
Por primera vez familiares de Franciszek Honiok ocuparon el pasado domingo 1ro. de septiembre un lugar en la tribuna del acto que conmemoró, en la ciudad polaca de Gliwice, el octogésimo aniversario del inicio de la Segunda Guerra Mundial.
Diez años atrás, un periódico local realizó entre los pobladores de la villa una encuesta sobre si les decía algo el nombre de este silesiano, cuyo cadáver apareció en la puerta de la cabina de transmisión de la radioemisora de la localidad cuando los nazis irrumpieron en Polonia. Apenas el 10 % de los encuestados sabía que el cuerpo de Honiok había sido plantado por los agresores y utilizado como prueba de un supuesto ataque polaco contra el Tercer Reich que debía ser enérgicamente respondido.
Honiok tenía a la sazón 43 años de edad y la Gestapo lo tenía en la mira, no por ser de los muchos silesianos que ostentaban un sentido de pertenencia a la nación polaca –Silesia históricamente había sido una región proclive a generar conflictos de soberanía entre polacos, alemanes y checos-, sino por manifestar su repudio al nacionalsocialismo hitleriano. Entre 1938 y 1939 fue detenido en un par de ocasiones. Con la tercera, el 29 de agosto de ese último año, quedó marcado su destino.
Gliwice era entonces Gleiwitz, dominio de los alemanes. La Gestapo condujo a Honiok a sus calabozos, donde le inyectaron un coctel de narcóticos. En la noche del 31 de agosto llevaron su cuerpo, enfundado en un uniforme militar polaco, a la estación de radio. La provocación estaba en marcha. Gestapistas y oficiales del servicio de inteligencia de la Abwehr se las arreglaron para simular un ataque de nacionalistas polacos a la planta, para difundir un comunicado llamando a la rebelión contra el Führer y el Tercer Reich.
A Honiok le pegaron un tiro, como si hubiera sido muerto en el curso de la acción. Era la pieza acusatoria de un burdo pretexto para que los nazis comenzaran el camino hacia el oriente, con la Unión Soviética como objetivo. Apenas 15 minutos después del montaje, en Berlín, donde no se había escuchado ni de lejos la proclama falsificada y malamente difundida en Gliwice, la radio nacional ofrecía una descripción minuciosa de lo que consideraban un ultraje al orgullo nacional y se aprestaba a amplificar la inminente intervención del Führer en el Reichstag en la que bramó: «Esta violación del territorio alemán por parte de estos gamberros del ejército polaco ha agotado, finalmente, nuestra paciencia».
De Honiok no se habló durante décadas. Poseía una pequeña estación de servicio de maquinaria agrícola a pocos kilómetros de Gliwice. No estaba casado y solo tenía dos hermanas menores a su cuidado, las mismas cuya descendencia recibió invitaciones para el acto del aniversario 80. Donde radicó la radioemisora, ahora museo histórico, una tarja en inglés y polaco recuerda que ese fue el sitio de la provocación nazi del 31 de agosto de 1939. A Honiok no se le menciona.
Fue en 1963 cuando el papel del silesiano en la turbia trama salió a la luz de refilón en una entrevista concedida en Hamburgo a Der Spiegel por Alfred Naujocks, citada como fuente en la exhaustiva y documentada monografía del historiador Florian Altenhoner, El hombre que empezó la Segunda Guerra Mundial. Alfred Naujocks: falsificador, asesino, terrorista, publicada en 2014.
Este individuo trató de esquivar el bulto del asesinato de Honiok, aunque admite que se requería lo que hoy llamaríamos un falso positivo para demostrar que los polacos eran los victimarios y no las víctimas. Ya en los procesos de Núremberg, Naujocks había hecho lo imposible por presentarse como un pobre peón arrinconado por Himmler y Heydrich para que se viera forzado a ejecutar el trabajo sucio en Gliwice.
Salió bien librado, 15 años de cárcel de los que solo cumplió cuatro. Ayudó su testimonio contra los jefes y la movida efectuada en los meses finales del régimen nazi, cuando se entregó a los Aliados haciéndose pasar por un arrepentido soldado. Al estar en libertad, se estableció en Hamburgo donde, no se sabe con qué fondos, inició una empresa. Entre amigos, según comprobó
Altenhoner, blasonaba de la eficiencia de su función instrumental, impresión que trasladó a Der Spiegel cuando afirmó: «Fue una tarea altamente política que se llevó a cabo de acuerdo a las órdenes».
Luego de su muerte en 1966 aparecieron otros detalles macabros. Naujocks preparó en la noche del 31 de agosto de 1939 ataques a una estación forestal en Pitschen y la aduana del puesto fronterizo de Hochlinden. A estos sitios llevó a prisioneros políticos alemanes que le cedieron desde Sachsenhausen. Todos fueron obligados a vestir uniformes del ejército polaco y terminaron con un disparo en el rostro para impedir el reconocimiento facial. Junto a Honiok, en Gliwice, apareció otro cuerpo con idéntica marca.
Naujocks se aficionó a las novelas del inglés Ian Fleming y se comparaba con James Bond. Hoy hubiera dicho que Honiok no pasaba de ser un necesario daño colateral.















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Celiusha dijo:
1
4 de septiembre de 2019
08:39:36
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