La imagen de Theresa May, llorando y dimitiendo de su cargo frente a la puerta del número 10 de Downing Street, puede pasar a la historia como el final de una era: esa en la que el Reino Unido intentó recuperar su papel hegemónico en el mundo, mediante una abrupta salida de la Unión Europea (Brexit). Quizá se trataba de la aspiración latente en la élite de un país que es un imperio venido a menos.
Ese remanente hegemónico quedó erosionado a partir de la mala gestión del gobernante Partido Conservador, euroescéptico, para conseguir un consenso parlamentario en torno al tema esencial del momento: ¿Brexit o remain?
Ya desde mucho antes, conservadores que promovieron la campaña por el Brexit, como el exalcalde de Londres Boris Johnson, se desmarcaron de la arena política del ejecutivo y guardaron silencio en torno a cómo lograr el cumplimiento de un plan de salida, sin afectar ni los intereses ciudadanos ni la relación del país con el continente, la cual resulta económicamente crucial.
Había que hacerle pagar los platos rotos de aquel referendo, donde predominó el bulo y la manipulación, a un outsider cualquiera y la May, proveniente de la clase media, hija de un pastor, plebeya y disciplinada, se pintaba solita para chivo expiatorio.
Para Johnson, un nacionalista excéntrico, como para los demás políticos tradicionales, el cargo de primer ministro era una papa caliente, que convenía soltar en las manos de alguien como May, quien siendo ella misma contraria al Brexit en 2016, abrazó esa causa con pasión a cambio de tener la oportunidad de dejar una marca como mandataria en la historia del Reino Unido. Al cabo de tres años, la nave de May hizo aguas frente a las costas europeas.
Historia de un hundimiento a la británica
No hay que creer tampoco que esta outsider era ingenua. Como Ministra del Interior sostuvo las riendas de una política dura de cierre de fronteras, antinmigrantes y por tanto pro-pureza racial de la Unión Europea, a la cual miraba más como una oportunidad de ventajas aduaneras, que cual una entidad política seria, con mucha más jurisdicción internacional.
Analistas sostienen que su primer error y el peor fue formar gobierno con detractores y partidarios del Brexit, cosa que en realidad tuvo que hacer por disciplina, pues dicho gabinete responde en definitiva con la élite de la City de Londres, la cual no se puso nunca de acuerdo con qué es más ventajoso. El buque británico iba haciendo aguas desde el inicio, en un gobierno que era en sí mismo un campo de batalla, y que mostró, por primera vez desde hace más de medio siglo, una crisis en el seno de la clase política más estable de Europa.
Ya la pregunta no es si el Reino Unido puede ser o no un actor global independiente, sino si será capaz de seguir funcionando como país, cuando reciba el fuerte impacto de una salida salvaje en octubre, que es el plazo dado por Bruselas a Londres. Las condiciones que la May le propuso a la Merkel y que hubiesen generado un consenso parlamentario interior, no se dieron, a la vez, las condiciones que la ex primera ministra británica ofreció a dichos curules, generaron el repudio de la oposición y la retirada del apoyo del partido.
Las elecciones y las amistades peligrosas
Cuando convocó a elecciones en 2017, la propia May estaba creyendo que el respaldo al Brexit en 2016 era realmente popular y que por eso obtendría la mayoría absoluta para imponer su plan de salida, sin concesiones a los remainers (los que quieren seguir con Europa). Pero el Partido Conservador apenas sacó una mayoría simple, que debía sostener sus votaciones en alianza con los partidos locales norirlandeses, con vocación conservadora y pro-británica. Eso sus correligionarios no se lo perdonaron a May.
Dichos colegas del Partido Conservador tampoco aprobaron las reuniones de la Ministra con Jeremy Corbyn, el líder laborista de la oposición, que cita a Carlos Marx y propone una salida de la Unión Europea, pero para desligarse de las ataduras neoliberales de los bancos centrales y el sistema de perpetuación de la línea más dura del pensamiento neoconservador mundial. Corbyn no es comunista, pero a los ojos de la élite educada en Eton College, resulta lo más parecido a un bolchevique, al que siempre repudiarán.
Mientras el barco tradicional de la política bipartidista hace aguas, Nigel Farage, un ultraderechista a la manera de vox en España, ha fundado el Partido del Brexit, con el objetivo de robarles las bases votantes a los conservadores y desbancar una de las fuerzas políticas del Reino Unido, lo cual además
pondría en peligro el consenso entre las naciones que conforman el país. Ni galeses ni escoceses ni irlandeses estarían de acuerdo con una hegemonía nacionalista inglesa al más duro estilo.
