Hasta el 7 de junio ni Hillary Clinton ni Donald Trump deberán alcanzar el número de delegados necesarios para asegurar la nominación como candidatos de sus respectivos partidos, pero no hay la mínima duda de que llegarán a esa meta. Faltan por elegirse 930 delegados demócratas en nueve eventos primarios y 347 en seis republicanos; Clinton necesita al menos 92 delegados más y Trump, 76 pero tendrán que aguardar al 7 de junio para lograrlo.
Como no caben dudas en cuanto al triunfo de Hillary y de Trump, a las elecciones primarias les llegó el “tiempo muerto”, aunque los medios de difusión traten de mantenerlas vivas mediante cobertura mediática artificial. Las más importantes actividades electorales de los próximos cien días, a excepción de las convenciones nacionales de cada partido que se efectuarán en julio, tienen un carácter interno y los equipos de campaña tratan de cubrirlas con un velo de discreción.
De este tipo de tareas, una prioridad para Clinton y Trump es intensificar los esfuerzos de recaudar los varios cientos de millones de dólares (los estimados señalan cifras entre quinientos millones y mil millones) que requieren para la etapa de las elecciones generales del 6 de septiembre al 8 de noviembre próximos.
Trump enfrenta la situación más difícil, porque no ha trabajado esa línea durante los meses precedentes, ya que solo gastó “módicas sumas” procedentes de pequeñas donaciones y de varias decenas de millones de dólares de su peculio que dio como préstamo a su campaña electoral. Para Hillary no debe constituir un problema porque cuenta con una eficiente y experimentada maquinaria para recaudar grandes sumas. Habrá eventuales noticias sobre estas recaudaciones, especialmente a partir de la información que los equipos de campaña deben entregar a la Comisión Electoral Federal, pero son noticias que no se prestan para una avalancha mediática, a no ser que se produzca algún hecho escandaloso.
Otra de las cuestiones que demandará máxima atención de los candidatos es la selección del vicepresidente en la boleta electoral. La tradición es que este proceso se lleve a cabo tomando las máximas medidas de secreto y con un minucioso escrutinio de todas las características políticas y personales de cada uno de los prospectos. Habrá bastante especulación al respecto, pero no es usual que se produzca una “filtración” del nombre de la persona escogida hasta el momento en que sea anunciado públicamente, por lo general inmediatamente antes de la apertura de la convención nacional.
Este es el gran evento mediático de la campaña electoral. Gran esfuerzo es dedicado a montar el espectáculo, que es más un circo que una reunión de debate político. Sin embargo, con relación a su celebración también se aplica una actitud de discreción en los preparativos, aunque poco o poco se irán dando a conocer detalles del programa de la convención, especialmente en cuanto a los oradores principales designados (algunos de ellos pudieran contarse entre los aspirantes a la presidencia en el próximo periodo presidencial) y de la llamada “plataforma programática” del partido, que no equivale a una plataforma electoral del candidato, sino más bien consiste en una enumeración de concepciones políticas predilectas de las distintas tendencias dentro del partido.
La más relevante tarea para los equipos de campaña en estos próximos meses es la de organizar el plan para la etapa de las elecciones generales que abarca todos y cada uno de los 50 estados de la nación, más el Distrito de Columbia. Como la elección presidencial requiere que el candidato ganador acumule al menos 270 votos electorales que se obtienen estado por estado de acuerdo con los asignados a cada uno en proporción a su población, esto obliga a planificar 51 elecciones separadas. Los estados se dividen en la práctica en tres grupos: los que tienen la tradición de elegir al candidato demócrata (que se identifican como “azules”); los que votan por el republicano (“rojos”) y los que “oscilan” o “pendulan” en su preferencia (“morados”), por eso cada uno requiere una atención “a la medida”.
Las estadísticas sobre lo sucedido en las seis últimas elecciones presidenciales en los Estados Unidos (1992-2012) brindan un claro ejemplo de lo voluble del proceso: Dieciocho estados y el Distrito de Columbia (“azules”), que actualmente suman 242 votos electorales, votaron en todas las elecciones a favor del candidato demócrata. Trece estados (“rojos”), que hoy suman 102 votos electorales, lo hicieron siempre por el candidato republicano. Otros 18 estados (“morados”) con un total actual de 168 votos electorales han “oscilado” o “pendulado” en elegir al candidato de uno y otro partido. Con solo 29 votos de esos 168, el candidato del Partido Demócrata hubiese ganado las seis elecciones presidenciales, pero solo lo ha logrado en cuatro ocasiones.
El diseñar una estrategia electoral para enfrentar esa situación requiere de una muy compleja y complicada planificación y organización para captar los votos necesarios en el lugar adecuado. La victoria en las elecciones depende en lo esencial del éxito que se tenga en esta actividad.
Estas características del proceso obligan a que ambos partidos y candidatos dediquen la mayor parte de este “tiempo muerto” a estas tareas prioritarias que serán decisivas para los resultados del próximo 8 de noviembre, aunque sea con triquiñuelas como las empleadas por George W. Bush contra Al Gore en el 2000.















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ARIEL Santana dijo:
1
23 de mayo de 2016
15:06:30
ARIEL Santana dijo:
2
23 de mayo de 2016
15:07:38
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