El niño venezolano Geovanny y el iraquí Qasim nunca se conocieron. Al primero, con seis años, se le paralizó su corazoncito mientras esperaba por un trasplante de médula ósea que le harían en un centro hospitalario italiano, a través de un convenio con la empresa estatal venezolana Pdvsa, pero Donald Trump ordenó bloquear el dinero de la nación bolivariana en bancos europeos y el menor murió sin saber por qué sancionaban a su país.
Al iraquí Qasim Al-Kazim un atentado terrorista del llamado Estado Islámico le había dejado sin una de sus dos piernas. Su sueño de ser un buen futbolista quedó tronchado. Pero vivió y su emoción mayor fue cuando fue llevado a Moscú y allí asistió y dejó inaugurado, con un primer tiro de balón, un partido de fútbol entre los equipos Spartak y Ufa de Rusia.
Son dos ejemplos de víctimas afectadas por un mismo victimario: el terrorismo, sea fundamentalista como ocurre en Irak, o el terrorismo de Estado que aplica el Gobierno de EE.UU., el que hace guerras y sanciona, el que debía juzgarse como tal.
Saber que cada día mueren cientos o tal vez miles de niños afectados por las guerras o por las sanciones económicas impuestas por Washington contra países cuyos gobiernos no son afines al modelo que quieren implantar, es quizá la parte más triste y conmovedora en un balance, por somero que se haga, de las últimas acciones por parte de quienes gobiernan en la Casa Blanca.
Venezuela, Irak, Siria, Libia, Yemen, Afganistán, países en su mayoría con recursos energéticos o que son puntos estratégicos en la geopolítica de EE.UU., son desestabilizados o se intenta conquistarlos en pleno siglo xxi. Se destruye su infraestructura y se trata de asfixiarlos con crueles sanciones económicas y financieras, que forman parte del plan imperial para dominar al mundo.
A Afganistán han mandado tropas y sofisticados armamentos en busca de unos talibanes que siguen dominando parte del extenso país, uno de los más pobres del planeta. A Libia, además de masacrarle a su presidente, convirtieron al país en un Estado fallido que aún hoy nadie tiene control sobre él. El petróleo llevó con su olor a los conquistadores foráneos que ya lo disfrutan.
En Yemen, donde el 80 % de sus 24 millones de habitantes precisa ayuda urgente –según la onu–, el número de niños asesinados aumentó de 900 a más de 1 500 entre el pasado año y el actual. Siria combate contra dos enemigos: el terrorismo del Estado Islámico y el que aplica el Pentágono con los bombardeos de su aviación que mata a niños, mujeres y ancianos y que mantiene ilegalmente en ese país a más de mil militares. Venezuela, codiciada por su petróleo y otras riquezas, se ha convertido en el mayor foco de atención internacional, luego de que el Presidente norteamericano y su equipo de halcones, la miserable oea y algunos gobiernos de la región se hayan plegado a un plan golpista.
La muerte esta misma semana del niño Geovanny, de solo seis años, conmovió al país bolivariano y a la comunidad internacional. Otros 26 niños venezolanos esperan en Europa a que se descongelen los fondos de Pdvsa, luego de ser enviados allí por el Gobierno revolucionario para salvarles sus vidas y ahora sufren la incertidumbre de que pueda sucederles lo mismo que a Geovanny.
Al pueblo norteamericano, que también tiene hijos –muchos de los cuales mueren por tiroteos en escuelas o son enviados a la guerra–, debe conmoverle saber de casos como estos y muchos otros que mueren por culpa de las armas y de las sanciones de su Gobierno.
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Evelio dijo:
1
16 de mayo de 2019
09:16:12
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