El deseo de cambio fue el motor de la primera vuelta de las últimas elecciones presidenciales colombianas, pero la pregunta que queda en el aire es ¿qué tipo de cambio?
El derechista Iván Duque y el progresista Gustavo Petro, los dos candidatos más votados que se medirán en el balotaje del próximo 17 de junio, defienden proyectos radicalmente diferentes entre sí y solo coinciden en su crítica al status quo.
Duque, del partido Centro Democrático, se hizo con el 39 % de los votos gracias al apoyo de su mentor político y principal asesor, el expresidente Álvaro Uribe.
A pesar de las denuncias por vínculos con el paramilitarismo y el narcotráfico, Uribe sigue siendo una de las figuras con mayor impacto en Colombia. En apenas unos meses, convirtió a un senador poco conocido en el candidato más votado de la primera vuelta de los comicios presidenciales.
Duque representa la agenda radical del uribismo, el rechazo a las soluciones políticas del conflicto armado colombiano, el militarismo y la polarización de una sociedad dividida por las secuelas de más de medio siglo de guerra.
El candidato del Centro Democrático aseguró durante su campaña que, de llegar a la presidencia, modificaría el acuerdo con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), en especial los puntos de participación política y la justicia transicional. Ambos son pilares de la implementación de la paz y un movimiento de ese tipo pondría en serio riesgo la continuidad de lo pactado en La Habana.
Gustavo Petro, con su «Colombia humana» resultó la gran sorpresa de estas elecciones. Es el primer aspirante presidencial en la historia de Colombia que llega a la segunda vuelta con una agenda progresista y de alto contenido social.
Fue Alcalde Mayor de Bogotá entre el 2012 y el 2015 y se ganó las simpatías del electorado con su proyecto de «humanizar» la política.
Sin embargo, Petro ha tenido que navegar a contracorriente de poderosas fuerzas políticas. En el 2013 sufrió un proceso de destitución de la alcaldía que desembocó en reacciones populares y su regreso al puesto.
Durante su paso posterior por el Congreso se ganó aún más enemigos por su cruzada contra la corrupción y el paramilitarismo. Pero fueron esas mismas credenciales las que el domingo pasado le ganaron el respaldo de amplios sectores populares, de izquierda y jóvenes desencantados con la política tradicional.
Petro, exmilitante del grupo guerrillero M-19, es un defensor a fondo del Acuerdo de Paz y asegura que los cumplirá.
Ninguno de los dos aspirantes cuenta con fuerzas suficientes para imponerse por sí solo en la segunda vuelta, de ahí que desde ya tengan la mira puesta en las alianzas con el resto de los candidatos.
El botín fundamental está en los más de cuatro millones 589 mil sufragios que obtuvo Sergio Fajardo, cuyo 23,7 % de respaldo lo dejó cerca de disputarle el segundo puesto a Petro.
Fajardo está en las antípodas del político tradicional colombiano, a pesar de que fue alcalde de Medellín, la segunda mayor ciudad del país. Su campaña contra la corrupción y por un mayor acceso a la educación caló en la población, sobre todo de las grandes ciudades.
La mayor parte de quienes lo apoyaron temía un regreso al poder del uribismo, pero también rechazaba de alguna manera la agenda más ambiciosa de Petro. De ahí que no exista un solo curso para su caudal de votos.
En ese sentido influirá mucho la posición que asuma el propio Fajardo, quien hasta el momento solo ha dicho que «conversará» con todas las fuerzas.
Las opciones más sistémicas de Germán Vargas Lleras y Humberto de la Calle, 7 % de los votos y 2 %, respectivamente, quedaron relegadas en primera vuelta, pero pueden inclinar la balanza en el balotaje.
Su electorado tradicional es de derecha, aunque apoya los acuerdos de paz, en especial los seguidores de De la Calle, líder negociador por el gobierno en los diálogos con las FARC en La Habana. De ahí que sea una incógnita hacia dónde girarán.
Lo que nadie descarta es que los días que restan para la segunda vuelta de las elecciones presidenciales estarán marcados por una ofensiva política de Duque y Petro, tratando de sumar la mayor cantidad de indecisos posibles, incluidos el 46 % del electorado que decidió quedarse en sus casas el domingo y no ir a votar.
Duque, sin duda, tiene las mayores posibilidades de éxito y ya comenzó la operación de propaganda negra contra su rival, a quien acusa de querer llevar a Colombia por un rumbo socialista, en un discurso del miedo que han perfeccionado los uribistas y que ya les funcionó en el plebiscito sobre la paz del 2016.
Petro, entretanto, tiene el reto de convencer a la mayoría de que está listo para ser presidente y llevar a los hechos sus ambiciosas promesas de campaña.
Los colombianos decidirán entonces el próximo 17 de junio entre el cambio que representa Duque y su regreso al militarismo, y el que propone Petro, hacia un país más «humano», tras una campaña corta pero intensa entre el miedo y la esperanza.
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Carlos Alberto dijo:
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29 de mayo de 2018
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30 de mayo de 2018
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