En el proceso una de las novelas inconclusas del autor checo Franz Kafka, un hombre intenta la comprensión de mecanismos judiciales en los que estaría en juego su libertad personal, sin que llegue jamás a saber quién lo acusa o el origen mismo de la causa legal.
Toda la trama apunta a una irresolución del problema, de manera que solo nos queda la agonía del «reo» como única verdad. Metáfora literaria de la condición humana en medio de conflictos, que esconden su real naturaleza. Quizás así se sienta el común de los ciudadanos que hoy vive en los países menos poderosos de Europa, léase el sur del subcontinente. Y de ese descontento, de ese «proceso» que ellos no pueden explicar, se desprenden las derivas separatistas que ponen en crisis la existencia de los modelos de Estado-nación más antiguos.
En España, país surgido en 1492 de la unión de Castilla y Aragón, la crisis económica del capital que se inició en 2008 avivó el separatismo de aquellas comunidades autónomas que se sienten autosuficientes en finanzas.
A los reclamos lingüísticos y culturales se unió a partir de entonces una realidad: las políticas de austeridad de la Unión Europea aplicadas desde el gobierno central. Cataluña, próspera comunidad que ha intentado varias veces en la historia la separación, remarcó las diferencias políticas entre su población. El espejismo estaría en convencer al pueblo catalán de que, con el fin del gobierno central, subiría el nivel de vida, e incluso se eliminarían todos los problemas económicos.
Se ha llegado a acrecentar el fuego nacionalista al punto de prohibir la palabra España en algunos contextos académicos, e incluso la admiración por figuras castellanas de la valía de Miguel de Cervantes.
Ya sabemos, en la historia, a qué conducen esos extremos.
UN CASO ÚNICO DE AUTONOMÍA
En el contexto de las 17 autonomías que reconoce hoy el Estado español, expertos señalan que las causas del «procés » (proceso independentista catalán) están en la manera en que en los siglos XV y XVI se constituyó el Estado español, que careció de una formación de la nacionalidad hasta entrados los siglos XIX y XX. En ese contexto el status de las comunidades siempre dependió de los diferentes pactos establecidos por las monarquías de la península, más que de la voluntad identitaria de los pueblos.
La tensión centro-periferia en el caso español, sobre todo a partir de la crisis de 1898 (pérdida del status de imperio para la nación), se multiplicaría cada vez que el Estado entraba en una crisis de gobernabilidad o económica. Dicho patrón no ha cambiado.
Lo cierto es que, gracias al ambiente establecido por el régimen de 1978, el crecimiento de Cataluña no ha tenido límites para su desarrollo y hoy la región se expande a un ritmo mucho mayor que el resto de España y está por encima de la media europea.
La lengua y la cultura catalanas han experimentado notables impulsos, no obstante, contrario a lo que dice la propaganda del «procés», en la región permanece el castellano como idioma más hablado (más del 75 % de la población), lo cual evidencia que, aunque se reconoce la identidad comunitaria, la realidad es mucho más plural y compleja. En cuanto al autogobierno, Cataluña se sitúa por encima de otras comunidades de Europa, a partir del Estatuto de 2006, que le reconoce amplias prerrogativas a los órganos locales. Cataluña tiene su propio control de Hacienda, aunque los tributos y el sistema de pensiones siguen en manos del nivel central de Madrid.
Por otro lado, la región dispone de su propia política exterior, al punto de colocar sus propias delegaciones en distintos países y con agendas distintas del Gobierno de Madrid.
Quizás, por esas realidades irrefutables, los partidos nacionalistas catalanes se han mantenido con un electorado estable en las votaciones, incluso con una tendencia a la baja. Ello apunta hacia un pueblo que no está, como nos quieren mostrar a veces, totalmente en desacuerdo con el actual status. Se trata de un electorado inquieto que quiere buscarle una salida a sus problemas cotidianos, que cree en la resolución mediante el voto o la renegociación al más alto nivel del Estado.
Esa inconformidad del pueblo con la situación económica y no necesariamente con el Estatuto Catalán, se estaría manipulando de cara a una salida tendenciosa del «procés», que, por otro lado, en su versión más extremista, nada ha hablado sobre el carácter de mosaico cultural que tiene Cataluña. De manera que no se trata de una región con una sola identidad, ni habitada por un único pueblo.
