Recuerdo, allá por la década de los 90, en un seminario internacional de periodismo, un colega puertorriqueño nos aseguraba que su nación no era más que una vitrina creada por Estados Unidos, para tratar de «vender» al mundo las bondades del sistema.
Ahora, cuando la «vitrina» como símbolo de opulencia y ejemplo de buena vida se está «desinflando», como metáfora para describir sus vidrios hechos pedazos, podemos darnos cuenta de cómo la mentira, repetida una y mil veces, puede crear malos hábitos, pero un día –y este ha llegado–, todo se viene abajo.
Cuando el colega que describo en el párrafo inicial nos alertó sobre el fenómeno de la «vitrina» puertorriqueña, aún la Isla no era frecuentada por ciclones tropicales.
El modelo de «Estado Libre Asociado» ha hecho metástasis y no hay colirio posible para curar la ceguera de quienes apostaron por él.
Actualmente, la población boricua se adentra en los verdaderos problemas de la nación, y la mirada está puesta mucho más allá de los armarios repletos de artículos con etiqueta Made in usa.
Decía el colega entonces: «luego hasta resulta difícil saber qué somos, porque, además de la nuestra, tenemos que venerar la bandera estadounidense y seguir los patrones de conducta de a metrópoli imperial».
Hoy estoy más convencido de que aquellas palabras –que aún guardo como notas periodísticas– eran una especie de espina clavada en pleno pecho de quien, como otros millones de boricuas, han vivido sin conocer una nación libre, soberana, respetada y con su propia nacionalidad.
Pero el tiempo ha ido pasando y la independencia es todavía un sueño por conquistar, mientras el estatus de Estado Libre Asociado parece estar a la deriva en este 2018, que le ha hecho confirmar la terrible experiencia de lo que es: una nación ignorada, humillada y abandonada a su suerte por la metrópoli imperial de la que es parte.
La expresión más real de cómo Washington concibe a la Isla y sus habitantes, la tuvo el actual mandatario estadounidense, Donald Trump, cuando a propósito de la última catástrofe climática que afectó a la nación, viajó hasta allí para lanzar rollos de papel sanitario a sus desprotegidos habitantes.
La forma en que el magnate inmobiliario devenido en presidente humilló a los ciudadanos de Puerto Rico fue tan cruel, que pienso no quede nadie en ese país que no se haya sentido impactado por semejante ultraje.
Resulta que después del paso del huracán María y sus estragos, el pueblo boricua ha estado un año sin energía eléctrica en más de la mitad de su territorio. Y, no olvidar en ese punto que, algunos gobiernos –como el de Cuba– ofrecieron dar ayuda a sus hermanos caribeños, e incluso enviar una brigada de trabajadores eléctricos para reparar los daños, y la administración Trump no lo permitió.
En mi opinión, era otra humillación más. Era como una tortura que, entre más tiempo se demoraba en aplicar, más sufrirían los seres humanos afectados.
La situación que constatan varias fuentes en esa nación reflejan que más del 40 % de las familias que siguen en la Isla están por debajo de la línea de pobreza y un 40 % de los 144 000 puertorriqueños que abandonaron el país ante tal crisis, lo hacen en busca de trabajo.
En Puerto Rico viven 3,7 millones de personas, mientras que en Estados Unidos hay 4,7 millones de puertorriqueños.
Qué pensar de un país al que la potencia gobernante lo ha convertido en el de mayor carga de deuda, muy superior a los 73 000 millones de dólares, un 102 % de su Producto Interno Bruto.
Seguro que una buena mayoría de los que han abandonado la Isla son personas que han percibido cómo la vitrina se ha roto, y buscan refugio en el país que los mantiene con un estatus colonial en tiempos de independencia y soberanía.
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Armando Cardona dijo:
1
14 de septiembre de 2018
02:33:25
Miguel Angel dijo:
2
14 de septiembre de 2018
09:02:47
Alejandro Fernández Costa dijo:
3
14 de septiembre de 2018
18:28:08
Ángel Morales dijo:
4
14 de septiembre de 2018
18:43:51
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