Europa, con sus problemas a cuestas, se debate en una tremenda disyuntiva histórica y humana, con ingredientes que se pueden enumerar desde algunas políticas xenófobas contra los inmigrantes, hasta la distribución de cuotas como fórmula para amortiguar la complicada situación.
En mi opinión, esta Europa del siglo XXI no tiene «varita mágica» alguna para dar cabida y trabajo en su territorio a millones de seres humanos que huyen de las guerras, el hambre, los conflictos étnicos y las desigualdades.
Sin embargo, la cuenta pendiente de las metrópolis con sus excolonias que fueron explotadas por siglos, debiera recordarse tanto a nivel de país, como de la Unión Europea en su conjunto, a la hora de unir esfuerzos y fundamentalmente recursos, para combatir las verdaderas causas que provocan las masivas migraciones africanas y del Oriente Medio.
Pensemos, además, que la Europa de hoy está signada por graves problemas de fractura en su Unión, a la vez que han crecido en sus territorios el desempleo, la inseguridad social y hasta algunas corrientes políticas extremistas que ya parecían borradas por sus pésimas consecuencias en tiempos pasados.
Es precisamente en este adverso contexto, cuando han llegado –los que no han muerto en el intento– cientos de miles de emigrados, fundamentalmente de naciones en guerra o de otras donde impera el hambre, las enfermedades, las desigualdades y la inseguridad.
Las causas están ahí, no en el color de la piel ni las facciones de los inmigrantes, no en su cultura o su religión, sino en la falta de oportunidades para vivir, repito Vivir, en mayúscula.
Son las mismas causas de los conflictos étnico-religiosos, de la vida en clanes, donde debe imperar una organización social más acorde con las necesidades para que rija el orden y no la guerra. En un escenario donde los factores externos solo tengan que ver cuando se decidan a apoyar económica y socialmente a una región con más de 315 millones de seres humanos en la pobreza, y una buena parte de ellos en la miseria.
El mundo todo, y las exmetrópolis en particular, deben cumplir el compromiso de salvar al continente silencioso. No es suficiente con que sepamos que excepto tres, 28 de los países más pobres del mundo se encuentran en África.
Estamos hablando, según Europa-Press, de uno de los continentes más ricos del planeta por sus reservas de minerales, materias primas, biodiversidad, culturas y etnias.
Sin embargo, refleja la misma agencia, que más de 300 millones de personas no tienen acceso al agua potable y 200 000 menores son utilizados como soldados, esclavos domésticos o son explotados sexualmente, ha alertado la Cruz Roja Internacional.
En el Medio Oriente, de donde provienen cientos de miles de los migrantes, un exponente de la grave situación es el caso de la guerra impuesta a Siria, donde los grupos terroristas y el apoyo que brindan a algunos de ellos las potencias occidentales encabezadas por Estados Unidos, ha provocado la muerte de más de 250 000 personas y el desplazamiento y migración de varios millones.
Informes recientes de la Unicef refieren que 13 millones de niños sirios han sido privados de asistir a la escuela debido a la guerra.
La propia institución dice que solo en Siria, Irak, Yemen y Libia, más de 9 000 centros escolares han sido destruidos y a muchos de los que han quedado en pie, los niños no van a clases aterrorizados por un posible ataque.
De ambas situaciones se emigra en busca de alguna vida que no sea la que tienen en sus naciones. Y solo haría disminuir esa migración, un cambio respecto al hambre, la miseria, insalubridad y guerras que sufren los ciudadanos de esos países.
Del otro lado del Mediterráneo, un constante flujo de llegada de emigrantes en frágiles embarcaciones mantiene en jaque a las autoridades europeas. En algunos países, principalmente Grecia, Italia y España, la situación ha hecho colapsar mecanismos de control y de vigilancia marítima.
Una estadística de Flow Monitoring Europe, con un parte actualizado sistemático, refleja que este año, hasta el 17 de octubre, han llegado a Europa 111 728 migrantes y 1 857 han fallecido en el cruce por el Mediterráneo.
Según la misma fuente, la cifra de arribos en el 2017 fue de 186 768 y en el 2016, 390 432; mientras que los que perecieron en el intento fueron 3 139, en el 2017, y 5 143, en el 2016.
Para la Organización Internacional de las Migraciones (OIM), son tres las rutas más frecuentadas por los migrantes que quieren llegar a Europa. Una de ellas es de Marruecos a España, otra de Libia a Italia y la última y más repetida, la de Libia a Grecia.
En Libia, caracterizada por la ingobernabilidad, los traficantes de personas se valen del vacío de poder para convertir al país en la principal puerta de salida de migrantes africanos. Se estima que hay unos 256 000 de ellos registrados: 30 803 mujeres y 23 102 niños, que han tenido que deshacerse de todo en sus naciones de origen para poder pagar el viaje al Viejo Continente, y en la espera muchos «han tenido que sufragar sus deudas, sometidos a secuestros, trata y abuso de todo tipo».
Esta es una realidad para cuya solución se requiere del concurso de todos, y principalmente de quienes, más que cerrar fronteras o levantar muros, deben saldar la cuenta histórica, de explotación y saqueo, con el sufrido continente, y dejar de promover la guerra en Siria, Irak, Libia, Yemen, Afganistán y otros países.















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