ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Tomás Tercero, de 33 años, nos explicó que el Parque de la Memoria no busca cerrar heridas ni obviar la verdad y la justicia sino convertirse en sitio de homenaje, testimonio y reflexión. Foto: de la autora

«Tanta sangre que se llevó el río,/ yo vengo a ofrecer mi corazón».

Fito Páez

Buenos Aires.-Ni una nube se veía en el cielo azul claro. El sol dibujaba trazos brillantes sobre las aguas del Río de la Plata. En un principio, esa mañana, todo fluyó equilibradamente en el Parque de la Memoria: los pasos por los espacios sobrios y despejados; la pausa frente a una propuesta artística que atrajo poderosamente -un libro abierto, de hierro, con letras donde podía leerse que «pensar es un hecho revolucionario»-; y la mirada atenta frente al Monumento a las víctimas del terrorismo de Estado, ante las 30 000 piezas oscuras, de piedra patagónica, de las que solo unas 9 000 tenían timbrado un nombre.

«¿Y las que están sin letras?», preguntamos al joven argentino que nos acompañó en el recorrido. Y él, que ya se había presentado como Tomás Tercero, de 33 años, respondió serenamente: «simbolizan a las víctimas de las que nada se supo».

Por Tomás conocimos que el Monumento a las víctimas del terrorismo de Estado contiene los nombres de los detenidos, los desaparecidos, los asesinados por la represión que perpetrara el Estado desde 1969 hasta 1983. Allí, cuatro estelas de hormigón contienen las 30 000 piezas, de las cuales, las que tienen un nombre, incluyen la edad de las víctimas (todas tan jóvenes…); y en el caso de las mujeres embarazadas, la señalización de ese detalle.

Dos cubanos desaparecidos en 1976 forman parte de la extensa relación de las víctimas: Jesús Cejas, de 23 años, y Crescencio Galañena, de 27. Ambos integraban el colectivo diplomático de Cuba en Argentina, cuando fueron devorados por la ceguera del terror.

La creación del Parque de la Memoria, y del Monumento a las víctimas del terrorismo de Estado, se remonta a los finales de los años 90 del siglo XX, a partir de la Ley 46 de la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, como una experiencia inédita de participación: organismos de Derechos Humanos, la Universidad de Buenos Aires y el Poder Ejecutivo y Legislativo de la Ciudad trabajaron de manera conjunta para la concreción de ese escenario.

El recinto de memoria, como nos explicó al detalle Tomás Tercero, aborda el asunto de los derechos humanos desde una perspectiva histórico-social y relaciona el pasado reciente con problemas del presente. No busca cerrar heridas ni obviar la verdad y la justicia sino convertirse en sitio de homenaje, testimonio y reflexión.

Desde la orilla se veía flotando en el mar, dándonos la espalda, la figura de un hombre delgado, como muy joven: Se llama «Reconstrucción del retrato de Pablo Míguez», nos dijo Tomás sobre una escultura creada por Claudia Fontes (Argentina, 1964), quien se inspiró en el retrato de un adolescente desaparecido a sus 14 años. Foto: Paredes, Angélica

«Esto es algo que la sociedad se debía a sí misma», comentó Tomás, quien dibujó con claridad admirable cómo es que el terrorismo de Estado intenta a toda costa, sin importar el sufrimiento humano, mantener el control absoluto sobre una sociedad desde todos los ámbitos: el económico, el laboral, el de la cultura, el de los estudiantes…: «La sociedad reclamaba saber cómo sucedió todo, y así es que los organismos de derechos humanos impulsaron la frase de “memoria, verdad y justicia”. La memoria para recordar lo que sucedió y que no se vuelva a repetir; la verdad, porque necesitamos conocerla, y la justicia, porque no hablamos ni de venganza ni de reconciliación, sino que planteamos una justicia que debería ser igualitaria para todos los sectores de la sociedad, y es por eso que las abuelas, madres, familiares, hijos, todos, reclaman justicia».

La tristeza, callada, podía llevarse a cuestas, equilibradamente, mientras el recorrido por el Parque de la Memoria bordeaba la franja costera del Río de la Plata. Pero avistar de pronto una escultura que parecía emerger de las aguas grises, fue el detonante de un dolor que solo pudo escapar derramado en lágrimas.

Desde la orilla se veía flotando en el mar, dándonos la espalda, la figura de un hombre delgado, como muy joven. «Se llama Reconstrucción del retrato de Pablo Míguez», nos dijo Tomás sobre una escultura creada por Claudia Fontes (Argentina, 1964), quien se inspiró en el retrato de un adolescente desaparecido a sus 14 años.

«La artista se dio cuenta –contó Tomás-, cuando en 1999 estaban pensando en qué escultura iba a realizar para el concurso internacional del cual saldrían las esculturas destinadas al Parque de la Memoria, de que en 1977 ella también tenía 14 años, la misma edad que tenía Pablo Míguez, cuando lo desaparecieron junto con su madre.

«La estaban persiguiendo (a la madre) por partidaria política, y se supo que a ellos los tuvieron secuestrados en tres centros clandestinos distintos, y justamente se pudo reconstruir la historia de Pablo debido a los testimonios de los distintos testigos de los centros clandestinos. (…) Se pudo reconstruir dónde estuvo detenido Pablo Míguez, y al mismo tiempo reconocer que él fue una de las víctimas de los vuelos de la muerte; por eso es que este parque se ubica en las cercanías del Río de la Plata, porque muchas de esas víctimas fueron lanzadas al Río de la Plata con vida».

-Tomás, ¿cuántas personas habrán sido lanzadas al río?

-No se puede saber porque hoy en día los militares continúan con el pacto de silencio, como mismo el sector de la derecha nos cuestiona el número de víctimas que mantenemos en 30 000. Ellos no tienen nada que cuestionar: se entiende incluso que son más. Ellos buscan enturbiar la discusión.

Como puntillazo al corazón Tomás Tercero explicó que a la mayoría de las víctimas de los vuelos de la muerte las drogaban, para que no pudiesen reaccionar. Fue entonces cuando pensé en mi hija Elena, de casi 14 años, y en cómo, mientras mi generación disfrutaba de una infancia feliz en Cuba, estudiando y jugando con los refrescos a la hora de la merienda escolar, en otros lugares de Nuestra América la vida no valía nada.

Ni una nube se veía en el cielo azul claro. El sol seguía dibujando trazos brillantes sobre las aguas del Río de la Plata. Pero mis lágrimas eran amargas, invisibles en el maremágnum de una civilización que ha cometido crímenes imperdonables.

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