El ascenso de los gobiernos de derecha en el continente parece mostrar una victoria del capitalismo frente a los procesos de cambio surgidos en décadas anteriores. La estrategia imperialista tiene como ejes esenciales la revitalización de la Doctrina Monroe, en su nueva escalada militar para la neocolonización del sur con la expansión de bases militares, con la excusa de prestar ayuda humanitaria (con armas en la mano) y cortar la ruta del narcotráfico (jamás combatido con seriedad).
Promueve, además, iniciativas no gubernamentales con articulación de una guerra cultural en función de desmovilizar políticamente a la juventud, construyendo la frivolidad, lo banal y antiestético como forma de enajenación, ante el reclamo de garantías laborales y políticas de justicia social desde el Estado.
Promociona el éxito personal a través de microempresas, carentes de fuerza económica real para influir en las decisiones políticas del Estado, y sin capacidad para enfrentar una lucha contra el capital financiero y especulativo que impera en las distorsionadas economías dependientes del sur.
Fomenta, además, la explotación descarnada de las fuerzas de trabajo, convertidas en las consumidoras esenciales del libre mercado, donde todo se vuelve mercancía, desde los recursos naturales, hasta los órganos humanos.
La imposición del neoliberalismo produce inmediatamente carestía en los alimentos y servicios básicos de electricidad, combustible doméstico y agua, pero la estrategia diseñada oculta este hecho. Así, el precio de los hidrocarburos se eleva a niveles insospechados y los impuestos suben para justificar la fuga de capitales y la falta de inversiones extranjeras.
Las monedas nacionales pierden valor con respecto al dólar u otras formas de cambio, por lo cual se cotiza de manera inflacionaria produciendo también bruscas subidas de los precios en productos básicos, medicamentos, servicios sanitarios y educativos.
Para alcanzar sus propósitos colonizadores, Estados Unidos promueve nuevas formas de golpes de Estado, la judicialización de los gobiernos y líderes de izquierda o progresistas, la desestabilización de los procesos de cambios alejados del sistema capitalista, la violencia criminal disfrazada de manifestaciones opositoras y con planes de derrocamiento establecidos desde la democracia electoral.
También corroe los procesos integracionistas que, gracias a ellos, en décadas anteriores pudieron sostener la economía continental y establecieron una barrera a la exportación de las crisis que sacudieron a Europa y otros países desarrollados. Todo ello solapa las
intenciones de un imperio que debe deglutir para sobrevivir, en un planeta cada vez más marcado por las desigualdades entre el sur y el norte, con pretensiones a borrar las fronteras geográficas y tragarse las identidades culturales autóctonas.
Frente a ello solo queda un camino: luchar unidos hasta alcanzar la plena libertad.


                        
                        
                        
                    












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Francisco Ruiz dijo:
1
24 de agosto de 2019
05:54:30
Luis Eloy Núñez dijo:
2
24 de agosto de 2019
10:13:15
Julian Mastrapa dijo:
3
24 de agosto de 2019
18:01:34
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