UN FANTASMA RECORRE EUROPA…
La Unión Europea, por su fuerza económica, le permite a los pequeños Estados independientes participar de una economía de gran calado, ello para un
país próspero como lo sería Cataluña es tentador. Pero conscientes de eso en Bruselas, la propia Unión se ha propuesto frenar el fantasma de los nacionalismos, ya que la mayoría de los Estados pudieran, por ese camino, fracturarse o desaparecer.
El nacionalismo catalán existe desde siempre, pero en las últimas décadas ha sido más una construcción a carga reforzada por parte del gobierno local, a partir de planes de estudio y de implementación de la cultura. En tal sentido, la propaganda televisiva tuvo un especial impacto al insistir en la oposición español-catalán.
Entonces ese neo-nacionalismo de Cataluña estaría más centrado en la oposición al español y la desconfianza con el gobierno central, que en factores reales de índole cultural y de voluntad de voto genuina.
La crisis de 2008 reavivó el sentimiento nacional en la clase media, afectada por el desempleo y la inseguridad social. Ello le dio, a los sectores conservadores que apuestan por el separatismo una base popular y de apariencia progresista, sobre todo porque enfrente tenían, en el gobierno central, al derechista Partido Popular (PP).
No obstante, esos factores, que reavivan el fantasma nacionalista desde el uso mediático, el cenit del secesionismo catalán se alcanzó en 2013 con un 49% de posturas a favor y de ahí comenzó a declinar. El Centro de Estudios de Opinión de la Generalitat arrojó en el verano de 2017 que solo un 35 % aprobaría la independencia, en tanto un 76 % declaraban tener lazos de identidad y políticos con España.
EL CAMINO LARGO Y TORCIDO
Aunque se ha querido internacionalizar el conflicto catalán, para buscarle legitimidad a una transición hacia la independencia, la comunidad mundial mira con recelo los procesos separatistas.
Mientras se hace evidente que ni el Parlamento Español, ni el Tribunal Constitucional, mucho menos la Unión Europea, le darían su reconocimiento al «procés», tampoco es evidente un consenso popular sobre el voto secesionista.
Estudios muestran que mientras entre los ricos y la clase media alta predomina el sí a la separación, las personas con mayor inseguridad no quieren irse de España, ya que le temen a un camino largo y torcido que los coloque en una situación peor. Por otro lado, los propietarios de la región rural apoyan la independencia, en tanto los habitantes de la ciudad, mayormente asalariados, son escépticos.
Aunque el apoyo internacional a la independencia de Cataluña es poco, sí hay un consenso en darle salida al conflicto mediante un referendo. Así también
piensa el 70 % de la población, que pide las votaciones más como un modo de renegociar el status con el gobierno central que para desconectarse.
Expertos opinan que un referendo donde se coloque la independencia como una de las cartas, generaría una fuerte polarización social de la cual solo
se beneficiaría un pequeño grupo, interesado en salir de España más para hacer negocios por su cuenta, que por un amor irresistible hacia Cataluña. La espiral de odio, sin vuelta atrás, no dejaría que la sociedad se estabilizara en un largo periodo de tiempo.
Entretanto, Cataluña ha desacelerado su otrora imparable crecimiento económico, con una disminución de la inversión extranjera y la salida de más
de 3 000 empresas de la región. La legitimidad, luego de una declaración de independencia unilateral anulada por el gobierno central, se ha tratado
de buscar en manifestaciones citadinas, al estilo Maidán, en tanto España activa mecanismos constitucionales para frenar al gobierno local. La vía de la confrontación callejera, solo avivaría más la polarización social, lejos de hallarle una salida negociada a los intereses del pueblo. Debido a la correlación de fuerzas políticas, por ahora la integridad de España está garantizada como territorio, no así su constitucionalidad, factor que recibe los más duros golpes desde su nacimiento en 1978. Al punto en que las dos grandes corrientes partidistas, el PP y el Partido Socialista (PSOE), anuncian la posibilidad y necesidad de un nuevo proceso constituyente.
Como el personaje central de El proceso, el pueblo español y catalán se mantiene a la expectativa de los juegos en el tablero entre las fuerzas más influyentes. Un espectáculo lamentable, ya que en teoría los Estados y gobiernos solo se justifican en primera instancia debido a una fuerte vocación de
servicio público. La crisis catalana va más allá de España, tiene que ver con la crisis de representatividad del viejo modelo burgués.















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Jasón dijo:
1
20 de marzo de 2019
06:25:05
Ariel Sosa dijo:
2
20 de marzo de 2019
20:33:36
Vicky dijo:
3
24 de marzo de 2019
03:57:03
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