«España dejó de ser nuestra madre patria y se convirtió en madrastra», le dijo Simón Bolívar al británico Henry Cullen, en lo que luego se conocería como la Carta de Jamaica, documento fechado en Kingston, el 6 de septiembre de 1815. El que se conoce como «el hombre de las dificultades» venía de enfrentar, a la vez, las desuniones de los americanos y la arremetida de un imperio español, que desconocía el deseo del Sur, de existir.

Bolívar declaró, por primera vez en el concierto de las naciones, el derecho al multilateralismo por parte de los pueblos hispanos, los que se formaron al calor de leyes que «fueron violadas por la dinastía de los Borbones». Y es que en las Capitulaciones de Santa Fe (1492) se le otorgaba al Nuevo Continente un status feudal, donde España hacía el papel de tutora, «respetando» el derecho de los naturales a existir, siempre y cuando aceptaran la religión católica y la «protección del Rey». Sabemos que desde el aplastamiento de incas, aztecas y otros pueblos, y la guerra cultural contra dichas naciones, las Capitulaciones se violaron.
Bolívar se alzó como precursor de esa visión de América que luego levantarían los integristas, aquellos que soñaban con la igualdad en la diversidad, un principio que vemos hoy claramente en la concepción exitosa del Estado Plurinacional de Bolivia, que reconoce las etnias y nacionalidades que durante siglos estuvieron presentes en el crisol latinoamericano. El Libertador del Sur, como constructor de naciones que era, señalaba el único camino hacia la unidad: el respeto, que desde entonces faltaba entre las élites que se adueñaban de las capitanías y virreinatos, para convertirlos en sucursales de los capitales europeos.
EL NUEVO COLONIAJE
En realidad, la Carta de Jamaica estaba dirigida hacia una forma de dominación que pronto iba sustituyendo a la arcaica España, la del capital. Uno de los más prominentes imperialistas británicos de la época victoriana, Gladstone, llamaba por entonces a «no poseer colonias directamente, sino dejar que tuviesen estas un himno, una bandera y hasta un home rule (gobierno local)», ya que la fórmula era dominarlos mediante la implementación del mercado. Inglaterra, como taller del mundo, era capaz de imponer su agenda política, y para ello invertía en ayudas hacia los independentistas sudamericanos, entre ellos a Bolívar.
Pero el hombre que cruzó montañas y dificultades, sin apenas un poncho para guardarse del frío y las balas, sabía que tras el feudal yugo, ese que soberbio había insistido en un coloniaje sin base, venía la guerra cultural imperialista moderna, esa que pronto sintieron los porteños del río La Plata que, mientras le vendían el país a Londres, consumían los clásicos del pensamiento liberal, renunciando a ideas autónomas de nación. Bolívar, como lo supo Martí luego en Nuestra América, no quería que la soberanía del continente se perdiese en los meandros de lo ajeno.
EL SOL DE AMÉRICA
El Libertador, se sabe, soñó y formó la Gran Colombia, apoyándose en las ideas más avanzadas del estadismo, aquellas que enunció Montesquieu en El espíritu de las leyes. Por eso, cuando los conspiradores de la época, aquellos que querían la integración y la independencia, hablaban de Bolívar, le llamaban el Sol de América. Nadie en aquel momento de oscuridades y tanteos sabía lo que casi un siglo después sucedería, primero con el capital inglés y luego el estadounidense, lo que García Márquez narrara genialmente en su novela Cien años de soledad, como una metáfora de la alienación y dejadez de sí mismos, que sufrieron los nacientes países sudamericanos.
Para Bolívar, América no tenía ningún contrato mundial de subordinación que respetar, pues era España quien rompió desde el inicio el contrato social a partir de las Capitulaciones de Santa Fe, imponiendo, sobre todo, desde el reinado de Fernando VII, una manera de mirar hacia el criollo, donde primaba la deshumanización y el racismo, antesala del sistema colonial del imperialismo, cuya abanderada a la altura de 1815 era la propia Inglaterra.
UN PUNTO DE PARTIDA
La Carta-Manifiesto de los pueblos y sus derechos pasó a la historia como un antecedente de cuanta iniciativa integradora hubo en el continente, no en la vertiente del panamericanismo, sino en la latina, aquella que tiene en cuenta el vigor y los dolores de quienes nacen y mueren al sur del Río Bravo.
El documento que era una advertencia hacia Inglaterra acerca del derecho de América a aceptar ayudas, pero no a perder por ello su derecho a ser un país plural en sí mismo, con fuerza propia, tiene resonancias en los discursos de Evo Morales, en la fuerza mítica de Fidel Castro, en la resonancia de Hugo Chávez como alma de los pobres de Venezuela y el mundo.
Años después, en su última proclama antes de morir, Bolívar perdonaba a sus enemigos, al considerarlos víctimas de la guerra cultural imperialista y dominante, a la vez que dejaba como único camino, la inminente América como Estado-nación. El águila estadounidense relevaba al león británico, en su vuelo sobre las tierras del Sur y los mejores hijos de Bolívar recordaban su célebre advertencia: «Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia a plagar la América de miserias en nombre de la libertad». Uno de aquellos hijos vio la luz el 28 de enero de 1853 y sería, como su padre de los Andes, un hombre continente.
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Frank Rodríguez Marcelino. dijo:
1
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07:02:06
Roberto dijo:
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Roberto Tiranti dijo:
3
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07:56:32
Vicente Gómez dijo:
4
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08:22:44
JOSE RENAULT dijo:
5
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