¿El Trump británico?
Boris Johnson no es un outsider, pero no puede calificarse como el político flemático y duro a la usanza de la escuela de Churchill. Nacionalista inglés e impredecible, ha mostrado su añoranza por los tiempos en que las cruces de la bandera británica proyectaban su sombra sobre un cuarto de la superficie terrestre.
Durante una ceremonia de recepción en Birmania, Johnson comenzó a recitar un poema imperialista del intelectual por excelencia del viejo poder, Rudyard Kipling, lo cual colocó en un aprieto diplomático a la delegación del Reino Unido. El propio embajador británico lo interrumpió en plena declamación. Ese tipo de salidas son habituales en el exalcalde de Londres, a quien se le compara con Donald Trump, debido a su predilección por cierto protagonismo en los medios y en las redes sociales, sobre todo en Twitter.
No obstante, sus colegas de partido lo señalan como el único que pudiera recoger el cargo de Primer Ministro y capitalizar su pasado como alcalde, un periodo en el cual se inició su ascenso como líder populista de la derecha y que tuvo, en las Olimpiadas de 2012, el momento de mayor prestigio, debido al éxito del evento y el relanzamiento del país como prestigiosa economía.
En su columna del The Daily Telegraph, Johnson se dedicó a torpedear el mal manejo de May con el Brexit, ganando para sí todo el prestigio a la vez que evitó mancharse las manos con el fracaso de una causa que él fue el primero en defender.
Luego de la quema de Theresa May, en la hoguera británica del Brexit, Johnson, quien no es outsider pero se comporta como uno al punto de haber lanzado muchos de los bulos de la campaña de 2016, que confundió a no pocos, ha dicho: «voy por la cartera de Primer Ministro», en un acto en Mánchester.
Para quienes recuerdan la manera en que se manejaron temas como la «avalancha islámica hacia el Reino Unido, producto de la posible entrada de Turquía en la Unión Europea», o «el papel de Alemania como nuevo Reich del cual Inglaterra debe tomar distancia», Boris Johnson pudiera ser el nuevo Trump, que lanza una tras otra, ráfagas de fake news para reforzar un relato político tendencioso.
¿Y el Brexit para cuándo?
Lo primero será mantener la Unión del Reino, compuesto por nacionalidades que pudieran estar hartas del gobierno central y sus devaneos en torno a los intereses de la élite de la City. Lo segundo, rescatar el prestigio de la política de un país que se mira a sí mismo como uno de los líderes del mundo, aunque ya esté lejos de su pasado imperialista y de un poderío real.
El Brexit coloca en peligro esos dos puntales, se trató de una jugada egoísta, que puede costarle carísimo a esa clase londinense educada en Eton, ya que Escocia misma, que mayormente quiere ser parte de la Unión Europea, pudiera pedir, como ya sucedió, la salida del Reino Unido. Mostrar una política doméstica estable y capaz de lidiar con un Brexit que no sea un paquete neoliberal, será la tarea de Boris Johnson, quien hereda un ambiente electoral atomizado y un partido en su peor momento de cara a una salida ordenada.
Si el Brexit va otra vez a referendo en las urnas, podría ser una oportunidad para un empoderamiento de la tercera fuerza, los demócratas liberales, quienes pudieran romper la hegemonía bipartidista. Si se sale de Europa a la fuerza en octubre, el golpe generará caos social. Se apuesta por un acuerdo donde se conserve lo mejor de ambos mundos y eso, hasta el momento, Bruselas no está dispuesta a permitirlo.
EN CIFRAS
- 28 países integran actualmente la Unión Europea, bloque continental al cual se sumó el Reino Unido el 1ro. de enero de 1973. Brexit es una abreviatura de las palabras inglesas Britain (Gran Bretaña) y exit (salida), y es el término acuñado para referirse a la salida del Reino Unido de la Unión Europea (UE).
- 48,1% de los británicos votó a favor de quedarse en el bloque, en referendo efectuado el 23 de junio de 2016, una de las promesas de campaña con las que el entonces primer ministro David Cameron fue reelegido en 2015.
51,8% se pronunció a favor de abandonar el bloque.















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MGM dijo:
1
5 de junio de 2019
09:15:35
MGM dijo:
2
5 de junio de 2019
09:18:26
manolo dijo:
3
5 de junio de 2019
15:02:37
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