ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

Los hechos ocurrieron consecutivamente, como en una partida de ajedrez. Un nuevo conflicto sacudió, de repente, la volátil región del Oriente Medio ante los ojos del mundo. Pero, tras el telón, varias cuestiones indican que algunas jugadas fueron planeadas de antemano por los actores involucrados.

Primero, el Gobierno de Siria –con el apoyo decisivo de Rusia– retoma el control de más del 60 % de su territorio, luego de la lucha tenaz contra los grupos terroristas. Más tarde, Turquía informaba que el centro de operaciones conjunto con Estados Unidos para el establecimiento de una llamada «zona segura» en el norte de Siria estaría operativo en poco tiempo y, de haber falta de entendimiento con Washington, recurrirían a «planes alternativos». Damasco rechazó el anuncio por considerar el acuerdo turco-estadounidense «ilegal, como un ataque flagrante a la soberanía y la integridad territorial de su país, y una grave violación de los principios del Derecho Internacional y de la Carta de las Naciones Unidas».

Podíamos imaginar cuáles serían los siguientes pasos. El ministro de Defensa de Turquía, Hulusi Akar, pidió a Estados Unidos acabar completamente con su apoyo al Partido de la Unión Democrática Kurda (PYD) y a las Unidades de Protección Popular (YPG); considerados como grupos terroristas por Ankara por su vínculo con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) activo en su nación. No obstante, las ypg fue la alianza kurdo-árabe con la que Estados Unidos trabajó para derrotar al autoproclamado Estado Islámico, en el área de Siria septentrional.

Posteriormente, el Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ordenó la evacuación de casi todas las tropas de su país de la zona y publicó en Twitter: «Es muy inteligente no participar en los intensos combates a lo largo de la frontera turca. Aquellos que nos metieron, por error, en las guerras de Oriente Medio, todavía están presionando para luchar. No tienen idea de la mala decisión que tomaron». Para algunos, Trump daba la espalda a sus aliados kurdos con su postura de «no intervención», pero en realidad la petición turca fue una oportunidad idónea para cumplir una de sus promesas durante la primera campaña electoral: la necesidad de retirar a EE. UU. de todas esas «guerras interminables».

En otras palabras, ¿eligió el magnate Presidente esta carta en busca de votos del electorado estadounidense, en medio de su campaña para la reelección, por encima de la influencia estadounidense en la disputa en la nación del Levante? Esta decisión es otra prueba de su America First en las Relaciones Internacionales, aunque de esta parte del mundo no se irá completamente por razones obvias.

Las fuerzas de EE. UU. «permanecerán en los pueblos que están localizados cerca de los campos petroleros» de Siria, afirmó Mark Esper, secretario de Defensa. Así, buscan crear nuevas bases militares, bajo el pretexto de «proteger» el petróleo sirio.

Además del factor anterior, el sólido apoyo de Rusia e Irán al Gobierno de Bashar al-Assad –con importantes resultados en la contienda–, no auguraba una victoria para los intereses imperiales de la Casa Blanca. Habían perdido poder geoestratégico. Por tanto, mejor dejar el camino abierto a los planes de su aliado de la OTAN, que otro se ocupe del caos, y evaluar tranquilamente la marcha de los acontecimientos.

Luz verde para Ankara

«Con la Operación Fuente de Paz, eliminaremos la amenaza del terrorismo hacia nuestro país. Gracias a la Zona Segura que estableceremos, nos aseguraremos de que los refugiados sirios regresen a sus hogares. Protegeremos la integridad territorial de Siria y liberaremos a las comunidades locales de los terroristas», así anunciaba el 9 de octubre en su cuenta de Twitter el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, el inicio de las operaciones militares en el noroeste de Siria.

Las fuerzas armadas turcas cruzaban la frontera sur con la «misión de prevenir la creación de un corredor terrorista y traer paz al área». De esta manera, la operación comenzó en una porción a lo largo de la frontera de unos 125 kilómetros de largo por 30 de ancho, aunque varios analistas señalan que puede extenderse más allá.

Los beneficios del operativo fueron sopesados detenidamente por Ankara. Por una parte, contener y enfrentar a los «grupos terroristas», enemigos históricos cercanos a su país. Por otro lado, salir del problema étnico, económico, laboral y social ocasionado por los casi cuatro millones de refugiados sirios en su territorio. De ahí que la zona invadida sirva al mismo tiempo de muro de contención y nuevo asentamiento para los asilados, «arabizando» este complejo enclave.

