BARINAS, Venezuela.-Todavía en espacios céntricos de la capital del estado se perciben las huellas de la violencia de-satada en abril y que duró más de 100 días, esa con la cual algunos soñaron paralizar el país.
Se recuerdan con triste nitidez los incendios de almacenes de gomas automovilísticas y de medicamentos, la llegada de forasteros preguntando por las plazas principales para montar en ellas escenas de protesta contra el gobierno.
El pueblo ya estaba agotado de haber perdido la tranquilidad y el ritmo habitual de la vida; así afirman pobladores entre quienes viven y trabajan misioneros nuestros, muchos de ellos testigos de la pesadilla a la cual solo puso fin el voto popular del 30 de julio pasado en pos de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC).
«Yo todo el tiempo estuve fuerte, en ningún momento lloré», ha dicho en la Óptica Los Pozones de Barinas Lázara Polledo Cuní, cubana de 35 años y natural de la provincia de Matanzas. Licenciada en Optometría y Óptica, desde hace más de 20 meses labora en Venezuela mientras da cumplimiento a su segunda misión internacionalista.
Difícilmente ella podrá olvidar el día de mayo en que, en medio de los disturbios callejeros, sintió que podía morir.

«Aquel día había guarimbas (protestas) y yo, como de costumbre, salí a trabajar. Ese fue el peor día de mi existencia. A eso del mediodía hubo plomo (como dicen los venezolanos cuando hay balacera), mataron a un muchacho de 19 años; tres mujeres llegaron afectadísimas al centro ambulatorio que está frente a la óptica por cuenta de bombas lacrimógenas».
La colaboradora recuerda que familiares del fallecido, quienes se pronunciaban abiertamente en contra del chavismo, exigían venganza enmascarados y armados. Lázara pensó que incendiarían la óptica pues ya otra ardía y se escuchaban amenazas contra los cubanos.
Pasadas las cinco de la tarde ella no podía salir de su centro de trabajo; y parecía imposible que alguien pudiera entrar a rescatarla. Afortunadamente un joven militar que la conocía de la villa donde vive fue a su encuentro. Muy discretamente él logró llegar a la óptica y le pidió que no dijera palabra alguna –para que no fuera identificada–; así lograron salir en medio de la balacera. Vencieron en tiempo récord una distancia de más de tres kilómetros. Lázara no dejaba de pensar en sus seres queridos, especialmente en su hija de 15 años y en su varón de cinco.
Cuando termina de contar sobre aquellas horas terribles comparte una expresión que encierra la voluntad del coraje y de la permanencia: «Aquí estamos…». Y entonces cuenta que «hay opositores que han venido aquí a la consulta. Muchos no saben por qué son opositores. Casi siempre reaccionan y me dan la razón cuando les explico que gracias a Chávez y a la Revolución ellos pueden recibir atención. “Doctora, me dicen, usted tiene razón”. Así es esta batalla: inmensa. Y tenemos que ayudar y seguir adelante».
Junto a Lázara, el día de nuestra visita nos reciben en la óptica los cubanos Isandra Revilla Rodríguez, de 26 años y de la provincia de Santiago de Cuba (Licenciada en Optometría y Óptica), María Zamora Acosta, bayamesa de 48 años, (operaria que corta y coloca los cristales en las armaduras de los espejuelos), y Luis Benítez Álvarez, camagüeyano de 30 años (Licenciado en Optometría y Óptica). Ahora los tiempos son de paz, pero ni siquiera en los más adversos estos misioneros renunciaron a dar lo mejor de sí a los hijos del hermano pueblo.
ARTÍFICES DE LA PIEDAD
Frente a la óptica que dejamos atrás encontramos en el Centro Ambulatorio León Foortul Saavedra a tres especialistas que obran el milagro de curar las dolorosas lesiones de quienes llegan y que de no ser atendidos sufrirían amputación en sus extremidades inferiores.
La doctora Odalys Pagés Gómez, cirujana plástica y especialista en pie diabético labora en Barinas desde mayo pasado. Procedente de la provincia de Santiago de Cuba, nos dice mientras prepara el set de curas que en la «relación médico paciente hay que poner esmero, porque quienes llegan sufren de una enfermedad que es crónica, y llegan a sentir grandes dolores».
En Venezuela, antes del 2008, del total de pacientes que llegaban a centros hospitalarios padeciendo úlcera del pie diabético, las cifras de amputación oscilaban entre un 60 y un 80 %, según datos de la Dirección del Programa Endocrino Metabólico perteneciente al Ministerio del Poder Popular para la Salud del país caribeño.
Actualmente, gracias al programa Buen vivir para el diabético que el pasado 18 de agosto cumplió nueve años, las cifras de amputaciones se han reducido a un 3 %. El programa, nacido un año después de que la idea fuera implementada en Cuba, está concebido para atender a los pacientes con úlcera del pie diabético mediante el uso de un medicamento cubano: el factor de crecimiento epidérmico humano recombinante (Heberprot-P).
Buen vivir para el diabético surgió gracias al Ministerio del Poder Popular para la Salud de Venezuela, y al funcionamiento de la Misión Barrio Adentro que cuenta con el apoyo incondicional de los profesionales y técnicos de la salud de Cuba. Abarcar gran parte del territorio nacional ha hecho más eficaz la captación de los pacientes necesitados del Heberprot-P.
«Las personas que llegan aquí son las de menos recursos –especifica la doctora Odalys–; los que tienen más nivel adquisitivo suelen ir a clínicas privadas, y cuando acuden a nosotros es porque necesitan ser sometidos a alguna amputación menor, porque en esas clínicas privadas lo que les ponen son “parches”, pero a la hora de la verdad los afectados vienen a nosotros. Así evitamos muchas veces complicaciones como son las amputaciones mayores».
Junto a Odalys se desempeña el médico general integral Jesús Rivas Fajardo. Es venezolano, pero poderosas razones le unen a la Isla: se hizo un profesional en la provincia de Matanzas y ahora está feliz de hacer equipo con una colega cubana. «He visto a pacientes que han llegado aquí muy deprimidos y que han salido con una sonrisa, comenta. Eso es lo que nos da satisfacción pues lo que buscamos es ayudar, es buscar la felicidad de las personas».
Jesús hizo un diplomado para atender el pie diabético, y no deja de actualizarse como médico. Está muy agradecido de un angiólogo cubano llamado Juan que le enseñó mucho de lo que hoy conoce. «El tratamiento en una clínica privada para este tipo de paciente es muy costoso; intervienen el angiólogo, el traumatólogo, internistas. Es un camino difícil que pocos pacientes desean y quieren transitar».
La licenciada en Enfermería Sara Tovar, venezolana que se ha especializado en pie diabético, es la tercera integrante de este equipo que trabaja por pura vocación, pues hay que estar preparado para comprender el dolor de quien llega para aliviar su herida casi siempre enorme, la cual debe ser sometida a curas con mucha piedad.
«Esta es una escuela –confiesa Sara–para quien entre aquí como estudiante o como profesional. Todos los días se aprende, de lunes a viernes. Trabajamos en común, tanto pacientes como familiares como el equipo de salud».
Sara nos mira, y antes de que el próximo urgido entre en busca de ayuda, expresa: «Estas manos Dios me las dio para esto».
En «esto» –palabra breve–, habita un propósito cardinal: el término incluye todos los empeños que nuestros misioneros de la salud, hermanados con los hijos del país caribeño, realizan para que muchos seres humanos estén más cerca de sentirse felices.
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Miguel Angel dijo:
1
1 de noviembre de 2017
01:39:52
Angela dijo:
2
1 de noviembre de 2017
15:51:33
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