El Museo de la Academia de Hollywood anunció hace unos días la próxima exhibición del único tiburón mecánico que se conserva de los utilizados en el rodaje de la célebre película de Spielberg.
Aunque se basó en un relato anodino de Peter Benchley, Tiburón es una película digna artísticamente y, sobre todo, capaz de mantener en vilo al espectador desde el minuto inicial hasta el último.
Benchley se inspiró en una extraordinaria novela de Hermann Melville, que cuenta la historia de la ballena blanca conocida como Moby Dick y del capitán Ahab, su incansable perseguidor. Copió un diálogo clave y el esquema básico de Melville: el enfrentamiento entre una Bestia feroz, dotada de cierta malignidad consciente, y un Hombre que la aborrece y quiere venganza.
La versión de Moby Dick de John Huston, con guion del notable narrador Ray Bradbury, demostró que podía lograrse el milagro de trasladar al cine lo esencial de una gran obra literaria, extensa y compleja, sin traicionarla demasiado.
El sentido de la vida del capitán Ahab radica en cazar a la ballena blanca. Pretende aniquilar la maldad encarnada en su enemiga, y el odio lo ha envenenado a él hasta convertirlo en otro símbolo del mal. Así, siguiendo el rastro de Moby Dick, conduce a la catástrofe a su tripulación, a su barco y a sí mismo.
Los matices de la oscura naturaleza de Ahab aparecen reflejados de modo meritorio en el filme de Huston. El personaje no revela jamás sus secretos. Nunca se nos muestra explícitamente.
Ya en el filme de Spielberg las cosas se han simplificado de manera drástica. La dimensión trascendente y el misterio del combate entre el Hombre y la Bestia se han ido disolviendo en medio de sustos, terror y efectos especiales.
Pero Tiburón es un clásico eterno si se le compara con la avalancha que sobrevino después.
Resulta difícil describir los filmes que imitaron y siguen imitando la fórmula de Spielberg. Nació y cobró auge todo un género: «el cine de tiburones». Un cronista lo definió como «horror, misterio, aventura, intriga, y también absurdo, ironía y a veces fascinante estupidez».
Han ido apareciendo en la pantalla todo tipo de tiburones, mortíferos, con dos, tres y cinco cabezas, dotados de inteligencia gracias a modificaciones genéticas, híbridos de tiburón y pulpo (Sharktopus), poseídos por los demonios (El exorcista de tiburones), o llegados de eras muy remotas como el fósil Megalodon o del Más Allá (El tiburón fantasma).
Las situaciones se hacen más y más alucinantes. Carnada nos habla de un tsunami que arrasa la costa australiana y deja atrapada a una multitud en un supermercado rebosante de agua. La gente tiene que nadar, desesperada, para no ahogarse y, si puede, escapar de las embestidas de un formidable tiburón blanco.
La serie Sharknado llega al delirio. En la 1ra. parte, un huracán azota la ciudad de Los Ángeles, la inunda, y forma un tornado que succiona tiburones del mar y los lanza sobre la gente. El Héroe principal (un surfista) organiza un Equipo para salvar vidas y hacer frente a la lluvia de monstruos. En la 2da., la guerra se produce en Nueva York. Ya desde el avión en que el Equipo se traslada a esa ciudad, sufren el azote de un nuevo tornado de tiburones. En la 3ra. hay una dosis de patrioterismo yanqui: los Héroes deben salvar al país de un supertornado de tiburones. Al Equipo se suma un personaje que encarna al Presidente de EE. UU. y emplea como tablas de surf cuadros con retratos de mandatarios precedentes. Las demás (4ta., 5ta. y 6ta.) son reiteraciones. El actor principal confesó: «Continuamos explorando lo mismo y en cada película solo cambiamos las locaciones. Damos al público lo que quiere, cambiándolo un poco, y, sí, regresan».
La majestuosa perversidad de Moby Dick fue reemplazada por engendros caricaturescos; y a aquel Ahab tan enigmático lo sustituyeron los Héroes típicos de Hollywood, duros, simples, invencibles, obvios.
¿Este declive que nos lleva de las sutilezas de Moby Dick al «cine de tiburones» es realmente «lo que quiere el público»? ¿O es el gusto que la industria y su aparato publicitario han instalado en él?
La Maquinaria gana doblemente con este cine-chatarra: por un lado, hace descender un tornado de dólares sobre los productores; por otro, genera lo que llaman «infantilización de las audiencias» y crea adicción por subproductos que no exigen el más mínimo esfuerzo intelectual.
La «estupidez» a que aludió el cronista citado es útil para el sistema, por supuesto; pero no creo que merezca nunca la calificación de «fascinante».
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maguero dijo:
1
28 de junio de 2019
08:42:27
Julio Elías dijo:
2
28 de junio de 2019
16:33:08
Me encanta Barbara Eden dijo:
3
29 de junio de 2019
11:08:44
Luciano dijo:
4
29 de junio de 2019
13:40:05
Luciano dijo:
5
29 de junio de 2019
13:52:10
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