuestos orgánicos no metanos. Al tiempo que la pérdida de millones de hectáreas de bosques conduce a una alarmante disminución de la capacidad de absorción de co2 de la atmósfera.
Cabe aquí el refrán popular de que «cuando las bardas de tu vecino veas arder, pon las tuyas en remojo», pero la vecindad se ha hecho global y nadie escapa al calentamiento planetario o a la responsabilidad de enfrentarlo a tiempo con acciones eficaces.
Son muchas las medidas de prevención y las acciones de persuasión para desarrollar una percepción de riesgo y la responsabilidad individual y colectiva en función de evitar la ocurrencia de un incendio, que pueda desencadenar un siniestro de grandes proporciones y catastróficas consecuencias para la naturaleza y la humanidad.
Cuba desarrolla una estrategia y programa nacional de gestión y manejo del fuego en los bosques, con un carácter multifactorial y abarcador hasta 2025, que se despliega a lo largo de todo el año, pero que extrema las acciones de intervención y prevención entre enero y mayo, los meses más secos y propensos a esos fenómenos, aunque la vigilancia es permanente. Apoyar y participar activamente en la implementación de sus planes de acciones, desde la trinchera de cada quien, resulta clave y es el aporte individual o colectivo al llamado de nuestro Gobierno a pensar como país en defensa de nuestros recursos naturales, que son fundamentales para la vida.
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