El diplomático sueco Dag Hammarskjold dijo una vez que «las Naciones Unidas no fueron creadas para llevar a la humanidad al paraíso, sino para salvarla del infierno».
Nacida sobre los escombros de la Segunda Guerra Mundial, el principal objetivo de la ONU era evitar una nueva conflagración que pusiera en riesgo la existencia de la especie humana. Sin embargo, tras más de siete décadas de existencia, son muchos y más variados los desafíos que tiene por delante el mecanismo internacional donde se sientan a dialogar casi todas las naciones del orbe.
El mundo actual es muy distinto al de postguerra, cuando un puñado de naciones manejaban los hilos del planeta. Las antiguas colonias son ahora pujantes naciones independientes que compiten en desarrollo y riquezas con las que fueron sus metrópolis.
Las Naciones Unidas están llamadas a un cambio para ganar en eficiencia, despojarse de los esquemas arcaicos del pasado y adaptarse al multipolarismo del siglo XXI. Pero resulta preocupante que algunas naciones intenten secuestrar la voluntad de transformación para utilizarla en su propio beneficio.
Antes de dar su primer discurso en la Asamblea General, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, acogió ayer en Nueva York un evento sobre la «Reforma de las Naciones Unidas».
Trump invitó al resto de los países a sumarse a una «Declaración Política» de diez puntos, redactada por Washington, que aspira a convertirse en una hoja de ruta.
Resulta cuando menos llamativo que un documento con aspiraciones globales no haya sido debatido con transparencia y libertad por los 193 estados miembros, ni se haya consultado con ellos la clase de cambios que les gustaría ver.
En los segmentos de Alto Nivel, como el que comienza ahora, es común escuchar los llamados a fortalecer el papel de la Asamblea General, el único órgano donde todos los países están representados. También son reiteradas las críticas a la falta de democracia en el Consejo de Seguridad, que sí tiene poder vinculante, pero un pequeño grupo de países ostentan prerrogativas sobre el resto, incluido la posibilidad de vetar cualquier decisión.
El texto estadounidense, por el contrario, llama a potenciar la interferencia en la soberanía de los Estados en materia de respuestas humanitarias, desarrollo y paz, en lugar de corregir las distorsiones que han sido criticadas en la Asamblea General.
Cuba no se sumó a la declaración como tampoco lo hizo un grupo significativo de países, incluidos Rusia y China, miembros del Consejo de Seguridad.
Más allá de las facultades que se abroga Estados Unidos, muchos temen que la administración Trump esté más
preocupada por la billetera que por el futuro de lo que el mandatario describió, cuando era candidato a las elecciones del 2016, como un «club donde la gente pasa un buen rato».
Trump se quejó ayer una vez más porque Estados Unidos aporta demasiado dinero a la organización. «Debemos asegurarnos de que ningún estado miembro soporte una parte desproporcionada de la carga, ya sea militar o financieramente», dijo.
Estados Unidos, la mayor economía del planeta, respalda un 22 % del presupuesto central bienal de 5 400 millones de dólares de la ONU y un 28,5 % de su presupuesto de 7 300 millones de dólares para los esfuerzos de paz.
Casi nadie pone en duda que, a sus 72 años, las Naciones Unidas necesita una profunda transformación. Pero la pregunta de qué y cómo hacerlo solo puede ser respondida con el consenso de sus estados miembros y no por la imposición de unos pocos poderosos. De lo contrario, el paraíso que prometen puede terminar convirtiéndose en un infierno.
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Miguel Angel dijo:
1
19 de septiembre de 2017
03:18:50
Rogelio dijo:
2
19 de septiembre de 2017
04:41:23
Aldo dijo:
3
19 de septiembre de 2017
14:42:03
pepegrillo Respondió:
20 de septiembre de 2017
12:49:21
Felipe Contini dijo:
4
20 de septiembre de 2017
08:48:36
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