Entonces, había que tomar medidas para evitar gastos semejantes y, de paso, ganar prestigio y aceptación. Pero las ecuaciones geopolíticas y militares turcas en la región pueden traer aparejadas consecuencias insospechadas. Primero, el resurgimiento del grupo terrorista Estado Islámico –casi eliminado por completo–, que no será el principal blanco de los ataques –ni de Siria, ni de los kurdos ni de Turquía– y disminuirá el nivel de custodia mantenido a sus prisioneros.

La Inteligencia iraquí ha advertido que los combatientes del grupo yihadista pretenden desarrollar la misión Romper las Vallas para asaltar las prisiones en Irak y Siria y liberar a los terroristas. Washington ha hecho responsable a Ankara por todos esos yihadistas en el norte de Siria y de los capturados en los últimos dos años. Un espinoso compromiso depositado «sobre los hombros turcos».

Segundo, la administración de Erdogan puede enfrentar un gran desafío económico. Al menos seis países europeos –Francia, Alemania, Finlandia, Holanda, Noruega y España– acordaron el embargo de armas y otras acciones están sobre la mesa. Si bien el mandatario guarda un poderoso as bajo la manga, como acto de defensa frente a las represalias de la Unión Europea –la amenaza de abrir sus fronteras para el paso de los refugiados, que hace pensar varias veces al bloque unitario–, la ofensiva tendrá consecuencias en los indicadores económicos de la nación.

Siria: ¿qué está en juego entre el Éufrates y el Tigris?

El territorio del norte del país, comprendido entre estos emblemáticos ríos que ocupa la zona de Al Jazirah, es considerado el granero de Siria debido a la riqueza del suelo y al clima favorable para producir grandes cantidades de trigo u otros granos, y abastecer al resto de la nación. Además, resulta un enclave estratégico en reservas de petróleo, gas natural y fosfato, entre otros recursos.

El pueblo kurdo constituye una de las etnias principales que habitan esta geografía y, luego del anuncio de la ofensiva turca, adoptó un pacto con Damasco que prevé el despliegue de tropas sirias en el norte del país, tras varios años de conflicto. Una «amenaza común» ha unido a dos antiguos rivales: kurdos sirios y al Gobierno de al-Assad. Este último actor no controlaba el área desde 2012, por tanto, estar en este lugar representa de por sí una importante conquista.

La incursión turca puede conducir a que las milicias kurdas se reconcilien finalmente con el Gobierno sirio y alcancen un acuerdo sobre convivencia pacífica, según plantea el experto iraní en Relaciones Internacionales, Bajram Amirajmadian. Y la concreción de este suceso sí sería una victoria trascendental para Damasco.

«Ahora no hay ilusiones: después de ocho años y medio de guerra, el presidente sirio Bashar al-Assad ganó la guerra civil en su país», publicó el periódico israelí Haaretz.

El 22 de octubre el presidente de Rusia, Vladímir Putin, y su homólogo de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, celebraron negociaciones en la ciudad de Sochi, con acuerdos que posibilitaron estabilizar, de manera significativa, la situación en la región. No obstante, el 13 de noviembre el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, recibió en la Casa Blanca a Erdogan, un encuentro que no fue nada casual.

Pero el desenlace de esta disputa, por la diversidad de actores involucrados –directa o indirectamente– será un proceso bien complejo. Siria no está dispuesta a aceptar negociaciones con Turquía antes de recuperar a Idlib y solucionar el tema del grupo terrorista Al-Nusra, la retirada de las tropas turcas y volver al Acuerdo de Adana, según un artículo publicado en Hispantv. Este último pacto, firmado entre ambas naciones en 1998, podría resolver el dilema en la región fronteriza por la validez de sus principios, entre ellos se destaca que Siria no permitirá ninguna actividad que ponga en peligro la estabilidad y la seguridad de Turquía ni de su suelo.

Rusia e Irán, dos países de gran peso geopolítico en el conflicto sirio, han salido victoriosos por varias razones, especialmente tras el acercamiento entre kurdos y el ejecutivo de Damasco. El Acuerdo de Adana resulta una probable solución que, de materializarse, daría estabilidad a una nación tras ocho años de guerra impuesta, con más de medio millón de muertos y mutilados, y pérdidas superiores a los 300 000 millones de dólares. Aunque no deberán descuidar un eventual fortalecimiento de los grupos terroristas, ni las ambiciones imperiales de Estados Unidos y su aliado Israel, ni tampoco que se retome la operación turca, luego de unos días de calma.

En definitiva, las circunstancias pueden beneficiar a varios actores, pero, para lograrlo, en este tablero geoestratégico las piezas deberán moverse con una gran lucidez política.

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